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29 mar 2014

Isabel Allende: “La desigualdad dificulta la cohesión y la gobernabilidad”

Ha sido una semana emotiva para la senadora socialista Isabel Allende Bussi (Santiago, 1945) la menor de las tres hijas del presidente derrocado en 1973- La mañana del martes se convirtió en la primera mujer en asumir la presidencia del SEnado chuleno en sus 200 años de historia y sus primeras palabras fueron para su padre: "Sé que él estaría orgulloso de ver a su hija en esta testera (mesa presidencial)". Apenas unas horas después, en su primera actividad oficial como líder de la Cámara alta, tuvo la misión de investir a presidenta a Michelle Bachelet (Santiago, 1951), que comenzaba así su segundo mandato.

La toma de posesión en el Congreso de Valparaíso, a unos 120 kilómetros de la capital, Santiago, estuvo cargada de simbolismo: dos mujeres de edad similar, socialistas, que perdieron a sus respectivos padres a causa del golpe de Estado de Augusto Pinochet, 40 años después de la interrupción de la democracia protagonizaban este cambio de poderes que simboliza la historia republicana chilena. Estaban emocionadas y, cuando la banda presidencial estaba instalada en el pecho de Bachelet, se fundieron en un abrazo con algunas palabras imperceptibles para los cientos de invitados y millones de televidentes.

“Finalmente, nuestros padres están con nosotras”, dijo Allende. Bachelet, cuyo progenitor, militar, murió en marzo 1974 después de ser torturado por sus compañeros, asintió. Días después, Isabel Allende conversa en el comedor de su casa de la calle Guardia Vieja, en el barrio de Providencia de Santiago, donde su familia vivió entre 1953 y 1970. La senadora se ha esmerado en mantener casi intacta la residencia donde ella pasó gran parte de su niñez y adolescencia, como intentado detener el tiempo. 

Pregunta. La escena de usted invistiendo a Bachelet ha dado la vuelta al mundo. 

Respuesta. Fue una escena inédita y llena de emociones. He recibido una cantidad de mensajes impresionante tanto de Chile como del resto de otros países como Bélgica, Holanda, España, Suecia, Brasil, Ecuador... La vida no es unilineal, parece ser un círculo. 

P. Lo dice también porque su padre fue líder del Senado entre 1966 y 1969, antes de convertirse en presidente en su cuatro intento. 

R. Terminó con un alto reconocimiento porque la gente consideró que ejerció el cargo con plena dignidad y entregó garantías a todos los sectores políticos. Por esa razón, para muchas personas fue una especie de recompensa ver a una Allende en la mesa presidencial de la Cámara alta chilena. Además, nunca lo había asumido una mujer. 

P. La ceremonia de traspaso del derechista Sebastián Piñera a Bachelet fue destacada como reflejo de la madurez democrática de Chile. ¿Piensa que se ha alcanzado ese umbral? 

R. Dimos un ejemplo de un acto tremendamente republicano que me dejó llena de orgullo. Es importante que un presidente saliente, de otro signo, reciba el aplauso que recibió en el salón de honor del Congreso. Eso habla bien de nosotros en un sentido profundo. 

P. ¿Usted se imagina en el palacio presidencial de La Moneda? 

R. En política es difícil decir ‘de esta agua no beberé’, pero en lo personal nunca me he planteado llegar a la presidencia. Estoy bien como estoy y hay que darle paso a las nuevas generaciones. 

P. ¿Cómo fue presidir la primera sesión? De los 37 senadores, solamente seis son mujeres. 

R. Fue bonito e impactante. Le cuento una anécdota. Hubo un senador que, cada vez que terminaba su intervención, se refería a mí como ‘señor presidente’. Lo dijo dos veces y, cuando terminó de hablar, le señalé: ‘Entiendo que es un tema nuevo y cultural, que cuesta después de tantos años, pero quiero rogarle que en el futuro, cuando se dirija a mí, diga señora presidenta’. Se excusó, dijo que no se había dado cuenta y pidió que se borre esta frase del acta. 

P. La visibilidad de su cargo y el de Bachelet no se corresponde con la representación de las mujeres en el poder político. En ambas cámaras del Congreso, por ejemplo, apenas hay 15,9% de parlamentarias. 

R. Es simbólico que los dos principales cargos del país estén en manos de mujeres, la presidencia de la República y el Senado. Sin embargo, estamos totalmente subrepresentadas. Cuesta mucho. En el Gobierno, por ejemplo, la presidenta Bachelet tampoco logró la paridad. Es difícil para una mujer ejercer política. 

P. ¿También es complejo ejercer en su partido, el socialista, siendo hija de uno de los iconos de la izquierda chilena? 

R. Dentro del partido el machismo se ejerce

P. ¿Va a ostentar su nuevo cargo haciendo valer la mayoría que el oficialismo tiene en el Senado? 

R. Pasar la aplanadora siempre es una mala política. El Parlamento es por excelencia el lugar donde se articulan los acuerdos, el diálogo y la discusión democrática. Pero tenemos un compromiso y vamos a sacar adelante los proyectos que están escritos en el programa de Gobierno de Michelle Bachelet. Si nos pueden acompañar parlamentarios que no forman parte de nuestra coalición, bienvenidos. 

P. ¿Cuál es su diagnóstico del mapa político de la región? 

R. Cada país tiene sus propias realidades y es difícil generalizar. Pero claramente ha habido cambios potentes y no solamente por la presencia de mujeres en Costa Rica, Brasil, Argentina y Chile. Sobre todo, porque en la región ha habido un proceso de crecimiento que ha permitido a los Gobiernos progresistas hacer políticas sociales y combatir la desigualdad. 

P. ¿Cree que sigue vigente la figura de su padre en la izquierda latinoamericana? 

R. El legado de Salvador Allende está vivo en Latinoamérica. En algunos sectores más que nunca. Hoy en día nadie puede ignorar que la desigualdad no genera cohesión ni gobernabilidad. Han pasado 40 años y la gente lo sigue recordando con mucha fuerza. 

P. La primera fisura del oficialismo, que incluye desde la Democracia Cristiana al Partido Comunista, se ha dado respecto de la crisis en Venezuela. ¿Qué piensa usted del Gobierno de Maduro? 

R. Lo sustantivo es que a la Nueva Mayoría lo une un programa de Gobierno cuya columna vertebral —educación de calidad y gradualmente gratuita, reforma tributaria y nueva Constitución— puede cambiar para siempre nuestra sociedad. La política exterior la lleva la presidenta de la República. 

P. Pero ¿cuál es su propia posición? 

R. Lo central, como lo dijo Bachelet, es que es un tema que van a resolver los venezolanos y que no es necesario apelar a una intervención. Deben encontrar su propio camino, porque tienen un gobernante elegido democráticamente. En Chile tuvimos en 2011 a miles de estudiantes en las calles, pero exigían una educación gratuita y de calidad, no como en Venezuela, que quieren que se vaya el Gobierno. 

P. ¿Y cómo ve Cuba? 

R. Está en un proceso de cambio, pero creo que ha sido muy tímido. Preferiría ver a Cuba más abierta, que no solo tenga un único partido, sino distintas expresiones. Un Gobierno que ejerza sus funciones, evidentemente, pero también una oposición que tenga derecho a manifestarse. 

P. Usted ha vivido momentos complejos [su padre murió en La Moneda en 1973 y su hermana y su hijo se quitaron la vida en 1977 y 2010, respectivamente]. ¿Cómo se ha repuesto a esos golpes? 

R. Uno no solo aprende de las derrotas, sino también, de los dolores.

12 sept 2013

INDH Chile: A 40 años del golpe de Estado

golpe
Declaración Pública del Instituto Nacional de Derechos Humanos de Chile, a 40 años del golpe de Estado.

En una fecha tan relevante como es la conmemoración de los 40 años desde que se produjera el quiebre del sistema democrático, el Consejo del Instituto Nacional de Derechos Humanos declara que:

1. Hace cuarenta años Chile sufrió un Golpe de Estado que interrumpió violentamente su institucionalidad y desgarró profundamente el alma nacional. Las causas de este cruento desenlace siguen dividiendo a los chilenos y provienen de una crisis integral que la sociedad chilena venía padeciendo desde mediados del siglo pasado. El golpe de Estado abrió paso a la instauración de una dictadura que dejó una profunda huella en el país. Junto a sus políticas institucionales y socioeconómicas, sobre cuyo sesgo prevalecen juicios muy diversos, es indudable que una herencia acreditada de ese régimen fue la sistemática violación de los derechos humanos que afectó directa e indirectamente a miles de personas. La tortura, ejecuciones arbitrarias, desaparición forzada y el asesinato, constituyen crímenes que afectan a la conciencia de la humanidad y que merecen la condena absoluta por parte de todos los actores de la vida nacional. Sin perjuicio de las diversas interpretaciones y legítimas diferencias que existían del contexto previo al 11 de septiembre de 1973, nada justifica las graves violaciones a los derechos humanos que cometieron agentes del Estado o particulares -con la tolerancia de éste- contra miles de chilenos y chilenas.

2. La búsqueda de la verdad, el acceso a la justicia y la reparación a las víctimas, junto a la garantía de que nunca más en Chile se vuelvan a repetir hechos tan brutales como los vividos, constituyen el único camino posible para una convivencia democrática. Reconocemos los avances registrados en estas últimas décadas y llamamos a todos los poderes del Estado a adoptar medidas para avanzar en dicho sentido, y a todos aquellos quienes tengan información sobre las circunstancias y lugar donde pudieran encontrarse los personas que fueron objeto de desaparición forzada y ejecución arbitraria, a entregarla dando una señal de humanidad para con los familiares de las víctimas y con la sociedad en su conjunto.

3. Aspiramos a que estos propósitos de verdad y justicia no sean sólo patrimonio de quienes sufrieron con los hechos, sino que se constituyan en imperativos transversales y compartidos por todos los sectores de nuestra sociedad. En ese sentido, valoramos la declaración de la Corte Suprema en relación con la falta de protección jurídica de que fueron objeto miles de personas durante la dictadura y las expresiones del Presidente de la República –Sebastián Piñera- sobre las instituciones que, como algunos medios de prensa y los tribunales, no ejercieron las funciones más esenciales que la sociedad les asigna y que hubieran constituido, barreras elementales para su protección. Asimismo, valoramos los gestos personales de actuales autoridades políticas por sus acciones u omisiones en aquella época, las que contribuyen a generar el clima de diálogo que Chile reclama.

4. Sólo la preservación y circulación de la memoria sobre las graves y sistemáticas violaciones a los derechos humanos y su inclusión en la educación y formación a todos los niveles, incluidas las Fuerzas Armadas, de Orden y Seguridad, pueden garantizar que nunca más en Chile vuelva a imponerse la intolerancia y la fuerza.

5. En esta hora de reflexión nacional, el Instituto Nacional de Derechos Humanos convoca a todas y todos los chilenos a perseverar en los objetivos de verdad y justicia para afrontar el pasado y en la responsabilidad de convivir civilizadamente con el futuro. No debemos olvidar que la tarea por la vigencia efectiva de los derechos humanos es permanente. En democracia emergen otros desafíos y otras amenazas, que afectan a quienes convivimos en nuestro país. En consecuencia, construir una cultura de respeto a los derechos humanos es un deber ineludible de todos y todas, así como de las instituciones y órganos públicos en un Estado de Derecho, que deben observar permanentemente sus instituciones para profundizar la democracia, y la protección y promoción de los derechos humanos.
 
Fuente INDH Chile: http://www.indh.cl

11 sept 2013

Salvador Allende y las grandes alamedas

Ni que se hayá convertido en la fecha de la caída de las Torres Gemelas evitará que –para nosotros, para los hombres y mujeres de América latina– el 11 de septiembre sea la fecha del golpe de Estado más detestable de los tantos que padecimos. Se trataba de un gobierno elegido democráticamente. Se trataba de un país con un ejército que –a diferencia de los de nuestro continente– había sido guardián del orden constitucional. Se trataba de un presidente que era un hombre noble, con ideas e ideales, un hombre honesto y un hombre valiente. Había tenido un gran apoyo de las masas obreras. Y una queja constante, un repudio sin tregua, del MIR, el principal grupo armado de Chile. Finalmente, todos los sectores de la sociedad –menos los obreros– se unificaron para voltearlo: el ejército, los medios de comunicación, los gremios, las clases altas, las clases medias y –con un empeño criminal, furibundo– los Estados Unidos de Nixon y Kissinger. Las clases medias inauguraron la modalidad de salir a la calle con cacerolas y atronar el país pidiendo la renuncia de Allende.

Allende fue el más original, el más creativo de los líderes socialistas del siglo XX. Descreyó de la célebre dictadura del proletariado y eligió el camino democrático, pacífico al socialismo. Si ese camino fracasó, no menos fracasaron los otros. Con una enorme diferencia. Allende no dejó decenas o decenas de miles o millones de cadáveres tras de sí. Ni presos políticos tuvo. Confiaba en solucionar la antinomia entre socialismo y democracia, que el mandato de la dictadura del proletariado (que viene de las páginas de Marx y que éste asume como su mayor aporte a la teoría política) obliteraba. La derecha –beneficiada por los errores y por las muertes de los socialismos triunfantes y luego derrotados– no tiene rédito alguno para sacar de la experiencia de la Unidad Popular. Salvo que digan que nacionalizar el cobre equivale a fusilar enemigos políticos, o peor aún.

En su último mensaje, don Salvador Allende dijo a su pueblo y a todos los pueblos de América: ¡Trabajadores de mi Patria!: Tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán de nuevo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

La historia es nuestra y la hacen los pueblos.

Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que por lo menos será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.

El criminal de guerra Richard Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, peor criminal de guerra aún, odiaban a Allende con una pasión enfermiza. En octubre de 1970, Nixon dijo sobre él palabras injuriosas: “That son of a bitch, that bastard...”

Pero esa imagen de este hombre sereno –aunque capaz de encarnar la fuerza de un tornado–, que lo único que nos dejó, como pertenencia, fue el pedazo ensangrentado de uno de los vidrios de sus anteojos, este hombre maduro, con canas, que sale de La Moneda con casco de guerra y metralleta, para morir peleando, tal vez insensatamente, pero como él lo sentía, es, para mí, el símbolo más puro de la rebeldía, porque trató de cambiar el mundo por los caminos de la democracia y de la paz, y porque no pudo, porque los asesinos del poder internacional no lo dejaron, agarró una metralleta, se puso un casco de guerra y decidió (como esos bravos, legendarios marinos con sus barcos) hundirse con su causa. ¡Ah, don Salvador Allende, ojalá hubiera yo tenido alguna vez en mi patria un líder como usted! Simple, duro, pero sensible, amigo y compañero de la gente de su pueblo, sin sinuosidades, con una sola palabra, la misma de siempre, la que marcó la coherencia de sus días y, por si fuera poco, con ese coraje, don Salvador, que le hizo decir: De aquí no me voy, que sigan otros, no van a faltar, y van a llevarme en sus corazones como a un hombre puro, como a un guerrero y como a un demócrata que les va a henchir el pecho de orgullo y de exigencias perentorias. Porque, de ahora en más, todo chileno que sepa que tiene detrás la figura de Salvador Allende, sabe que no se viene a la vida a jugar, a gozar de las liviandades y las tentaciones, sino a meterle el alma y el cuerpo a las causas duras, las de la injusticia, las del hambre, las de la tortura y la muerte. Es mi legado.

Lo es. Tenía la cara de un hombre bueno. Vestía de civil. No andaba ostentando armas ni uniformes bélicos. Se metía entre los obreros. Hablaba en sus asambleas. Les pidió, al final, que se cuidaran. Que no se dejaran sacrificar fácilmente por los carniceros que se cernían sobre Chile. Cuando Castro lo visitó le dijo que tenía que recurrir a la violencia si quería sostenerse. Allende no lo hizo. De la violencia se ocupaban los guerrilleros del MIR que, desde luego, lo acusaban de burgués conciliador. ¿Por qué se habrán preocupado tanto los de la CIA y Nixon y Kissinger por un burgués conciliador? ¿Por qué el ejército habrá bombardeado La Moneda? ¿Por qué el diario El Mercurio (al que Nixon le dio dos millones de dólares para desestabilizar su gobierno) lo atacó sin piedad ni vergüenza? ¿Por qué las conchetas chilenas, que son terribles, salieron con sus cacerolas para injuriarlo? ¿Sólo porque era un burgués conciliador? Los del MIR fueron funcionales a los golpistas que, salvo los que se fugaron, murieron todos, en el Estadio Nacional o en las más siniestras mazmorras, tan cruelmente como los líderes de la Unidad Popular. No, Allende no era un burgués conciliador. Era un socialista temible. Porque había elegido la democracia (el arma ideológica que la derecha cree suya) para ir hacia el socialismo. Pero, luego, hizo algo peor. Murió con su causa. Dejó, para el socialismo, un ejemplo moral incuestionable. Y murió sin perder sus esperanzas. El hombre libre volverá. Las altas alamedas lo esperan. 

Bajo ellas se fue Allende de este mundo. Artículo de José Pablo Feinmann en el diario Página12, el día viernes 8 de septiembre del 2013, fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-228552-2013-09-08.html

AI: Chile - Cuarenta años después del golpe de Pinochet, la impunidad debe terminar

Comunicado de Prensa de Amnistía Internacional
10 de septiembre del 2013

Chile: Cuarenta años después del golpe de Pinochet, la impunidad debe terminar 

Miles de activistas han firmado una petición en la que la organización pide a las autoridades chilenas que eliminen todas las barreras que protegen a los perpetradores de violaciones de derechos humanos en el país.

“No es de recibo que 40 años después del golpe militar continúen existiendo dificultades para la búsqueda de justicia, verdad y reparación en Chile. La Ley de Amnistía sigue protegiendo a los violadores con inmunidad procesal, continúa habiendo largos retrasos en las actuaciones judiciales y las condenas no reflejan la gravedad de los crímenes cometidos”, ha dicho Guadalupe Marengo, directora adjunta del Programa Regional para América de Amnistía Internacional.

Decenas de miles de personas fueron detenidas, torturadas, asesinadas o sometidas a desaparición. Según cifras oficiales, el número de personas desaparecidas o asesinadas en Chile entre 1973 y 1990 superó las 3.000, y cerca de 40.000 personas sobrevivieron al encarcelamiento por motivos políticos o la tortura. 

El Decreto Ley de Amnistía, aprobado en 1978, exime de responsabilidad penal a todas las personas que cometieron violaciones de derechos humanos entre el 11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo de 1978.   

Si bien algunas sentencias judiciales han eludido la aplicación de esta ley de amnistía, el hecho de que siga existiendo es incompatible con las obligaciones internacionales de Chile en materia de derechos humanos. 

“Las autoridades chilenas deben abordar el legado de abusos graves y generalizados perpetrados en el pasado, abolir de inmediato la ley de amnistía, cuya mera existencia es una afrenta para las miles de víctimas del régimen de Pinochet y para sus familiares, y garantizar que todas las violaciones de derechos humanos se ven en tribunales ordinarios”, ha dicho Ana Piquer, directora de Amnistía Internacional Chile.

Hasta la fecha, al menos 262 personas han sido condenadas por violaciones de derechos humanos, y hay abiertos más de 1.100 procedimientos judiciales. 

“Gracias a la lucha incansable de muchas de las víctimas y de sus familiares, así como de unos cuantos valientes fiscales y jueces, algunos de los responsables de estos crímenes han comparecido ante la justicia. Ya es hora de que las autoridades introduzcan todas las reformas necesarias para garantizar que jamás vuelvan a suceder violaciones de tal gravedad”, ha dicho Guadalupe Marengo. 

Información general 

El 11 de septiembre de 1973, las fuerzas armadas dirigidas por el general Augusto Pinochet arrebataron el poder al gobierno salido de las urnas del presidente Salvador Allende en Chile, en un sangriento golpe militar.

En los últimos años, los tribunales no han aplicado la ley de amnistía. Sin embargo, el hecho de que esta ley siga existiendo en la legislación nacional es incompatible con las obligaciones de derechos humanos de Chile.

En 1991, el Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (Comisión Rettig) documentó 2.296 casos de personas que habían sido objeto de homicidio político, de los cuales casi un millar eran casos de desaparición forzada. En 2004 y 2005, el informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura  (Comisión Valech) halló que 28.459 personas habían sido detenidas por motivos políticos y que la mayoría de ellas habían sido torturadas. La Comisión se reabrió en 2010 para evaluar más casos de desaparición forzada, homicidio político, encarcelamiento por motivos políticos y tortura.

El total de personas reconocidas oficialmente en Chile como desaparecidas o asesinadas entre 1973 y 1990 es de 3.216, y el de personas que sobrevivieron al encarcelamiento por motivos políticos o tortura, de 38.254.

En los últimos años ha habido ciertos avances, pues varios procedimientos judiciales de crímenes perpetrados en el pasado se han transferido de los tribunales militares a los civiles a fin de garantizar mayor independencia e imparcialidad. Sin embargo, las violaciones de derechos humanos cometidas por el ejército y las fuerzas de seguridad siguen bajo la jurisdicción militar.

Durante los últimos meses Amnistía Internacional ha recogido más de 25.000 firmas mediante la siguiente petición online:  http://www.amnistia.cl/web/formulario/40anosGolpeEstado/formulario.php 

Amnistía Internacional insta a las autoridades chilenas a abolir el Decreto Ley de Amnistía de 1978 y cualquier otra medida que otorgue amnistía a perpetradores de violaciones de derechos humanos; reformar el Código de Justicia Militar para garantizar que los abusos contra los derechos humanos perpetrados por personal del ejército y de las fuerzas de seguridad en Chile son investigados y juzgados por tribunales civiles; apoyar y reforzar las iniciativas encaminadas a conservar la memoria histórica de las graves violaciones de derechos humanos, y poner los derechos humanos en lugar preferente en todas las políticas y programas. La petición seguirá abierta hasta el fin de septiembre. 

La organización ha publicado una serie de artículos que muestran la brutalidad de la época de Pinochet:

Fuente: Amnistía Internacional