"Tampoco la desalentó la indiferencia pétrea del obispo Cipriani, que nunca dijo ni pío ante cientos de desapariciones que ocurrían en sus narices".
Entre los hechos de dolor, vergüenza y muerte que colman los años de violencia vividos por nuestro país en las últimas décadas, una imagen sobresale en acusado contraste con todo ello porque defendió la vida, la dignidad, la justicia, con una integridad que no conoció pausa: ésa imagen es la de Mamá Angélica. Sí, la mujer que inició y encabezo, desde los momentos ms desesperanzados y peligrosos, el movimiento de las madres ayacuchanas que reclamaban por la vida de sus hijos detenidos - desaparecidos.
Se llamaba Angélica Mendoza de Ascarza y era la madre tradicional de una familia humilde de Huamanga, a cuya crianza había dedicado su vida, cuando ya pasados largamente los 50 años, edad en que muchos , la gran mayoría, abandonan toda ilusión, ideal o esfuerzo, se vio enfrentada al desafío de su vida y asumió una tarea que sólo los héroes pueden asumir. Y lo hizo con espontánea naturalidad. Con perseverancia. Sana terquedad. Y sobre todo, con invencible amor.
En una madrugrada de 1983 la golpeó en lo más entrañable la crueldad de este mundo, cuando su hijo Arquímedes, un adolescente de 19 años, fué detenido violentamente en su casa y conducido al cuartel Los Cabitos. Nunca más salió de allí con vida. En algún descuido, se las ingenió para hacer llegar un mensaje escrito a su madre, confiemando que aún estaba vivo. Después, silencio absoluto sobre su destino, empezabso por el silencio cínico y pétreo de quiénes negaban haberlo detenido.
Mamá Angélica estuvo desde el.primer momento en la puerta del cuartel. Esperando. Reclamando. Exigiendo explicaciones. Rechazando las burdas negativas. Resistiendo las amenazas infames, los insultos, las agresiones. Y estuvo, infructuosamente pero incansable, en las.oficinas de las autoridades civiles, especialmente del Ministerio Público, exigiéndoles cumplir la función para la cual han sido designados. Fueron los primeros pasos de un camino que había de durar 34 años, hasta su muerte.
Nada la detuvo ni la disuadió en su búsqueda de paz, verdad y justicia. No la intimidaron las amenazas de muerte de militares envanecidos de poder, amparados en una autoridad político-militar de la que abusaban para cometer crímenes brutales. No la amilano la nulidad de las autoridades civiles, cruzadas de brazos y deliberadamente ciegas antes los sucesos. Tampoco la desalento la indiferencia pétrea del obispo Cipriani, que nunca dijo ni pío ante cientos de desapariciones que ocurrían en sus narices.
Mamá Angélica no se encerro en su dolor personal, supo ver mas alla de su caso familiar y fue pionera de la solidaridad, ofreciendo calor humano y apoyo a cientos de humanos y familiares de desaparecidos, con quiénes formó la asociación Anfasep, y organizando las madres para formar y atender un comedor en el cual alimentar a loa hijos, niñas y niños de las familias destrozadas por las desapariciones y la espantosa crisis de áquellos años de hiper inflación aprista y "ajuste estructural" fujimorista.
Desde 1985, en que Mamá Angélica encabezo en Huamanga la primera manifestación por la paz qie se haya realizado, llevando una criz con inscripción "no matarás" -clarísimo mensaje al terrorismo de Sensero y a los militares violadores de derechos humanos-, hasta aquella otra pocos años mas tarde, en que encabezo otra marcha con una cruz con la inscripción "verdad y justicia", hay una línea de ejemplar consistencia y de fidelidad a los mejores valores para la convivencia ciudadana.
Mamá Angélica pudo vivir lo suficiente para ser testigo, hace menosde dos semanas, d la condena pronunciada por la justicia contra los militares que desaparecieron, torturaron y asesinaron a no menos de 53 personas, cuyos restos quemaron en un horno y enterraron en el cuartel Los Cabitos. Entre las víctimas se encontraba su hijo Arquímedes. Los militares sentenciados se hallaban, por supuesto, prófugos. El coraje no les daba para afrontar las responsabilidades por sus acciones.
Mamá Angélica se ha ido entre cantos de agradecimiento y amor en la plaza de Huamanga, rodeada de innumerables personas que reconocen y admiran su ejemplo, cuyo eco se extiende por todo el país. En estos tiempos de cinismo y oportunismo generalizado, qué cristalina se muestra la trayectoria de esta mujer humilde y a la vez grande. No la olvidaremos nunca. Y siempre le estaremos agradecidos por haber estado allí, serena y firme, para afirmar la vida cuando la desesperación parecía no tener salida.
Artículo de opinión de Ronald Gamarra Herrera publicado en Hildebrandt en sus trece, el viernes 1 de setiembre de 2017.
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