8 feb 2015

"BENNY MORÉ: QUÉ BUENO CANTA USTED", lea la columna de Ronald Gamarra

Aquella vez que vino a Lima, noche a noche lo escuché desde el vientre de mi madre. En los 1,320 kilociclos de Radio La Crónica improvisó para todos los gustos y de seguro volvió a retar a un ausente Rolando Laserie, pues creo recordarlo entonando la copla de Joseíto Fernández, aquel bendito zapatero remendón: "Conmigo no hay aquello de que no canto una canción/ conmigo no hay aquello de que no canto un bolero/ yo canto una guaracha, una rumba y hasta un son/ y canto cualquier cosa y es porque soy buen cantador.../ Elige tú que canto yo".

Auténtico e irrepetible. Cubano antes, cubano después. Bartolomé Maximiliano Moré en la pila bautismal y para todo efecto administrativo. Benny Moré, El Benny, El Bárbaro del Ritmo, para lo que verdaderamente importa. Era un inmenso y espigado corazón mulato, enfundado en un anchísimo pantalón sostenido por tirantes, coronado por un sombrero de Panamá y apoyado por un ya clásico bastón mágico; pura cubanía desgranada en condenado baile sobre la tarima; sentimiento desbocado en sencillos e inspirados sones, rumbas, boleros, guarachas y afros; talento difuminado en una voz que lo sobrevive, que registra todas las "tonalidades y tempos" y que se "doblaba en frases y gritos", como ha escrito Helio Orovio en su conocido Diccionario de la música cubana; guapería y bravura alrededor de su tribu, que es como solía llamar a la Banda Gigante de músicos por él fundada en 1953: ¡Benny Moré, qué banda tiene usted!, ¡Generoso, qué bueno toca usted!
Quien fue chapeador en Camagüey y vendedor de frutas en La Habana, quien había integrado el conjunto de Miguel Matamoros, quien se separó del maestro en México para poder innovar el son, quien se unió al entonces vanguardista Dámaso Pérez Prado y juntos reventaron el cabaret Río Rosa y el teatro Blanquita: "Pero qué bonito y sabroso bailan el mambo las mexicanas", "quién inventó el mambo que me provoca: un chaparrito con cara de foca"; volvió a Cuba hecho un intérprete excepcional y dispuesto a darle al son pero desde un formato de  jazz band. Por supuesto, para consumo popular. 

Amaba a su patria, a su Santa Isabel de las Lajas “Mi rincón querido, pueblo donde yo nací", y a Cienfuegos: "La ciudad que más me gusta a mí". Rasgaba permanentemente la guitarra, aquel instrumento que Castellanos y Landa le enseñaron a dominar en colonia Maduro; en sus inicios, muy probablemente siguió a Miguelito Valdés, Mister Babalú, y ayer y siempre, le tuvo ley a Panchito Riset; dicen que la noche lo sorprendía cantando a dúo consigo mismo, al pie de una vitrola; y juran todos que vivía y moría por su gente, las mujeres y el ron. Ya famoso, cantó incansablemente en cabarets, clubes, plazas, fiestas populares y en cuanto guateque pudo y halló, dentro y fuera de Cuba; grabó, una tras otra, 91 piezas de antología: entre ellas, "Francisco Guayabal" (Pío Leyva), el son "Qué bueno baila usted" (del propio Benny), el changüí "Maracaibo Oriental" (José Castañeda): "Pongan atención señores/ a esta linda inspiración/ me sale del corazón/ se la doy con mil amores/ pa' que tú, lo bailes/ pa' que tú lo goces", y el bolero mambo "Camarera del amor" (José Dolores Quiñónez): "En este bar te vi por vez primera/ y sin pensar te di la vida entera/… en este bar se hablaron nuestras almas"; recordó a los soneros, a Chano Pozo y su tumbadora, y no olvidó a Pablito y Lilón, los diamantes negros cubanos.

Son entrañables sus presentaciones en el Alí Bar y en Radio Progreso —que, por cierto, todo coleccionista de esquina guarda bajo cemento—, particularmente aquella en la que el forajido y su banda, como siempre a capela y en vivo, se lucieron ejecutando el son "Repica bongó": "Cuando suenan los tambores/ siento ganas de bailar/ ese ritmo sabroso de mi Cuba tropical/ si suena la tumbadora, el cencerro y el bongó/ gritaremos viva Cuba y que venga el guaguancó", y aquella otra en la que sostuvo un inigualable contrapunto con Joseíto Fernández, improvisando ambos al compás del son montuno "Guantanamera": “ Yo quisiera aunque no es de tu región/ escucharte una opinión/ sobre mi tierra lajera/ sé por tu guantanamera/ que eres un fruto oriental/ y espero que no halles mal/ que yo como villareño/ te pida tu opinión muy personal". 

La fama lo agarró a golpes, como él a los tramposos. El exceso y el desafuero lo marcaron, y no hubo Bola de Nieve que lo liberara. Se llenó de ron Peralta y Matusalén. Después, se colgó la enfermedad al hombro y siguió la fiesta: "Decían que yo no venía y aquí usted me ve”.

Cuenta la leyenda que, impedido de actuar por llegar tarde a un compromiso, dirigió su banda desde una ventana; y hay quienes aseguran que el diablo fue al medio de la plaza, cantó y dejó el club sin bailadores. Extendido el rumor de la impuntualidad, anota la historia que hubo autoridad que lo mandó preso para asegurar la rumba… y que una vez puesto en la calle, al lado del tabladillo, consiguió entonarse antes de disparar sabor.

En Palmira los fuegos no encendieron del todo. Días después el hombre murió en La Habana. Su "cadáver estaba lleno de mundo", anotaría José Lezama Lima parafraseando a César Vallejo. Fue llevado en hombros a Santa Isabel de las Lajas, llorado y despedido con un rito de origen bantú, que celebró tanto al Benny como a Ta Ramón Gundo Moré, su tatarabuelo, primer rey de la lajera Sociedad Casino de los Congos.

Por mi parte, espero el día en que otra vez en su conuco, rodeado de Celeste Mendoza, Bola de Nieve y Celia Cruz, el Benny tome su guitarra de siempre, nos desarme con su maestría y desenfado, y, ron mediante, nos hable del equipo de Alianza Lima que vio en el Estadio Nacional el domingo 22 y nos repita aquella frase que recoge Agustín Pérez Aldave en su Ya que no puedo decírtelo al oído: “lo que yo hago cantando, estos negritos lo hacen con la pelota”; en aquel junio en que lo escuché desde el vientre de mi madre.


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