¡No a la pena de muerte! Por si alguien todavía tiene dudas, el caso de George Stinney debería quitárselas de una vez por todas. Hace 70 años, este joven afro se convirtió en el sentenciado a muerte ejecutado a más temprana edad en los Estados Unidos.
Tenía 14 años de edad cuando le quitaron la vida en la silla eléctrica. Lo acusaron y condenaron por la muerte de dos niñas. Siete décadas después, la sentencia ha sido anulada por una jueza federal, que a la vez ha reconocido la inocencia del adolescente.
La decisión de la jueza Carmen Mullen sobre el juicio y la ejecución de George Stinney es histórica. Da por fin una respuesta clara y neta a uno de los casos más clamorosos de injusticia en los Estados Unidos. El juicio que se celebró contra el joven fue un espantajo, un verdadero linchamiento revestido precariamente con las formas judiciales. No se permitió que comparecieran testigos y prácticamente no hubo defensa ni se actuaron pruebas; bastó la denuncia para destruir una vida que recién empezaba.
George Stinney fue una víctima ofrecida en repugnante sacrificio al racismo, que hace siete décadas era brutalmente abierto y franco. En la misma época hubo innumerables linchamientos de gente afro en los Estados Unidos, cometidos por turbas racistas. Eran los que hoy se denominaría ejecuciones extrajudiciales. La ejecución procesalmente decretada contra George Stinney no se diferenció mucho de aquellos linchamientos. Salvo por algunas formalidades, la lógica del linchamiento fue la que decidió aquel mamarracho de juicio.
Finalmente, esta semana George Stinney la justicia le llegó, aunque con 70 años de tardanza. Se sabe muy bien que justicia que tarda es injusticia. Pero aún, si llega 70 años despuñes de que se le aplicara la pena de muerte. La única reparación, indispensable eso sí, es moral. Sirve tanto para reivindicar la memoria de una vida y de una familia. Los parientes contemporáneos de Stinney han expresado reconocimiento por la decisión judicial que anula la injusticia y declara la inocencia de George.
"No puedo pensar en ninguna injusticia mayor", declaró rotundamente la jueza Carmen Mullen al pronunciar su decisión sobre la ejecución de George Stinney. Ella tiene el mérito moral de haber resuelto con integridad, de acuerdo al derecho y la justicia, una causa que todos sabían desde hace mucho tiempo que era una aberración judicial, pero que otros jueces no se atrevieron a declararla tal cual.
No hace falta decir que el caso de George Stinney no es el único ni aislado. Todo lo contrario. El sesgo racista de la justicia en general y en la aplicación de la pena de muerte, o en la actuación policial, en los Estados Unidos, es una realidad innegable y palpitante en la actualidad, como lo demuestran los casos de Ferguson y otros que han desatado protestas vigorosas este mismo año. Encarar esta realidad y acabar con ella es uno de los mayores desafíos que la sociedad norteamericana todavía tiene pendientes.
George Stinney, ejecutado en la silla eléctrica a los 14 años de edad, era un niño. Para los racistas que lo masacraron con el pretexto de la ley, era apenas la encarnación de odios primarios que autorizaban a destruirlo sin remordimiento ni consideración alguna. Y pensar que hasta el día de hoy, los Estados Unidos aún no suscriben la Convención de los Derechos del Niño, precisamente porque esta impide absolutamente la ejecución de menores de edad. El lobby autoritario ha logrado bloquear la suscripción de la Convención por más de 20 años.
Ojalá el presidente Obama, ahora que está ejerciendo con iniciativas sus poderes presidenciales, mande al diablo al lobby autoritario y suscriba la Convención. Sería un paso que el mundo saludaría y un legado imborrable de su gobierno a los Estados Unidos.
Lea también, "El síntoma de Ferguson" de Ronald Gamarra.
Artículo de Ronald Gamarra publicado en Diario16, el domingo 22 de diciembre de 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario