“Roba, pero hace obra”. ¿Cuándo surgió esta expresión? Asumo que debe ser muy antigua. Por lo pronto, yo la he escuchado toda mi vida, por lo general, dicha con resignación y encogimiento de hombros, como si no hubiera otro remedio, como si fuese la alternativa preferible al robo puro y simple del erario, como si fuese algo por lo cual debiéramos estar agradecidos profundamente al político o al burócrata encaramados como buitres en la administración del Estado.
Con frecuencia esta expresión la usan muchos con admiración para recordar a algunos presidentes: Odría y Fujimori, entre los presidentes del Perú contemporáneo, suelen ser depositarios de esa loa dudosa, que parece condonar sus tropelías. Así, Odría pudo irse a vivir sin remordimiento ni vergüenza alguna en la lujosa casa situada en el fundo que le obsequiaron, al final de la avenida Primavera, unos empresarios enriquecidos bajo su gobierno, sin que ninguna investigación lo alcanzara jamás. Fujimori, a pesar de estar sentenciado por delitos de corrupción comprobados, que además ha confesado plenamente, reclama sus privilegios y su libertad como si tuviera todo el derecho del mundo, basado sin duda en la doctrina inspirada por la dichosa frase.
Y tanto Odría como Fujimori, que en el imaginario de mucha gente robaron y hasta torturaron y mataron, pero hicieron obra, gozaron de asombrosa popularidad. Odría pudo formar la Unión Nacional Odriísta, partido personal que obtuvo altas votaciones para su candidatura presidencial en los comicios de 1962 y 1963, y estuvo a punto de ser consagrado presidente cuando el APRA, el partido de sus enemigos a quienes persiguió con saña, le ofreció declinar en su favor la candidatura de Haya de la Torre para evitar el golpe militar, que de todos modos se produjo y obligó a la realización de nuevas elecciones.
Fujimori, por su parte, que superó de lejos a cualquier otro gobierno peruano en dimensiones de saqueo del erario, de lo cual quedaron pruebas plenas que en parte vimos todos en televisión nacional, mantiene hasta hoy un partido que en las elecciones del 2011 estuvo a punto de ganar la presidencia, y que se propone obtenerla de todos modos en el 2016. Para entonces cuenta con que el electorado le permitirá salir de prisión a ejercer el poder a sus anchas, a través de su hija, sin arrepentirse ni avergonzarse de nada.
Se trata evidentemente de un problema nacional, lo que encierra dentro de esta frasecita de marras. No se trata del crédito que le damos a un político frente a las acusaciones de sus adversarios, sino de la adhesión moralmente indiferente, es decir, cínica, cuando no cómplice, a sus crímenes, por la ilusión absolutamente infundada de que, en el balance final, esos crímenes nos benefician o no nos afectan, en tanto haya obras, bonanza, dinero circulando en abundancia, favores derramados a montones, licencias y privilegios, obsequio masivo de polos, víveres y chucherías.
Quienes piensan así no quieren enterarse del costo real de la corrupción, que por supuesto no aparece en los discursos de los gobernantes corruptos ni de sus corifeos. Un gobernante corrupto le cuesta a su comunidad muchísimo dinero, miles de millones de dólares en el caso del gobierno de Fujimori, dinero que no llegará a quienes lo necesitan con urgencia para poder comer o curarse. Fuera del dinero, es incalculable lo que los políticos que roban pero hacen obra le cuestan a la comunidad por la desmoralización honda que causan, cuya huella es incurable, haciendo perpetuo el subdesarrollo, cuyas causas están encerradas en la cínica frasecita.
Todo puede suceder, aquí se ha reelegido a un presidente que hizo un primer gobierno desastroso y que, en el segundo, acuñó otra frase de antología: “La plata llega sola”.
Artículo de Ronald Gamarra Herrera publicado en Diario16, el domingo 05 de octubre de 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario