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Save the Children.
600 casos de violaciones sexuales, 249 religiosos involucrados, 1,000 sobrevivientes a los abusos sexuales cometidos por sacerdotes de diferentes Parroquias Católicas en Boston, es lo que descubrió una investigación del periódico Boston Globe publicada en el año 2002. La investigación cubrió los últimos 15 años antes de la publicación, pero encontraron que un sacerdote había violado a 130 niños a lo largo de 40 años. Esta investigación ha sido excelentemente llevada al cine.
Spotlight nos muestra un sistemático e institucionalizado encubrimiento
de los crímenes cometido contra niños y niñas por las principales autoridades
de la Iglesia Católica de Boston, incluido su Cardenal Bernad Law, quien vive
actualmente en Roma.
La sistematicidad del encubrimiento incluía la protección del violador
mediante su cambio a otra Parroquia, cuando se hacían públicas las denuncias.
Los códigos en los registros internos de la Iglesia incluían casi generalmente
cambios “por enfermedad”. Al sacerdote que denunciaba lo transferían a una
Iglesia del tercer mundo. El Cardenal Bernad Law producido el escándalo, fue transferido a una
Basílica en Roma.
¿Les suena familiar? Las similitudes con el caso peruano: Luis Fernando
Figari fundador y líder del movimiento católico Sodalicio renunció por “razones
de salud” en diciembre 2010 y vive en Roma en
un “retiro espiritual”. Figari se
vió obligado a renunciar luego que se conociera públicamente que el #2 del Sodalicio
tenía 4 denuncias por violaciones sexuales cometidas contra adolescentes.
Nuevos testimonios sobre abusos sexuales a menores de edad apuntaron, esta vez,
directamente a Figari. Toda esta
información está perfectamente investigada y documentada en el libro Mitad
Monjes, Mitad Soldados de Pedro Salinas y Paola Ugaz, publicada en Lima, en el
año 2015.
En ambos casos la Iglesia Católica no mostró simpatía, solidaridad ni
prestó atención y protección a las víctimas; sabiendo que éstas, como dice uno
de los denunciantes en la película Spotlight no se atreverían a cuestionar a
sus maestros y guías: “cómo le dices no a tu dios”. Les robaron su fé, en lo
que creían y confiaban. Los sacerdotes escogían a los adolescentes más
vulnerables, en el primer caso a los más pobres; en el segundo, a los que
tenían problemas familiares.
Ninguna de estas violaciones hubiera pasado desapercibida si la Iglesia
Católica, como institución, hubiera puesto por delante el interés superior del
niño; si los abogados, fiscales y jueces hubieran cumplido con la ley y no
hubieran escogido proteger a las instituciones parte del sistema político y poner
su ideología y religión por delante.
El Comité de Derechos del Niño de las Naciones
Unidas, en el año 2014, censuró a la Santa Sede “por no adoptar medidas para
acabar con las violaciones sexuales a menores” y contribuir a la impunidad de
los perpetradores. El Papa Francisco ha pedido perdón a las víctimas “por el
mal que algunos sacerdotes han hecho a los niños”. No es suficiente. Debe
empezar por devolver a los violadores refugiados en Roma para que sean
investigados y sancionados; desarrollar un Protocolo Institucional de
Protección de niños y denunciar a los
violadores poniéndolos en manos de la justicia; informar a los niños y niñas católicos
que nadie está por encima de la ley y que nadie debe tocarlos bajo el pretexto
que representan a un dios. Esa sería una buena señal.
Teresa Carpio V.
Asesora Regional LAC, Save the Children
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