"LOVE" narra la historia de cientos de menores que se prostituyen como forma de supervivencia y cómo ayuda el único refugio que tienen: un hogar de las Misiones Salesianas.
Por Isabel Valdez.
Una mañana, de mediados de marzo, como muchas otras mañanas, entregaron el correo y dejaron un paquete al lado del ordenador. A penas pesaba, al menos hasta que fue abierto. Era de plástico fino, de pelo largo y de color yema, sandalias rosas de tacón, dos trozos de tela deshilachada como top y como falda y un bolso horrible con unas cuantas piedras brillantes para adornarlo. Se llamaba Aminata, La muñeca prostituta, y ya no solo pesaba, también desconcertaba, confuncía y molestaba. Hasta que le dabas la vuelta: el reverso de la caja era una convocatoria de prensa de las Misiones Salesianas para asistir a la presentación del documental LOVE sobre la prostitución de niñas en Freetown, la capital de Sierra Leona.
Aminata existe,, tenía 13 años cuando se convirtió en prostituta, llegó a cobrar 20 céntimos de euro por tener sexo y 1,50 le parecía una pequeña fortuna. Enfermó, fue violada y maltratada. Contrajo enfermedades de transmisión sexual, a su padre ni lo recuerda y su madre murió, vivió entre la basura y durmió mientras las ratas caían por la hojalata del techo. Aminata se pintaba los labios y los párpados y las pestañas frente a un sucio espejo de plástico rodeado de velas siempre a punto de consumirse, y se iba a la calle, a buscar un lugar de paso de clientes, de madrugada, sin preservativos y sin ninguna certeza sobre si volvería al slum de donde salía, casi cada noche. Aminata tenía 13 años cuando empezó todo y no soñó nunca con ser prostituta.
Tampoco aspiraban a vender vender sus noches ni sus cuerpos las otras adolescentes que aparecen junto a Aminata en el documental, dirigido por Raúl de la Fuente e ideado por Alberto López, que fue quien descubrió el tema y realizó varias visitas de preproducción antes de viajar, como productor, junto a De la Fuente y Natxo Leuza. Este 4 de abril los tres están de estreno.
A De la Fuente le cuesta mantener la emoción y el orgullo cuando lleva un rato de conversación al teléfono. Por los datos técnicos pasó sin problema: el documental, que es la undécima colaboración del realizador con los salesianos, se grabó entre mayo y noviembre de 2017 con un equipo pequeño, no debía ser ni invasivo ni lesivo. “Trabajamos con cámaras bastante pequeñas e iluminación muy ligera; casi siempre de noche o a primeras o últimas horas del día [para buscar la luz más adecuada]”. En Sierra Leona tuvieron todas las facilidades que pueden pedirse en un contexto así: “Jorge Crisafulli [el misionero salesiano que encontró a las niñas y trabaja con ellas] no es solo una persona fantástica, es, además, un buen productor. Consiguió casi cualquier propuesta: favelas, basureros, una barca, los paisajes, grabar con dron, hablar con la policía...”.
Tampoco aspiraban a vender vender sus noches ni sus cuerpos las otras adolescentes que aparecen junto a Aminata en el documental, dirigido por Raúl de la Fuente e ideado por Alberto López, que fue quien descubrió el tema y realizó varias visitas de preproducción antes de viajar, como productor, junto a De la Fuente y Natxo Leuza. Este 4 de abril los tres están de estreno.
A De la Fuente le cuesta mantener la emoción y el orgullo cuando lleva un rato de conversación al teléfono. Por los datos técnicos pasó sin problema: el documental, que es la undécima colaboración del realizador con los salesianos, se grabó entre mayo y noviembre de 2017 con un equipo pequeño, no debía ser ni invasivo ni lesivo. “Trabajamos con cámaras bastante pequeñas e iluminación muy ligera; casi siempre de noche o a primeras o últimas horas del día [para buscar la luz más adecuada]”. En Sierra Leona tuvieron todas las facilidades que pueden pedirse en un contexto así: “Jorge Crisafulli [el misionero salesiano que encontró a las niñas y trabaja con ellas] no es solo una persona fantástica, es, además, un buen productor. Consiguió casi cualquier propuesta: favelas, basureros, una barca, los paisajes, grabar con dron, hablar con la policía...”.
Pero tras esa consecución de detalles técnicos, “impecables, eso sí”, está la historia, y está convencido el director de que es “la más sensible y más dura y más aberrante” con la que se ha cruzado nunca. Volver a la sala de edición para revisar a través de una pantalla lo que seguía ocurriendo en Freetown no fue fácil. “Había que enfrentarse a ello cada mañana, siendo conscientes de esa realidad... El objetivo de esta película es mostrarla y enaltecer la figura de estas chicas. Porque de verdad son tremendamente valientes”.
De la Fuente,
que conoció Sierra Leona en 2006, sabe que la herida de la violencia y
la muerte en el país supura sin descanso: los ecos de la guerra civil,
el ébola, los incendios, las inundaciones... Y a pesar de conocerlo,
recuerda con “horror” el día que entró por primera vez al cuchitril
donde vivía Aminata: “Parecía un cuento de los hermanos Grimm. Las niñas
estaban en círculo, una contra otra, contando aquellas pesadillas. El
día del primer contacto perdí el sueño, era como la casa del terror”.
Por su memoria también ronda el chulo, al que las menores llaman Daddy,
para quien el sometimiento y el control está tan normalizado y es tan
impune que ni siquiera le importó ser filmado. Rabia, impotencia e
incredulidad son las palabras que usa De la Fuente para describir el
choque emocional que supuso verlas sonreír como niñas mientras relataban
los pequeños infiernos por los que habían pasado .
Ese es exactamente el resumen que hace, pidiendo perdón con antelación por si la frase resulta cruda, Jorge Crisafulli: "Son niñas de día, pero por la noche con prostitutas, ejercen la prostitución como adultas". Desde hace años, las Misiones Salesianas recorren las calles de Freetown buscando a los menores huérfanos o abandonados, a los que pudieran ayudar. En esa búsqueda, en septiembre del 2016, el salesiano se dio cuenta de la enorme cantidad de niñas que había en iertos puntos de la ciudad. Recuerda que era época de lluvias la primera vez que se topó con el grupo de Aminata; sobre ese suelo embarrado que levantaba gotas de fango al pisar, Crisafulli se acercó, espantando a los hombres que las rodeaban y en 15 minutos de conversación les explicó quién era, dónde trabajaba y qué les podía ofrecer: una revisión médica en el Connaught Hospital de Freetown, un techo y comida. “Recuerdo que Aminata, Teresa y Victoria se rieron y se marcharon”.
Al día siguiente, seis de las siete se presentaron en la casa. “La más pequeña tenía nueve años, la mayor no había cumplido los 15”. Las llevaron al hospital, les dieron un plato de arroz que ellas quisieron repetir y, entonces, entraron en escena los peluches. “Antes de irnos para el médico me acordé de que tenía un saco de ositos que habían enviado. Le di uno a cada una y se pusieron a jugar y a colocárselos a la espalda con una tela, como llevan las mujeres africanas a sus bebés. Me di cuenta ahí, de forma clarísima: eran niñas. Sentían, miraban, pensaban, se reían y vivían como niñas”. Con esa “revelación” nació el programa Girls OS+ (Os, en criollo, significa refugio): análisis clínicos (sífilis, gonorrea, hepatitis, sida…), atención sanitaria, tres comidas al día, una casa donde vivir y la ayuda y el empuje para retomar los estudios y reinsertarse con sus familias. Algo que consiguen cada vez más niñas.
Detrás de cada pequeño éxito está el trabajo de 15 trabajadores sociales. “Un ejército de gente trabajando contra todo aquello que perjudique a las menores y con un programa que fue haciéndose más completo con el tiempo”. A través de Girls Shelter+ se las empodera para salir de las calles, y otras chicas que ya han conseguido salir de la prostitución, comparten sus experiencias para animar al resto.
El trabajo de Don Bosco Fambul tiene varias ramas y es concienzudo y constante. En cuanto a salud, cubren las revisiones médicas y los análisis de las menores, que ellas no pueden costearse prácticamente nunca en un país en el que si no tienes dinero, puedes olvidarte de la sanidad: “Lamentablemente, el 100% padece alguna enfermedad de transmisión sexual y un porcentaje alto tiene sida y hepatitis B”. Dos semanas antes de esta entrevista, una niña de 14 años había muerto por hepatitis B, “con sida, además, y llena de verrugas genitales”. Crisafulli explica que esta muerte no solo impactó emocionalmente en la vida del resto de las chicas que vivían con ella y que la vieron fallecer, sino que hay un efecto resorte que las empuja a pedir ayuda a los salesianos, que en la mayoría de ocasiones buscan de forma proactiva a las chicas.
“Un autobús de Don Bosco sale cada viernes a las cuatro de la tarde para recorrer las calles de Freetown e ir recogiendo a las chicas. Ellas ya saben que ese día no han de preocuparse por la comida, así que no se trabaja”, cuenta Crisafulli. Y cada viernes, al final del recorrido, donde tienen montado un pequeño stand, hay entre 70 y 90 niñas. “Estas salidas con el autobús han sido una estrategia increíblemente afortunada. No hay que esperar, hay que salir antes, de que lleguen con los problemas ya irresolubles, hay que prevenir”. Durante el recorrido y en distintos talleres surgidos de esos viajes las chicas aprenden higiene sexual y reproductiva, pueden saber si tienen VIH/sida y la congregación las inscribe en un programa de antirretrovirales del Gobierno, conocen mecanismos para detectar señales de violencia de género, turismo sexual y tráfico de personas y, quienes son buenas comunicadoras, hacen un curso con una ONG para aprender a compartir su experiencia y evitar que otras chicas pasen por lo mismo. “Es importante que sean ellas mismas quienes transmitan su experiencia. Si yo les intento dar consejos... ¡bah!, a mí no me dan ni bolilla. Entre ellas sí”.
También en esos pequeños recorridos se les insiste en la Line Child, una línea telefónica que funciona de forma ininterrumpida desde 2010 y que sirve para que cualquier menor llame para compartir y buscar solución a sus problemas. “Ahora queremos crear la Hot Line, un número gratis y anónimo que sirva como campaña antitráfico, para que cualquiera que vea una situación rara pueda denunciarla”, apunta el misionero. Sabe que sin una base educativa, en todos los sentidos, será difícil que las niñas quieran y puedan salir de ese bucle en el que se convierte la prostitución, ya sea por supervivencia propia, la de familiares o para pagar los estudios de sus hermanos o los suyos propios. En Don Bosco Fambul tienen ya algunos programas para aportarles esa base y formarlas profesionalmente: “Darles no solo la esperanza, sino las herramientas para avanzar en aquel oficio que se propongan”. Crisafulli apunta, por ejemplo, a negocios de peluquería, abastos, hostelería, catering o limpieza, estructurados, en parte, a través de acuerdos con negocios de Freetown para que el aprendizaje sea realmente práctico y efectivo.
Y la última parte, a veces la más dolorosa y la más difícil: la reinserción. Lo que desde las misiones se llama reunificación y que ya han conseguido con éxito en 146 casos. “Haber estado prostituyéndose es una llaga infecciosa. Si las familias se enteran [las que todavía la tienen] las rechazan. Cuando hacemos el estudio para ver dónde pueden reinsertarse, los más abiertos son los abuelos”. Es entonces cuando uno de los trabajadores de las misiones les explica los abusos, traumas, violencia y dificultades por las que han pasado las niñas. ”Y los abuelos siempre están ahí, dispuestos a entender y a hacerles un hueco para volver a empezar”.
Exactamente lo que ocurrió con Aminata, a pesar de lo sdifícil que fue que se diera cuenta de que su vida no tenía por qué ser esa. Ella, cuando mira atrás, cuando vio el documental, no puede evitar llorar, incontenible, y repite "cuánto dolor" una y otra vez. Volvió a casa de su abuela, en l aldea e Pebel, para cuidarla y earse cuidar Allí tiene montado un servicio de peluquería y un pequeño mercado; ahora, sin lágrimas, cuenta que es respetada, querida y admirada por su comunidad. Ahora, por fn, la tratan bien.
Y así, lejos de los golpes, las violaciones, las torturas, los proxenetas, las bandas y los gangsters, el hambre, la soledad y la suciedad, la miseria, el dolor y la muerte deberían vivir las niñas de Freetown, las niñas de cualquier lugar del mundo. "Lejos de la prostitución, lejos del horror", repite Crisafulli. Por eso y para eso ellas quisieron plantarse frente a la cámara de Raúl de la Fuente: para que el mundo sepa que están ahí, para que eso ayude a acabar con sus infiernos. Para dejar de ser invisibles.
Ese es exactamente el resumen que hace, pidiendo perdón con antelación por si la frase resulta cruda, Jorge Crisafulli: "Son niñas de día, pero por la noche con prostitutas, ejercen la prostitución como adultas". Desde hace años, las Misiones Salesianas recorren las calles de Freetown buscando a los menores huérfanos o abandonados, a los que pudieran ayudar. En esa búsqueda, en septiembre del 2016, el salesiano se dio cuenta de la enorme cantidad de niñas que había en iertos puntos de la ciudad. Recuerda que era época de lluvias la primera vez que se topó con el grupo de Aminata; sobre ese suelo embarrado que levantaba gotas de fango al pisar, Crisafulli se acercó, espantando a los hombres que las rodeaban y en 15 minutos de conversación les explicó quién era, dónde trabajaba y qué les podía ofrecer: una revisión médica en el Connaught Hospital de Freetown, un techo y comida. “Recuerdo que Aminata, Teresa y Victoria se rieron y se marcharon”.
Al día siguiente, seis de las siete se presentaron en la casa. “La más pequeña tenía nueve años, la mayor no había cumplido los 15”. Las llevaron al hospital, les dieron un plato de arroz que ellas quisieron repetir y, entonces, entraron en escena los peluches. “Antes de irnos para el médico me acordé de que tenía un saco de ositos que habían enviado. Le di uno a cada una y se pusieron a jugar y a colocárselos a la espalda con una tela, como llevan las mujeres africanas a sus bebés. Me di cuenta ahí, de forma clarísima: eran niñas. Sentían, miraban, pensaban, se reían y vivían como niñas”. Con esa “revelación” nació el programa Girls OS+ (Os, en criollo, significa refugio): análisis clínicos (sífilis, gonorrea, hepatitis, sida…), atención sanitaria, tres comidas al día, una casa donde vivir y la ayuda y el empuje para retomar los estudios y reinsertarse con sus familias. Algo que consiguen cada vez más niñas.
Detrás de cada pequeño éxito está el trabajo de 15 trabajadores sociales. “Un ejército de gente trabajando contra todo aquello que perjudique a las menores y con un programa que fue haciéndose más completo con el tiempo”. A través de Girls Shelter+ se las empodera para salir de las calles, y otras chicas que ya han conseguido salir de la prostitución, comparten sus experiencias para animar al resto.
El trabajo de Don Bosco Fambul tiene varias ramas y es concienzudo y constante. En cuanto a salud, cubren las revisiones médicas y los análisis de las menores, que ellas no pueden costearse prácticamente nunca en un país en el que si no tienes dinero, puedes olvidarte de la sanidad: “Lamentablemente, el 100% padece alguna enfermedad de transmisión sexual y un porcentaje alto tiene sida y hepatitis B”. Dos semanas antes de esta entrevista, una niña de 14 años había muerto por hepatitis B, “con sida, además, y llena de verrugas genitales”. Crisafulli explica que esta muerte no solo impactó emocionalmente en la vida del resto de las chicas que vivían con ella y que la vieron fallecer, sino que hay un efecto resorte que las empuja a pedir ayuda a los salesianos, que en la mayoría de ocasiones buscan de forma proactiva a las chicas.
“Un autobús de Don Bosco sale cada viernes a las cuatro de la tarde para recorrer las calles de Freetown e ir recogiendo a las chicas. Ellas ya saben que ese día no han de preocuparse por la comida, así que no se trabaja”, cuenta Crisafulli. Y cada viernes, al final del recorrido, donde tienen montado un pequeño stand, hay entre 70 y 90 niñas. “Estas salidas con el autobús han sido una estrategia increíblemente afortunada. No hay que esperar, hay que salir antes, de que lleguen con los problemas ya irresolubles, hay que prevenir”. Durante el recorrido y en distintos talleres surgidos de esos viajes las chicas aprenden higiene sexual y reproductiva, pueden saber si tienen VIH/sida y la congregación las inscribe en un programa de antirretrovirales del Gobierno, conocen mecanismos para detectar señales de violencia de género, turismo sexual y tráfico de personas y, quienes son buenas comunicadoras, hacen un curso con una ONG para aprender a compartir su experiencia y evitar que otras chicas pasen por lo mismo. “Es importante que sean ellas mismas quienes transmitan su experiencia. Si yo les intento dar consejos... ¡bah!, a mí no me dan ni bolilla. Entre ellas sí”.
También en esos pequeños recorridos se les insiste en la Line Child, una línea telefónica que funciona de forma ininterrumpida desde 2010 y que sirve para que cualquier menor llame para compartir y buscar solución a sus problemas. “Ahora queremos crear la Hot Line, un número gratis y anónimo que sirva como campaña antitráfico, para que cualquiera que vea una situación rara pueda denunciarla”, apunta el misionero. Sabe que sin una base educativa, en todos los sentidos, será difícil que las niñas quieran y puedan salir de ese bucle en el que se convierte la prostitución, ya sea por supervivencia propia, la de familiares o para pagar los estudios de sus hermanos o los suyos propios. En Don Bosco Fambul tienen ya algunos programas para aportarles esa base y formarlas profesionalmente: “Darles no solo la esperanza, sino las herramientas para avanzar en aquel oficio que se propongan”. Crisafulli apunta, por ejemplo, a negocios de peluquería, abastos, hostelería, catering o limpieza, estructurados, en parte, a través de acuerdos con negocios de Freetown para que el aprendizaje sea realmente práctico y efectivo.
Y la última parte, a veces la más dolorosa y la más difícil: la reinserción. Lo que desde las misiones se llama reunificación y que ya han conseguido con éxito en 146 casos. “Haber estado prostituyéndose es una llaga infecciosa. Si las familias se enteran [las que todavía la tienen] las rechazan. Cuando hacemos el estudio para ver dónde pueden reinsertarse, los más abiertos son los abuelos”. Es entonces cuando uno de los trabajadores de las misiones les explica los abusos, traumas, violencia y dificultades por las que han pasado las niñas. ”Y los abuelos siempre están ahí, dispuestos a entender y a hacerles un hueco para volver a empezar”.
Exactamente lo que ocurrió con Aminata, a pesar de lo sdifícil que fue que se diera cuenta de que su vida no tenía por qué ser esa. Ella, cuando mira atrás, cuando vio el documental, no puede evitar llorar, incontenible, y repite "cuánto dolor" una y otra vez. Volvió a casa de su abuela, en l aldea e Pebel, para cuidarla y earse cuidar Allí tiene montado un servicio de peluquería y un pequeño mercado; ahora, sin lágrimas, cuenta que es respetada, querida y admirada por su comunidad. Ahora, por fn, la tratan bien.
Y así, lejos de los golpes, las violaciones, las torturas, los proxenetas, las bandas y los gangsters, el hambre, la soledad y la suciedad, la miseria, el dolor y la muerte deberían vivir las niñas de Freetown, las niñas de cualquier lugar del mundo. "Lejos de la prostitución, lejos del horror", repite Crisafulli. Por eso y para eso ellas quisieron plantarse frente a la cámara de Raúl de la Fuente: para que el mundo sepa que están ahí, para que eso ayude a acabar con sus infiernos. Para dejar de ser invisibles.
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