Hace 25 años, o poco más, cuando trabajaba en el área de derechos humanos del Concilio Nacional Evangélico del Perú - CONEP, se me ocurió invitar al sacerdote Hubert Lanssiers para que sea uno de los expositores en un conversatorio sobre la realidad carcelaria en nuestro país.
La elección no fue casual, el servicio de Lanssiers en penales de máxima seguridad gozaba de
reconocimiento general, y era, sin duda, el más notable de los agentes de la pastoral carcelaria a nivel nacional.
Con
el espíritu crítico, y el tono ácido que le caracterizaba, Lanssiers
expuso en aquella reunión sus puntos de vista, y se empeñó en precisar
que más que hacer prosélitos
y enseñar a los presos a rezar –bobadas según él- la misión en la
cárcel debía consistir en ayudar a esas personas a reconocerse como
tales, para que actúen de acuerdo a su dignidad
Cuando
terminó su presentación, un auditorio conformado mayoritariamente por
personas de otras denominaciones la emprendió contra él, reprochándole
su mensaje, la trayectoria
de su iglesia y hasta su identidad. Una escena realmente surrealista.
No podían tolerar que una persona se declare cristiano y hable distinto,
no podían aguantar que (les) cuestione e interpele
Recuerdo que el director de la institución y yo tratamos de apurar el trago amargo y, sintiendo eso que llaman vergüenza ajena, nos acercamos a
Lanssiers para ofrecerle
nuestras disculpas, contestándonos que no nos preocupemos, porque
fundamentalistas y extremistas había en todas partes.
El sabía de lo que hablaba, en Bélgica los
nazis habían asesinado a varios integrantes de su familia, en Camboya pudo ver en vivo y en directo las atrocidades de los
Khmers Rouges (Jemeres Rojos),
y
en el Perú conoció a Sendero Luminoso. El fundamentalismo sea político o
religioso casi siempre conduce a lo mismo, a la soberbia y a la
negación
del otro.
Evoco a Lanssiers en estos días, a propósito de lo que advierto es una de las campañas más ridículas que se ha pergeñado contra la educación sexual
en nuestro país.
Se puede discrepar, sin duda, y es un derecho ciudadano oponerse a
medidas y políticas que se estime dañinas e inconvenientes, pero es
irresponsable rechazar un
currículo escolar que no se conoce o se ha leído mal.
Tuve ocasión de escuchar el lunes a
Christian Rosas, vocero de la campaña “Con mis hijo no te metas”,
en una conversación con el doctor Elmer Huerta, el psicólogo Christian
Martínez y la
especialista en Salud Sexual y Reproductiva y Políticas Públicas Susana Chávez, y volví a sentir,
después de mucho tiempo, vergüenza ajena.
Dicen que
la
vergüenza ajena
es una forma dolorosa de sentir empatía, y yo al escuchar a Rosas hijo
leer o repetir conceptos mal aprendidos no pude evitar ponerme en su
lugar,
y suponer que tal vez personas como él, bienintencionados, son
llevados al error, asumiendo prejuicios como verdades, y creyéndose
salvadores de una moral que no es tal pues –como quedó demostrado
anteayer- se sustenta en datos inexactos y, lo
que es peor, discrimina.
"No
me avergüenzo del evangeli, porque es poder de Dios para salvación a
todo aquel que cree", es uno de los alegatos más trascendentes para los
cristianos y las cristianas que viven y se atreven a encarnar su fe.
Pero
el evangelio es buena nueva, es anuncio de vida y plenitud, y eso tiene
que ver con tomar decisiones con autonomía, aprender a cuidar de sí
mismos y de los otros, asumir derechos y responsabilidades,
y vivir la sexualidad estableciendo vínculos afectivos saludables, es
decir, propósitos todos que postula
el
nuevo Currículo Nacional de la Educación Básica aprobado por el
Ministerio de Educación, al cual se oponen ciertos extremistas.
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