Con la "tregua humanitaria” de 12 horas concedida para ayer, sábado 26, quedó en evidencia que el número de víctimas de la brutal operación militar de Israel contra la población palestina de Gaza era muy inferior al real.
Se calculaba alrededor de 850 personas muertas hasta el viernes, pero en las primeras horas de la tregua la cifra superó largamente a mil al encontrarse decenas y decenas de cuerpos entre los escombros de las viviendas de una población civil bombardeada sin miramientos por uno de los ejércitos más poderosos y premunidos de teconología del mundo.
El término “tregua humanitaria” suena a ironía sangrienta y las 12 horas concedidas son una burla. ¿Qué tiene de humanitaria una breve pausa en la ejecución de una masacre calculada al detalle? En los días anteriores ha habido un par de “treguas humanitarias” de un par de horas. Todo en esta operación tiene el mismo estilo. Denominar “defensiva” a esta operación iniciada el 8 de julio, cuando los patéticos cohetes de Hamás no eran capaces de causar ni una sola víctima (y desde entonces solo han causado una), con un ataque generalizado a la población civil en sus propias viviendas para causarle más de mil muertos hasta el momento, solo puede ser calificado como una demostración de cinismo monumental por parte del gobierno de Benjamin Netanyahu.
La cuarta parte de las personas reventadas a bombazos son niñas y niños. Hasta el viernes, antes de la tregua de 12 horas, ya eran más de 200. ¿Cuántos serán ahora? Por otro lado, entre los adultos, es enorme el número de mujeres y ancianos. Ni siquiera las escuelas se han librado de los bombardeos; vamos, ni siquiera los hospitales, ni los locales de las Naciones Unidas que atienden a los refugiados palestinos.
Samar Al-Hallaq es una de esas víctimas. Leo su historia desde la frialdad de internet. A los 29 años de edad, esta mujer palestina perdió la vida junto a sus dos pequeños hijos de cuatro y seis años de edad. Estaba embarazada de siete meses de su tercer hijo. Murió con sus hijos y muchos otros parientes en su humilde vivienda, en el barrio de Rimal, reducida a escombros por el bombardeo. Su esposo Hassan, malherido, sobrevive de milagro; probablemente todavía no sabe que ha perdido a toda su familia. Samar Al-Hallaq era una trabajadora social y cultural, coordinadora en Gaza de un proyecto de apoyo a la tapicería y el tejido, fundamental para una zona donde no existe trabajo digno debido al riguroso bloqueo en que se encuentra desde hace mucho tiempo.
La ironía mayor es que la masacre de hoy, y la opresión y despojo de más de 60 años contra el pueblo palestino, se perpetran en nombre de un pueblo que sufrió el genocidio nazi. Hay que decirlo claramente: Gaza es tal vez el campo de concentración más grande del mundo. Lo mismo cabe decir de la situación de la población palestina en los territorios ocupados militarmente por Israel (¡desde 1967!), donde la población vive sin ciudadanía, desarrollo ni derecho a futuro, bajo un régimen de marginación homologable al apartheid. Los políticos israelíes y sus aliados incondicionales de Occidente no tienen derecho a manchar así, con la incalificable opresión al pueblo palestino, el legado universal del pueblo judío.
Las potencias occidentales tienen una enorme responsabilidad en la tragedia de estos días. Cuando califican la operación militar en Gaza como “ejercicio del derecho de Israel a defenderse”, lo que hacen es dar patente de corso para matar civiles. En estas angustiosas semanas de bombardeos y matanza, no han pasado de gestos “humanitarios” rituales, pero cada muerto de Gaza ha de pesar sobre su conciencia.
Artículo de Ronald Gamarra publicado en Diario16, el domingo 27 de julio de 2014.
Artículo de Ronald Gamarra publicado en Diario16, el domingo 27 de julio de 2014.
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