26 may 2014

"Un debate histórico" por Ronald Gamarra

El debate que se desarrolla en torno al Proyecto de Ley de Unión Civil ha sido y es fructífero. Por primera vez en nuestro país se discute sobre la situación social y jurídica de la minoría homosexual, hasta hoy siempre ignorada para todo lo que no sea estigmatizarla y agredirla gratuitamente. Pero ganar un lugar en la agenda nacional no ha sido posible sin una larga lucha que, pese a todos sus progresos, no hace sino ensayar sus primeras batallas de igual a igual.

Un resultado inmediato de esta batalla de ideas ha sido dejar en claro cuáles son los argumentos de cada sector, en sus diversas variantes, y exponerlos ante la opinión pública más amplia que hasta ahora haya tenido un debate relacionado con la condición de la población LGTB en la sociedad. Por cierto, no cabe ser tan optimista sobre la claridad con que los argumentos llegan más allá del núcleo de los enterados, pero el solo hecho de que haya un debate cuyos ecos llegan a las primeras planas y a la televisión, y que obliga a los grupos políticos y sociales a tomar posición, es ya un progreso enorme, una victoria que debe celebrarse sobre quienes preferirían mil veces mantener en silencio, como hasta ahora, una terrible situación de marginación y expolio de derechos.

Las escaramuzas iniciales del debate han permitido también revelar la naturaleza de los argumentos de cada sector. De un lado la postura progresiva, favorable a la integración, el reconocimiento y la consagración jurídica consecuente de plenos derechos para la población LGTB, iguales a los de la población heterosexual. Todo ello con base en el respeto a la libertad individual, la tolerancia, la dignidad humana, la igualdad y la realización plena de los derechos humanos; y, claro, desde un punto de vista sobre la homosexualidad que la considera como una manifestación de la sexualidad humana tan legítima como la heterosexual y rechaza su estigmatización como “aberración” o “perversidad” y aun más su criminalización. Esta posición funda sus argumentos en una tradición de librepensamiento y crítica a las supuestas verdades establecidas o reveladas, y la denuncia de intereses creados que se escudan tras razonamientos de presunta moralidad.

Frente a esto, la postura contraria ha demostrado una sorprendente miseria argumental. Prejuicios, fundamentalismo religioso, fariseísmo, dogmatismo. Una defensa de la familia donde esta es falsificada y presentada como un figurín al gusto de los aficionados a los cuentos de hadas. Una cerrazón que no admite otra alternativa para las personas LGTB que la de vivir en silencio, clandestinamente, avergonzadas, sin explicar por qué, en el supuesto plan divino, los homosexuales deben vivir con derechos limitados y soportando el estigma de la anormalidad y la perversión que les chantaron por su condición de minoría.

Pero lo que queda aún más claro es que tras estos prejuicios, tras este fundamentalismo, tras este fariseísmo, lo que se oculta a fin de cuentas es simplemente odio. Odio puro, irracional y ciego, inmotivado, que se ha expresado una vez más en la reacción mezquina frente a la admirable declaración pública del congresista Carlos Bruce sobre su homosexualidad. Porque es inmotivada la agresión que sufren los homosexuales desde siempre, desde la escuela y en todos los días de sus vidas, en que la sociedad les vomita su desprecio de mil formas.

Cipriani y el pastor Rosas han movilizado cientos de miles de personas en contra de la iniciativa de derechos iguales para las personas LGTB. ¿Alguna vez los han visto hacer igual esfuerzo, o siquiera hacer un llamado, contra el bullying cotidiano que esas personas sufren de palabra y obra? Para eso no les alcanza su modo de entender la caridad cristiana.

Artículo de Ronald Gamarra publicado en Diario16 el domingo 26 de mayo de 2014.

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