14 mar 2015

“El Auténtico American Sniper”, columna de Ronald Gamarra

Cuando era pequeño quería ser militar. Pero me preguntaba: ¿Cómo se sentiría con respecto a matar a alguien? Ahora lo sé: no es problema.

Aún está en cartelera el film American Sniper, dirigido por el extraordinario Clint Eastwood, adaptación del libro de Chris Kyle, personaje central de la película, acreditado como el francotirador más letal del ejército norteamericano, con más de 250 muertes durante las cuatro temporadas que combatió en Irak como integrante de las fuerzas de élite SEAL. Tras ver la película y leer el libro, creo que el film de Eastwood oculta aspectos centrales, altamente perturbadores, del personaje, que se encuentran abundantemente en su libro, del cual reproduzco algunos pasajes. Juzgue el lector.

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La gente me pregunta todo el tiempo: ¿a cuántas personas has matado? Mi respuesta estándar es: ¿la respuesta me hace menos o más hombre? El número no es importante para mí. Ojalá hubiera matado a más. No para exigir derechos, sino porque creo que el mundo es un lugar mejor sin salvajes sueltos que maten a estadounidenses… Tenía un trabajo que hacer como SEAL. Maté al enemigo, un enemigo que veía día tras día conspirando para matar a mis compatriotas estadounidenses. Estoy obsesionado por los éxitos del enemigo. Eran pocos, pero incluso una sola vida estadounidense es una pérdida demasiado grande.

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Hay otra pregunta que me hace mucho la gente: ¿Te ha molestado tener que matar a tanta gente en Irak? Yo les digo: No. Y lo digo en serio. La primera vez que disparas a alguien, te sientes un poco nervioso. Te preguntas: ¿Realmente podré dispararle a ese tipo? ¿Está bien lo que hago? Pero después de matar a un enemigo, ves que está bien. Dices: ¡Bien! Entonces lo haces de nuevo otra vez. Y otra vez. Lo haces para que el enemigo no pueda matar a tus compatriotas. Lo haces hasta que no queda nadie por matar… Yo amaba lo que hacía. Lo sigo haciendo. Si las circunstancias hubieran sido diferentes, si mi familia no me hubiera necesitado, regresaría en un santiamén. No miento ni exagero al decir que fue divertido.
 
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Cuando era pequeño quería ser militar. Pero me preguntaba: ¿Cómo me sentiría con respecto a matar a alguien? Ahora lo sé: no es problema.

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Cuando di un paso, me hundí en barro y mierda hasta la rodilla. El barro era en realidad solo una fina capa encima de un profundo charco de aguas residuales. Apestaba aun peor de lo que Irak apestaba normalmente

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Cuando estás en una profesión en la que tu trabajo es matar personas, comienzas a ser creativo al respecto… Pero a veces era un juego; cuando estás en un tiroteo cada día, comienzas a buscar un poco de variedad.

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Nuestro pelotón tenía su propio apodo… Nos denominábamos los Castigadores… adoptamos su símbolo, una calavera… La pintamos con spray en nuestros blindados y chalecos antibalas, en nuestros cascos y todas nuestras armas. Y la pintamos en todo edificio y pared que podíamos. Queríamos que la gente supiera: estamos aquí y queremos mandarles al carajo. Era nuestra versión de la guerra psicológica. ¿Nos  ven? Somos quienes les van a patear el trasero. Téngannos miedo. Porque los mataremos, malditos. Ustedes son malos. Nosotros somos peores. Nosotros somos unos cabrones.

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Me añadí un par de nuevos tatuajes a mi brazo… En la parte frontal de mi brazo me tatuaron una cruz de los Cruzados. Quería que todo el mundo supiera que yo era cristiano. Hice que me la tatuaran en rojo, significando sangre. Aborrecía a los malditos salvajes con los que luchaba. Siempre lo haré.

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Ni una sola vez luché por los iraquíes. Ellos no me importaban ni un carajo.  

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Después de la primera muerte, las demás son fáciles.
 
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Nuestras reglas cuando comenzó la guerra eran bastante sencillas: si ves a alguien de 16 hasta 65 y es un varón, dispárale. Mata a todo varón que veas. Eso no era el lenguaje oficial, pero era la idea.

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Comencé a enseñar a mi hijo a disparar cuando él tenía dos años, comenzando con lo fundamental, un rifle de balines… Mi hijo ha aprendido a respetar las armas. Siempre le he dicho: si quieres usar una pistola, acude a mí. No hay nada que me guste más que disparar. Él ya tiene su propio rifle, un .22 de palanca, y hace disparos bastante buenos con él. También es sorprendente con una pistola.

Artículo de Ronald Gamarra Herrera publicado en Diario16 el domingo 01 de marzo de 2015.

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