Era la escena que le faltaba a La Cautiva. La escena de la censura. De la reprobación oficial.
Del acoso de las autoridades y la policía al autor, la directora y el equipo artístico, con la posibilidad de que estos dieran con sus huesos en la cárcel por la imaginaria comisión del delito de apología del terrorismo senderista. Esa escena la aportaron, con la plata de todos los peruanos, actores de tercera como el desbocado ministro Urresti, una Dircote muy venida a menos y el procurador Galindo, tan sin brillo y sin luz. En vez de investigar, identificar y capturar a los verdaderos matarifes, se asumieron como críticos policíaco-literarios o tal vez como personjes en busca de autor. Pero hay que decir que no tienen futuro. Son actores chapuceros. Groseros. Sin ensayo. De cortina y humo.
¡Qué papelón terminaron haciendo el ministro Urresti, la Dircote, el coronel Arriola y el procurador Galindo! Luego de respaldar públicamente la torpeza policial y de calificar la obra como “macabra”, Urresti decidió retroceder y cerrar el asunto –cómo no- con una más de sus bromitas. Según él, habría que agradecerle a la Dircote por la “publicidad” hecha a La Cautiva. Pero la cosa no es tan sencilla. No. La acción que se ha intentado contra La Cautiva representa una amenaza contra la libertad de expresión y la libertad de creación artística. Ominosa. Inédita. Peligrosa. Es preocupante saber que la garantía de estas libertades se encuentra en manos de gente tan corta, ignorante y fascistoide.
La excepción en el gobierno fue la ministra de Cultura Diana Álvarez Calderón, quien sin pérdida de tiempo emitió un comunicado de claro respaldo a los creadores de La Cautiva, resaltando sus méritos, entre los cuales habría que añadir el coraje. Para poner en escena la obra. Para enfrentar esta prueba con serenidad. Para mantener la dignidad en este tiempo de canallas. Tras el golpe absurdo, la directora Chela de Ferrari -una de las más vigorosas directoras de nuestro país, a la vez incansable promotora del teatro y de experiencias empresariales que buscan crear un espacio al buen teatro- dijo: “No fuimos ingenuos. Sabíamos que tocábamos un tema difícil, pero debíamos hacerlo porque es importante hacer memoria”. ¡Cuánta razón tenía! No es fácil, nada fácil, afrontar un periodo traumático como el de la violencia que sacudió nuestro país entre 1980 y 1995. Es un propósito erizado de dificultades, controversia, incomprensión, intolerancia, represalias y mala interpretación deliberada por parte de numerosos sectores interesados en negar la plena verdad de los hechos para ocultar sus propias y graves responsabilidades, que con frecuencia son de carácter delictivo. Basta ver la reacción de esos sectores, que tienen mucho poder, frente al Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
La cosa parecía ya decidida para mal cuando el procurador antiterrorista Julio Galindo declaró, poco menos, que alistaba la denuncia contra el autor, la directora, los productores y los actores de La Cautiva. Solo faltaba denunciar a los espectadores, especialmente a los que aplaudieron. ¡El Estado contra una ficción teatral, contra una creación literaria y escénica… qué alucinante! En este asunto (y no solo en él) he sentido vergüenza ajena por el procurador. Finalmente, si hubiese presentado la cantinflesca denuncia, el fiscal tendría que haberla enviado simple y llanamente al carajo, por estúpida.
El macartismo del procurador Galindo tiene numerosos antecedentes desde el gobierno aprista. Es increíble que la administración de Humala lo haya mantenido. Alentado. Apapachado. Alguien, a través de un tuit, hizo sobre él la siguiente aguda observación: “El Procurador Galindo sería capaz de denunciar a El Padrino o Caracortada porque, según él, hacen apología a la mafia. Plop!”. Está en lo cierto. Y no lo hace solo porque no tiene competencia para ocuparse de los asuntos del crimen organizado. Por otro lado, Galindo tiene graves y documentadas acusaciones de ineficiencia que han llevado a la liberación de cabecillas terroristas del VRAE, y ha fracasado en el cobro de las reparaciones civiles impuestas a los condenados. Razones más que suficientes para un expeditivo despido. Para ser echado sin contemplaciones.
Fuera del gobierno, dos fujimoristas y un connotado dirigente del partido de Luis Castañeda Lossio asumieron con entusiasmo los ataques contra La Cautiva. Este último, Martín Belaunde Moreyra, con sus desafortunadas afirmaciones nos da idea de lo que significa la gestión de su líder para la cultura en la Municipalidad de Lima: censura. Estrechez de criterio. Mediocridad para lo que evidentemente será la quinta rueda del coche en su gestión. Sin embargo, fueron las dos fujimoristas, Martha Chávez y Martha Meier MQ, quienes dejaron muy claro lo que importaría para la cultura y la libertad de expresión un gobierno fujimorista en el 2016.
No se puede negar que Martha Chávez se lució una vez más. Se compró el pleito con alegría. Oscurantista como siempre y como nadie. Confesando no haber visto la obra teatral, se dedicó a sembrar insidia relacionando groseramente al equipo artístico de La Cautiva con lo que sería un aparato de propaganda de Sendero Luminoso.
Toda una campaña para empapelar por senderismo a los productores de la obra teatral. ¿A quién quería engañar la señora Chávez cuando decía: “no me refiero a tal o cual obra”? Sin embargo, hay que reconocer la franqueza con que confiesa su vocación fascistoide por la censura: “Me refiero en abstracto a no conceder neutralidad ni asepsia a lo q llaman arte”. Todo un manifiesto de militancia en el macarthismo, esa perversión reaccionaria que veía comunismo hasta en la sopa en los Estados Unidos y que desató la peor cacería de brujas contra la libertad de expresión y de creación, de la cual fue víctima el propio Charlie Chaplin.
Pero la cereza de la torta la puso Martha Meier MQ, quien el 13 de enero salió con todo a apoyar la inminente denuncia del procurador Galindo en contra de la obra teatral La Cautiva afirmando: “Toda esa campaña contra @DanielUrresti1 es porque se le ha cuadrado a la terrucada y a los caviares. Punto!!!!”. Parece mentira que una persona con tal criterio de censura sobre el arte, y solo porque esa censura y amenaza de cárcel se dirigen contra sus odiados “caviares”, sea la editora del suplemento cultural del diario El Comercio. Suplemento, dicho sea de paso, tan venido a menos y hoy realmente insignificante a pesar de los esfuerzos de los muchachos que realmente se encargan del trabajo. Y cómo no, con una editora que piensa así.
Claro está, más allá del discurso facho, momio, la tarea de investigar, afrontar y procesar el pasado de violencia que vivimos debe llevarse a cabo contra viento y marea. Y allí están los avances cada vez más profundos, variados y renovados en el registro, el análisis, la reflexión y la proyección sobre aquellos hechos dolorosos que definitivamente nos marcaron. Aun en un ambiente donde el silencio y la mediocridad pretenden imponerse, siempre se levantarán voces lúcidas que se atrevan a hablar.
Es lo que ocurre con La Cautiva, una obra teatral de enorme valor artístico y testimonial sobre la violencia de nuestra historia reciente. Una apuesta consistente y sin duda valiente que plantea al público una visión sin dorar la píldora acerca de la brutalidad que se enseñoreó de nuestro país y de las vidas de las personas, particularmente de los más humildes, pobres e indefensos, y que al mismo tiempo ofrece un espacio catártico donde la reflexión surge al amparo de esa profunda dimensión humana que es la experiencia estética. ¡Ojalá la repongan pronto!
Del acoso de las autoridades y la policía al autor, la directora y el equipo artístico, con la posibilidad de que estos dieran con sus huesos en la cárcel por la imaginaria comisión del delito de apología del terrorismo senderista. Esa escena la aportaron, con la plata de todos los peruanos, actores de tercera como el desbocado ministro Urresti, una Dircote muy venida a menos y el procurador Galindo, tan sin brillo y sin luz. En vez de investigar, identificar y capturar a los verdaderos matarifes, se asumieron como críticos policíaco-literarios o tal vez como personjes en busca de autor. Pero hay que decir que no tienen futuro. Son actores chapuceros. Groseros. Sin ensayo. De cortina y humo.
¡Qué papelón terminaron haciendo el ministro Urresti, la Dircote, el coronel Arriola y el procurador Galindo! Luego de respaldar públicamente la torpeza policial y de calificar la obra como “macabra”, Urresti decidió retroceder y cerrar el asunto –cómo no- con una más de sus bromitas. Según él, habría que agradecerle a la Dircote por la “publicidad” hecha a La Cautiva. Pero la cosa no es tan sencilla. No. La acción que se ha intentado contra La Cautiva representa una amenaza contra la libertad de expresión y la libertad de creación artística. Ominosa. Inédita. Peligrosa. Es preocupante saber que la garantía de estas libertades se encuentra en manos de gente tan corta, ignorante y fascistoide.
La excepción en el gobierno fue la ministra de Cultura Diana Álvarez Calderón, quien sin pérdida de tiempo emitió un comunicado de claro respaldo a los creadores de La Cautiva, resaltando sus méritos, entre los cuales habría que añadir el coraje. Para poner en escena la obra. Para enfrentar esta prueba con serenidad. Para mantener la dignidad en este tiempo de canallas. Tras el golpe absurdo, la directora Chela de Ferrari -una de las más vigorosas directoras de nuestro país, a la vez incansable promotora del teatro y de experiencias empresariales que buscan crear un espacio al buen teatro- dijo: “No fuimos ingenuos. Sabíamos que tocábamos un tema difícil, pero debíamos hacerlo porque es importante hacer memoria”. ¡Cuánta razón tenía! No es fácil, nada fácil, afrontar un periodo traumático como el de la violencia que sacudió nuestro país entre 1980 y 1995. Es un propósito erizado de dificultades, controversia, incomprensión, intolerancia, represalias y mala interpretación deliberada por parte de numerosos sectores interesados en negar la plena verdad de los hechos para ocultar sus propias y graves responsabilidades, que con frecuencia son de carácter delictivo. Basta ver la reacción de esos sectores, que tienen mucho poder, frente al Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
La cosa parecía ya decidida para mal cuando el procurador antiterrorista Julio Galindo declaró, poco menos, que alistaba la denuncia contra el autor, la directora, los productores y los actores de La Cautiva. Solo faltaba denunciar a los espectadores, especialmente a los que aplaudieron. ¡El Estado contra una ficción teatral, contra una creación literaria y escénica… qué alucinante! En este asunto (y no solo en él) he sentido vergüenza ajena por el procurador. Finalmente, si hubiese presentado la cantinflesca denuncia, el fiscal tendría que haberla enviado simple y llanamente al carajo, por estúpida.
El macartismo del procurador Galindo tiene numerosos antecedentes desde el gobierno aprista. Es increíble que la administración de Humala lo haya mantenido. Alentado. Apapachado. Alguien, a través de un tuit, hizo sobre él la siguiente aguda observación: “El Procurador Galindo sería capaz de denunciar a El Padrino o Caracortada porque, según él, hacen apología a la mafia. Plop!”. Está en lo cierto. Y no lo hace solo porque no tiene competencia para ocuparse de los asuntos del crimen organizado. Por otro lado, Galindo tiene graves y documentadas acusaciones de ineficiencia que han llevado a la liberación de cabecillas terroristas del VRAE, y ha fracasado en el cobro de las reparaciones civiles impuestas a los condenados. Razones más que suficientes para un expeditivo despido. Para ser echado sin contemplaciones.
Fuera del gobierno, dos fujimoristas y un connotado dirigente del partido de Luis Castañeda Lossio asumieron con entusiasmo los ataques contra La Cautiva. Este último, Martín Belaunde Moreyra, con sus desafortunadas afirmaciones nos da idea de lo que significa la gestión de su líder para la cultura en la Municipalidad de Lima: censura. Estrechez de criterio. Mediocridad para lo que evidentemente será la quinta rueda del coche en su gestión. Sin embargo, fueron las dos fujimoristas, Martha Chávez y Martha Meier MQ, quienes dejaron muy claro lo que importaría para la cultura y la libertad de expresión un gobierno fujimorista en el 2016.
No se puede negar que Martha Chávez se lució una vez más. Se compró el pleito con alegría. Oscurantista como siempre y como nadie. Confesando no haber visto la obra teatral, se dedicó a sembrar insidia relacionando groseramente al equipo artístico de La Cautiva con lo que sería un aparato de propaganda de Sendero Luminoso.
Toda una campaña para empapelar por senderismo a los productores de la obra teatral. ¿A quién quería engañar la señora Chávez cuando decía: “no me refiero a tal o cual obra”? Sin embargo, hay que reconocer la franqueza con que confiesa su vocación fascistoide por la censura: “Me refiero en abstracto a no conceder neutralidad ni asepsia a lo q llaman arte”. Todo un manifiesto de militancia en el macarthismo, esa perversión reaccionaria que veía comunismo hasta en la sopa en los Estados Unidos y que desató la peor cacería de brujas contra la libertad de expresión y de creación, de la cual fue víctima el propio Charlie Chaplin.
Pero la cereza de la torta la puso Martha Meier MQ, quien el 13 de enero salió con todo a apoyar la inminente denuncia del procurador Galindo en contra de la obra teatral La Cautiva afirmando: “Toda esa campaña contra @DanielUrresti1 es porque se le ha cuadrado a la terrucada y a los caviares. Punto!!!!”. Parece mentira que una persona con tal criterio de censura sobre el arte, y solo porque esa censura y amenaza de cárcel se dirigen contra sus odiados “caviares”, sea la editora del suplemento cultural del diario El Comercio. Suplemento, dicho sea de paso, tan venido a menos y hoy realmente insignificante a pesar de los esfuerzos de los muchachos que realmente se encargan del trabajo. Y cómo no, con una editora que piensa así.
Claro está, más allá del discurso facho, momio, la tarea de investigar, afrontar y procesar el pasado de violencia que vivimos debe llevarse a cabo contra viento y marea. Y allí están los avances cada vez más profundos, variados y renovados en el registro, el análisis, la reflexión y la proyección sobre aquellos hechos dolorosos que definitivamente nos marcaron. Aun en un ambiente donde el silencio y la mediocridad pretenden imponerse, siempre se levantarán voces lúcidas que se atrevan a hablar.
Es lo que ocurre con La Cautiva, una obra teatral de enorme valor artístico y testimonial sobre la violencia de nuestra historia reciente. Una apuesta consistente y sin duda valiente que plantea al público una visión sin dorar la píldora acerca de la brutalidad que se enseñoreó de nuestro país y de las vidas de las personas, particularmente de los más humildes, pobres e indefensos, y que al mismo tiempo ofrece un espacio catártico donde la reflexión surge al amparo de esa profunda dimensión humana que es la experiencia estética. ¡Ojalá la repongan pronto!
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