Este primero de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, es sin duda el más triste y crítico que se conmemora desde que nuestra generación tiene recuerdo. No solamente porque no podrá haber, como era habitual, celebraciones públicas y manifestaciones masivas de los trabajadores en la mayoría de los países del mundo por causa de la emergencia sanitaria global. Al fin y al cabo las celebraciones son lo de menos. Cosas más importantes y graves están en juego.
Para
empezar, está en serio peligro el propio derecho al trabajo de millones de
trabajadores en el mundo y en nuestro propio país. En este preciso momento,
millones de personas no tienen ninguna claridad sobre cuál será su futuro
laboral después de la prolongada cuarentena, primero, y mientras dure la
pandemia, lo cual nadie sabe cuándo ocurrirá. Las vidas de millones y millones
de personas cambiarán y no precisamente para mejor. Se abre una era de absoluta
incertidumbre.
A
estas alturas parece evidente que muchas actividades laborales colapsarán y no
podrán continuar bajo la misma forma en las nuevas condiciones impuestas por la
pandemia. Tendrán que adaptarse o reinventarse, con los costos inevitables de
carácter económico y social que ello implica. Esto, en principio, debería ser
una tarea solidaria, en la cual se involucren todos los sectores sociales y el
Estado. Pero este no parece ser el caso en el mundo ni en nuestro país.
La
derecha propietaria la tiene clara: ellos exigen que el costo de la
reconversión y las pérdidas de la crisis económica causada por la pandemia
recaigan sobre los trabajadores y el Estado. Ellos ya se han adelantado con
propuestas presentadas a las autoridades nacionales que privilegian sus propios
intereses, puestos en primer lugar sin el menor empacho por sobre los intereses
de los demás. Ellos exigen condiciones favorables y apoyo oficial para
participar de la reconstrucción. Ellos no pagarán la crisis. Que sean los otros
los que se jodan!
Quienes
creían que la lucha de clases no existe, que ya terminó o que es un concepto
superado, tienen ahora una prueba concreta y sólida de lo contrario. Hay un
sector social privilegiado y propietario que, al menos, tiene plena conciencia
de ello y ejerce su poder a fondo en esa lucha. Y saben claramente qué es lo
que tienen que defender y cómo hacerlo. Tienen claridad sobre sus intereses y
objetivos y cómo imponerlos. No serán ellos los que paguen o aporten de manera
sustantiva para superar la crisis.
Mientras
tanto, la gran masa de trabajadores permanece desconcertada y confundida,
cumpliendo la cuarentena, preocupados por su futuro ciertamente, pero sin
capacidad de responder a las pretensiones de la derecha por medio de sus
organizaciones sindicales menoscabadas y ninguneadas por décadas o por medio de
representantes políticos que prácticamente no tienen posición clara, ni
interés, ni la información necesaria para oponerse y contradecir exitosamente a
la derecha.
Peor
es la situación de los trabajadores informales. Doblemente amenazados por su
precariedad laboral, sin derechos, librados a merced de los propietarios, y
trabajando en las peores condiciones imaginables, apropiadas para que nadie se
salve de la pandemia. Qué ha de ocurrir con ellos, es toda una interrogante sin
respuesta clara. En nuestro país, el 70% de la actividad económica es informal.
Hablamos del sector que da de comer a la mayoría nacional.
¿Y
qué decir de aquella legión de trabajadores que se inventan su propio trabajo y
viven con lo que pueden reunir penosamente en largas jornadas en las calles? Ya
en los días de la cuarentena, estos trabajadores sin patrón y sin ingreso
seguro las han visto absolutamente negras y todos hemos sido testigos del modo
en que muchos de ellos desafiaban las disposiciones de aislamiento social ante
la disyuntiva de morir por la enfermedad o morir de hambre.
El
orden económico y social que surja en la reconstrucción no puede ser el mismo
capitalismo salvaje que nos ha llevado a este desastre. Los trabajadores tienen
que organizarse de algún modo y hacer sentir su voz y su peso. Gramsci decía –y
aún resuena esa inteligencia- “Organícense, porque tendremos necesidad de toda
vuestra fuerza”. No podemos vivir más en un sistema donde los beneficios se
reservan para una minoría y para la inmensa mayoría queda lo que “chorrea” de
esos beneficios. La justicia social, la primacía de lo social, debe convertirse
en el eje de una nueva convivencia. Y con ella, una política radical de
distribución, una nueva política fiscal de carácter progresiva. También, aunque
saque ronchas a la derecha y sus liberales, un impuesto a las grandes fortunas.
Como
parte de la necesidad de esa organización de los trabajadores, y en referencia
a las próximas elecciones de 2021, cabe la pregunta: elegimos a una
representación política que surja de los trabajadores y el pueblo en general o
elegimos a un gobernante y un Congreso que profundice los privilegios y las
desigualdades. En nuestras manos está que la oportunidad sea generosamente aprovechada.
Óyelo que te conviene!
Este
Primero de Mayo, el más triste, que sucede en el momento más crítico del cual
tengamos recuerdo, debe convertirse en el momento para recordar, recuperar y
despertar la conciencia de los trabajadores sobre sus derechos fundamentales y
en particular sobre sus derechos laborales. Y muy especialmente sobre el rol
protagónico que deberán jugar para no resultar los perdedores de la
reconstrucción, como ha ocurrido tradicionalmente. Así que, nuevamente con Gramsci, trabajadoras
y trabajadores de la patria, “Agítense, porque tendremos necesidad de todo
vuestro entusiasmo”.
Esta
vez, señoras y señores de la derecha propietaria, las cosas deben ser al revés.
Artículo de opinión de Ronald Gamarra Herrera publicado en Hildebrand en sus trece el viernes 01 de mayo de 2020.
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