Imagine que usted tiene 40 años y de una día para el otro le cuentan que no es quien cree ser, que sus padres no solamente no son sus padres sino que además fueron cómplices -a sabiendas o no- en un esquema de robos
de bebés diseñado por los asesinos de sus verdaderos padres. Imagine
que además la Justicia le ordena cambiar de nombre y que el matrimonio
que lo crió tiene una condena judicial por usurpación de identidad y va a
parar a la cárcel.
La identidad es la otra deuda a
cancelar que dejó la dictadura, como una bomba que estuviera preparada
para detonar décadas después en las vidas de esos bebés, hoy adultos.
Ya pasaron más de cuatro décadas del golpe militar que instauró en
Argentina una sangrienta dictadura que asaltó el poder en 1976 y se
quedó por siete interminables años. El terrorismo de Estado dejó decenas
de miles de víctimas, entre asesinados, desaparecidos y exiliados,
además de sus familiares. Cada 24 de marzo se celebra el Día de la
Memoria y una multitudinaria marcha en las calles los recuerda.
Las consecuencias del periodo más oscuro en la historia del país siguen
impactando hoy, no sólo en las instituciones del Estado, en la cultura y
en la economía, sino en la gente. Sobre todo en los descendientes de
aquellas víctimas.
Hilario Bacca había crecido en una pequeña ciudad agrícola del interior, hijo de un
arquitecto y una médica. Una tarde cualquiera hace nueve años le sonó el
teléfono y así supo que su historia era otra. Su reacción fue huir. Se
instaló en un pequeño pueblo con mar, lejos de todo. Su trabajo de
ayudante terapéutico lo ayuda a sobrellevar la soledad. Al día de hoy es
el único hijo de desaparecidos que decidió rechazar su verdadera
identidad.
“Cada historia de cada nieto recuperado, es a mi parecer súper
importante que permanezca dentro de una historia única subjetiva y no
como si fuera una maquinaria donde se reproduce exactamente del mismo
modo el pensamiento, lo que le tiene que pasar al nieto, y mucho menos,
la responsabilidad de las familias que nos criaron”, estima Hilario.
En Argentina, por ley, cada persona a quien se restituye su verdadera identidad debe
llevar el apellido biológico. Por eso Hilario mantuvo una disputa
judicial con Abuelas de Plaza de Mayo, la histórica organización de
Derechos Humanos que desde hace décadas busca el paradero de centenares
de bebés robados durante la dictadura.
Aníbal Méndez es el hijo de Sara Méndez, tiene 41 años y recuperó su
identidad en 2002 luego de una búsqueda de 25 años que motorizó su
madre, sobreviviente de un centro clandestino de detención primero en
Argentina y luego en Uruguay.
Aníbal es vendedor por cuenta propia y ofrece perfumes y relojes en
edificios de oficinas. Antes fue Simón Riquelo, un niño criado por la
familia de un policía y él mismo trabajó en una dependencia policial
cuando se hizo mayor, acomodado por su apropiador. Un día dejó de ser
Simón y dejó la policía.
“Lo entiendo [a Hilario] porque cuando a los 25 años me enteré de mi
historia, de que no era hijo natural de la familia que me crió, durante
un tiempo tampoco quise cambiarme la identidad. Aceptaba mi historia,
desde el primer momento tuve contacto con mi familia biológica, con mi
mamá, pero en primera instancia, creía que a los 25 años hacer semejante
cambio no era lo que quería. Con el tiempo y madurando el tema decidí
que sí, lo justo era que me cambiase la identidad y ponerme el apellido
que me correspondía”, explica Aníbal.
Jorge Castro Rubel es uno de los últimos nietos recuperados por Abuelas
de Plaza de Mayo. Recobró su identidad en 2014, cuando ya tenía 37 años,
y no tardó mucho en aceptarla. Sin embargo la imagen sobre el
matrimonio que lo crió en un respetado hogar de clase media se hizo
pedazos en un instante.
Jorge es sociólogo, está casado con una socióloga y tiene un hijo. Se enteró
de que había nacido en la Escuela de Mecánica de la Armada, el centro
clandestino de detención más emblemático de la dictadura.
En un café de Buenos Aires, Jorge nos explica por qué entiende que la
identidad es un organismo vivo que tiene matices: “Yo tomé la decisión
de cambiar mi apellido porque es lo que indica la ley pero en el momento
en que yo lo hice, significó una conmoción muy grande. (…) Querer
conservar el apellido con el que uno vivió no me parece que signifique
negar su origen biológico ni reivindicar el hecho de la apropiación en
sí misma. Me parece que es una gran victoria haber podido encontrar a
Hilario y haber podido restituirle su historia. Me parece que lo
fundamental es que la familia haya podido ubicar a ese nieto, que la
sociedad haya podido ubicar a ese nieto, y que ese nieto conozca su
origen”.
Los hijos y nietos de las víctimas parecen tironeados entre el pasado y
el futuro. La posición de Hilario por primera vez cuestiona a sus
propios padres biológicos, es decir militantes políticos que en los años
70 tomaron las armas. Su mirada viene a romper el relato dominante
hasta ahora: “En el caso de que se pudiera tener una conversación con
ellos, plantearía algo de la inconciencia, o del descuido al haber
decidido formar una familia y continuar el embarazo en el año 77”.
A finales de los 90 aparecieron en escena los hijos de las víctimas. Las Abuelas
de Plaza de Mayo seguían buscando niños robados, sus nietos. Durante la
década pasada lograron devolverles identidad a 40 hombres y mujeres que
habían nacido entre 1976 y 1980.
Hoy muchos de esos nietos recuperados ya son padres. Sus hijos van creciendo y los
bisnietos ya empezaron a marchar, pero sobre todo a comprender una parte
de su historia. Para las organizaciones de Derechos Humanos es
insoslayable su rol como portadores del relato.
Tatiana Sfiligoy fue ubicada por Abuelas de Plaza de Mayo en 1980 cuando
tenía tres años. Fue dejada en un orfanato y antes de ser entregada
alcanzó a decir, en su media lengua, que tenía una hermanita y que se
quería ir con ella. Un matrimonio de clase media -el ingeniero, ella
profesora de francés- las adoptaron a las dos. Y a pesar de haber
decidido conservar su nombre adoptivo no reniega del legado de sus
padres biológicos.
Para Tatiana Sfiligoy, que es psicóloga y ha sido terapeuta de otros
nietos recuperados, el legado para las generaciones siguientes no pasa
por entregarles respuestas, sino en transmitirles la necesidad de
hacerse las mismas preguntas: “Hay un trabajo nuestro muy consciente de
transmisión de la historia, y justamente en estos años lo que sucedió,
por lo menos en Argentina, fue que dejó de ser una historia individual
para ser una historia colectiva”.
Ser un adulto y cambiar de identidad es un aprendizaje complejo. Nadie
enseña cómo enfrentarlo y mucho menos cómo transmitirlo a hijos
pequeños, que también deben lidiar con ese cambio en sus propias vidas.
Hilario Bacca no tiene hijos ni cree que los vaya a tener, pero comparte
un universo en común con los demás nietos recuperados, y así se refería
a las nuevas generaciones de militantes: “Me parece que uno puede tener
una memoria selectiva y ver de qué cosas queremos realmente acordarnos
todo el tiempo o hacer un duelo que sea un poquito más sano y no tan
patológico”.
A finales de abril pasado, poco antes de que la Corte Suprema le
permitiera al ex represor Luis Muiña gozar de una reducción de pena al
aplicarle el denominado “dos por uno”, la organización Abuelas de Plaza
de Mayo anunciaban la aparición del nieto número 122.
El caso de Hilario Bacca muestra que cada nieto recuperado, que cada
víctima es un universo y no todos reivindican lo mismo ni se sienten
interpelados de la misma manera por la misma tragedia.
La identidad y la memoria no parecen ser objetos inertes, fijados en un expediente para siempre.
Por Mariano Melamed.
Fuente Radio Francia Internacional: http://es.rfi.fr/americas/20170526-la-identidad-la-gran-deuda-de-la-dictadura-argentina
Fuente Radio Francia Internacional: http://es.rfi.fr/americas/20170526-la-identidad-la-gran-deuda-de-la-dictadura-argentina
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