"El matrimonio igualitario para las personas del mismo sexo ha triunfado
en Irlanda. Es el resultado de una campaña inteligente, sostenida y
afirmadora de los principios de libertad e igualdad. Se trata de un
progreso impresionante en un país donde, aún hasta 1993, apenas hace
algo más de veinte años, la homosexualidad era sancionada como delito.
Al aprobar el matrimonio igualitario, Irlanda da un salto político,
social y jurídico exponencial que la pone entre las naciones más
tolerantes, igualitarias y democráticas, es decir entre las más
civilizadas del mundo. Se trata de un triunfo resonante e histórico por
muchas y variadas razones.
En primer lugar,
porque es el fruto de un claro pronunciamiento popular. El matrimonio
igualitario para las personas del mismo sexo no se impone como resultado de un
decreto aprobado por un líder clarividente o por una ley decidida por un
congreso que decide en representación del pueblo. No, en Irlanda, el matrimonio
igualitario se aprueba por decisión directa de la gran mayoría del pueblo
irlandés, que ha votado en referéndum con una proporción de dos tercios a favor
de la propuesta. Aunque debo decirlo: los derechos no deben someterse a la
consulta popular.
Se trata de una
mayoría aplastante, irreversible, sobre los opositores, que muerden el polvo de
una derrota demoledora y contundente, y no tienen otra alternativa que aceptar
la decisión mayoritaria. Los votos obtenidos por los opositores al matrimonio
igualitario no alcanzan ni a la mitad de los votos de quienes lo aprueban. En
la capital, Dublín, el porcentaje a favor del sí es aún más alto, alcanzando el
75% en algunos distritos.
En segundo lugar, porque
se trata de un cambio aprobado por el pueblo de un país casi absolutamente
católico. El pueblo, sin dejar de ser católico, le ha dicho no con toda
rotundidad a una jerarquía eclesial mojigata y santurrona, del tipo de la que
encabeza Cipriani por este valle de lágrimas. Esto es trascendental. La
corriente popular fue tan clara, neta y masiva, que ningún partido político y
ningún medio de comunicación de importancia osó declararse contrario a la
iniciativa. Los opositores se fueron reduciendo a círculos de creciente
impotencia, que finalmente abrigaban la esperanza de un “voto escondido” para
el día del referéndum, que finalmente no se dio.
En tercer lugar, el
triunfo en este referéndum es importante porque aprueba la completa igualdad de
derechos para la comunidad homosexual. Se trata del matrimonio igualitario, con
todo el paquete completo de derechos, igual al de las parejas heterosexuales,
incluido el derecho a adoptar niños para crear una familia completa. El voto
popular ha determinado una modificación de la Constitución irlandesa, que desde
ahora dirá simple y claramente: "Pueden contraer matrimonio de acuerdo con la ley dos personas sin distinción de su sexo".
Qué diferencia con
el vergonzoso debate congresal en nuestro país, donde ni siquiera una tímida y
contemporizadora propuesta de unión civil –no matrimonio igualitario– pudo ser
aprobada en una comisión del Congreso y, con ello, ni soñar con debatirla en el
pleno, con parlamentarios timoratos, prisioneros de tabúes ridículos, bajo la
presión de una curia encabezada por un prelado medieval. Vivimos tiempos
diferentes y todavía predominan aquí las reglas y los prejuicios de la
barbarie. Pero no será por mucho tiempo; eso ténganlo por seguro. Irlanda, que
en 1993 derogó el delito de homosexualidad, no por iniciativa propia sino por
decisión de la Corte Europea de Derechos Humanos, ha experimentado una profunda
transformación de su mentalidad y hoy está a la vanguardia ética. Nosotros
también daremos el salto antes de lo que imagina Cipriani.
Como ha notado
Mario Vargas Llosa, no deja de ser llamativa y conmovedora esta apuesta de la
comunidad homosexual por el matrimonio, en una época en que el matrimonio
(heterosexual) está en franca decadencia y desprestigio. Parecieran ser los
últimos románticos. En todo caso, su lucha es por la igualdad plena de
derechos, y eso es lo que ha entendido y asumido con generosidad y entusiasmo
desbordante el muy católico pueblo irlandés.
Artículo de Ronald Gamarra Herrera.
Foto de Univisión.
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