Por Germán Vargas Farías
Si se nos preguntara cuál ha sido la experiencia más dolorosa que hemos vivido, o qué es lo más triste que nos ha ocurrido en la vida, es posible que nuestra respuesta aluda a la pérdida de un ser querido. Ocurre conmigo y con mucha gente que conozco. Si usted no ha pasado por esa situación, podría recitar el verso de Vallejo: el momento más grave de mi vida no ha llegado todavía.
Pero si de sufrimiento se trata, es la historia de un rico ganadero llamado Job la que encarna el drama humano - permítanme la expresión- en grado superlativo. Perder bienes, hijos, salud, reputación, y acabar rascándote compulsivamente en medio de la basura, con amigos que recelan de ti, y tu mujer - o marido- diciéndote muy quedo al oído "olvídate de tu integridad, maldice a Dios y muérete" es sin duda, la ruina total.
Pero si de sufrimiento se trata, es la historia de un rico ganadero llamado Job la que encarna el drama humano - permítanme la expresión- en grado superlativo. Perder bienes, hijos, salud, reputación, y acabar rascándote compulsivamente en medio de la basura, con amigos que recelan de ti, y tu mujer - o marido- diciéndote muy quedo al oído "olvídate de tu integridad, maldice a Dios y muérete" es sin duda, la ruina total.
El sufrimiento de Job no tiene causa que se le pueda atribuir a él mismo. Según el relato bíblico es el resultado de la apuesta que Dios hace con Satán sobre la integridad del profeta. Admito que es difícil entenderlo. Bastante se ha reflexionado y escrito sobre esta impresionante historia y no hay que añadirle otra desgracia para hacerla más dramática.
Sin embargo, hay en este tiempo historias tan amargar como aquella. No sé si por alguna celeste apuesta, pero quiero dar testimonio que se trata de personas inocentes, de seres que no merecen sufrir. He relatado estos hechos antes, me conmueve contarlos otra vez.
En la historia de Zenón Cirilo Osnayo Tunque, un campesino de la comunidad de Santa Bárbara, Huancavelica, al que un 4 de julio de 1991 le arruinaron la vida totalmente. Había ido días antes a trabajar a otra provincia, pero sintió que debía regresar a su pueblo y a su familia, y llegó para ver como ardía su casa, como se habían llevado su ganado y, lo peor, como su esposa y tres pequeñas hijas, que otras veces le esperaban, ya no estaban.
Se las habían llevado, amarradas, una patrulla militar que andaba por allí buscando y atrapando subversivos. Las habían capturado un grupo de asesinos uniformados convencidos que tras la aparente inocencia de Antonia (31 años), Yesenia (6 años), Miriam (3 años) y Roxana (8 meses de edad), se ocultaban peligrosas terroristas
A ellas, y a otras once personas, las fusilaron dinamitando luego sus cuerpos. Todo ocurrió en una mina abandonada llamada “Misteriosa”, a varios kilómetros de la comunidad. Cuando Zenón llegó al lugar encontró ropita, restos esparcidos, la mitad de un cráneo, un brazo, y la mano de una de sus hijitas. Sé que no maldijo a Dios pero, como comprenderán, quiso morirse.
De hecho lo intentó. Por buscar justicia Zenón estuvo recluido injustamente. Allí intentó matarse tres veces. Se sobrepuso. Recuperó su libertad tras ser absuelto luego de 11 años, 7 meses y 14 días. Salió de la cárcel para hacer lo que pretendieron impedirle al encarcelarlo, luchar por justicia. Justicia para su esposa, sus hijas y su comunidad.
En los próximos días, la Corte Interamericana de Derechos Humanos publicará la sentencia del Caso Comunidad Campesina Sta. Bárbara vs. Perú. Quién sabe si el sufrimiento de Zenón tenga que ver con una apuesta, pero estoy seguro que pronto ganará la que hizo en medio del dolor y la esperanza. La apuesta por la justicia, la apuesta por la verdad.
Fuente Paz y Esperanza: http://www.pazyesperanza.org/
Sin embargo, hay en este tiempo historias tan amargar como aquella. No sé si por alguna celeste apuesta, pero quiero dar testimonio que se trata de personas inocentes, de seres que no merecen sufrir. He relatado estos hechos antes, me conmueve contarlos otra vez.
En la historia de Zenón Cirilo Osnayo Tunque, un campesino de la comunidad de Santa Bárbara, Huancavelica, al que un 4 de julio de 1991 le arruinaron la vida totalmente. Había ido días antes a trabajar a otra provincia, pero sintió que debía regresar a su pueblo y a su familia, y llegó para ver como ardía su casa, como se habían llevado su ganado y, lo peor, como su esposa y tres pequeñas hijas, que otras veces le esperaban, ya no estaban.
Se las habían llevado, amarradas, una patrulla militar que andaba por allí buscando y atrapando subversivos. Las habían capturado un grupo de asesinos uniformados convencidos que tras la aparente inocencia de Antonia (31 años), Yesenia (6 años), Miriam (3 años) y Roxana (8 meses de edad), se ocultaban peligrosas terroristas
A ellas, y a otras once personas, las fusilaron dinamitando luego sus cuerpos. Todo ocurrió en una mina abandonada llamada “Misteriosa”, a varios kilómetros de la comunidad. Cuando Zenón llegó al lugar encontró ropita, restos esparcidos, la mitad de un cráneo, un brazo, y la mano de una de sus hijitas. Sé que no maldijo a Dios pero, como comprenderán, quiso morirse.
De hecho lo intentó. Por buscar justicia Zenón estuvo recluido injustamente. Allí intentó matarse tres veces. Se sobrepuso. Recuperó su libertad tras ser absuelto luego de 11 años, 7 meses y 14 días. Salió de la cárcel para hacer lo que pretendieron impedirle al encarcelarlo, luchar por justicia. Justicia para su esposa, sus hijas y su comunidad.
En los próximos días, la Corte Interamericana de Derechos Humanos publicará la sentencia del Caso Comunidad Campesina Sta. Bárbara vs. Perú. Quién sabe si el sufrimiento de Zenón tenga que ver con una apuesta, pero estoy seguro que pronto ganará la que hizo en medio del dolor y la esperanza. La apuesta por la justicia, la apuesta por la verdad.
Fuente Paz y Esperanza: http://www.pazyesperanza.org/
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