El caso de Ayotzinapa no descubrió nada nuevo, simplemente reveló una realidad brutal para recordarnos la tarea pendiente.
El país no se deterioró de la noche a la mañana, son muchos años en donde la complicidad de unos y el silencio de otros se han mezclado para perpetuar un México que aún se aparta de la libertad, de aquella que el Quijote describiera como el más precioso de todos los dones que a los hombres les dieron los cielos.
A lo largo de los siglos hemos visto la tensión constante entre el poder y la libertad, siendo la esclavitud uno de los episodios más oscuros en la historia. Que ironía, en pleno siglo XXI existen formas de esclavitud más sutiles y no menos peligrosas que impiden a millones vivir dignamente y desarrollarse plenamente. Los enemigos de la libertad ya no son necesariamente partidarios de una ideología, por ello, identificarlos se vuelve un reto mayor.
El terrible caso de Ayotzinapa no descubrió nada nuevo, simplemente reveló una realidad que se impuso de manera brutal para recordarnos la tarea pendiente. México es un país esclavo de la pobreza, la corrupción, la soberbia, la impunidad, la resignación y la violencia. Cuando parecía que la percepción podía maquillar y ocultar la realidad, esta mezcla fatal que nos esclaviza generó el momento oportuno para sacudir a todo un país y recordarnos que el futuro no está definido.
No existen las coincidencias. Las víctimas de Ayotzinapa fueron jóvenes, representantes de una generación que no quiere vivir más en un México empobrecido, corrupto, impune, resignado e inseguro; un país en el que la clase política siga tratando a los ciudadanos como ignorantes. "Nos quisieron enterrar pero no sabían que éramos semillas". El dolor y la indignación hicieron germinar el deseo de vivir en libertad y despertaron a una sociedad civil que más allá de cualquier diferencia se ha unido en una sola voz y tiene la capacidad de transformar. Aún de luto, México llora pero no se rinde.
Las expresiones de reclamo al gobierno no han cesado. Sin embargo, habrá que entender que quienes deberían asumir la responsabilidad por complicidad u omisión sin importar el nivel o el partido no son de otro planeta; nacieron, crecieron y llegaron al poder con apoyo de quienes hoy reclaman justicia. Otra lección importante, la realidad es reflejo de nuestra cultura, de lo que pensamos, decimos, hacemos y dejamos de hacer. Al tomar decisiones equivocadas o desde la indiferencia hemos permitido que todo esto suceda. No somos resultado de nuestras condiciones sino de nuestras decisiones.
El dolor por Ayotzinapa no sólo ha dejado ver lo peor de México, también ha puesto en evidencia su mejor parte. Más allá de las diferencias, los mexicanos estamos entendiendo que, a pesar de no conocernos, hoy más que nunca nos necesitamos unos a otros. El problema es que en un México en donde las reglas del juego siguen siendo contrarias a la libertad, resulta muy mal visto pensar, cuestionar y exigir. Pareciera que ser joven, estudiante, crítico y propositivo son condiciones suficientes para ser vigilado, intimidado, perseguido y callado. Es inaceptable vivir con miedo por anhelar un cambio, por querer y creer que vivir en un país libre es nuestro derecho.
Aprendamos otra lección, la libertad no es un regalo sino un trofeo para quien tiene el valor de defenderla. Tenemos que evitar cualquier expresión de violencia que pueda ser usada en contra o justifique el uso de la fuerza para reprimir un reclamo legítimo. Ya decía Julio César que las armas se combaten con armas y las ideas con ideas. Los mexicanos no queremos una lucha armada ni el debilitamiento de las instituciones, lo que anhelamos es una transformación de fondo; empecemos por liberarnos del miedo.
Sólo podremos abolir nuestra propia esclavitud si empezamos a creer en nosotros mismos y en los demás, si entendemos que merecemos un país mejor y si asumimos la responsabilidad de hacer la parte que a cada uno le toca para construirlo. Un país con ciudadanos de baja autoestima está condenado al fracaso. El camino para transformar al México esclavo en un México libre es asumir cada uno su responsabilidad. Antes de volver a quejarnos o señalar, hagamos que las cosas sucedan desde nuestra posición.
Las expresiones de reclamo al gobierno no han cesado. Sin embargo, habrá que entender que quienes deberían asumir la responsabilidad por complicidad u omisión sin importar el nivel o el partido no son de otro planeta; nacieron, crecieron y llegaron al poder con apoyo de quienes hoy reclaman justicia. Otra lección importante, la realidad es reflejo de nuestra cultura, de lo que pensamos, decimos, hacemos y dejamos de hacer. Al tomar decisiones equivocadas o desde la indiferencia hemos permitido que todo esto suceda. No somos resultado de nuestras condiciones sino de nuestras decisiones.
El dolor por Ayotzinapa no sólo ha dejado ver lo peor de México, también ha puesto en evidencia su mejor parte. Más allá de las diferencias, los mexicanos estamos entendiendo que, a pesar de no conocernos, hoy más que nunca nos necesitamos unos a otros. El problema es que en un México en donde las reglas del juego siguen siendo contrarias a la libertad, resulta muy mal visto pensar, cuestionar y exigir. Pareciera que ser joven, estudiante, crítico y propositivo son condiciones suficientes para ser vigilado, intimidado, perseguido y callado. Es inaceptable vivir con miedo por anhelar un cambio, por querer y creer que vivir en un país libre es nuestro derecho.
Aprendamos otra lección, la libertad no es un regalo sino un trofeo para quien tiene el valor de defenderla. Tenemos que evitar cualquier expresión de violencia que pueda ser usada en contra o justifique el uso de la fuerza para reprimir un reclamo legítimo. Ya decía Julio César que las armas se combaten con armas y las ideas con ideas. Los mexicanos no queremos una lucha armada ni el debilitamiento de las instituciones, lo que anhelamos es una transformación de fondo; empecemos por liberarnos del miedo.
Sólo podremos abolir nuestra propia esclavitud si empezamos a creer en nosotros mismos y en los demás, si entendemos que merecemos un país mejor y si asumimos la responsabilidad de hacer la parte que a cada uno le toca para construirlo. Un país con ciudadanos de baja autoestima está condenado al fracaso. El camino para transformar al México esclavo en un México libre es asumir cada uno su responsabilidad. Antes de volver a quejarnos o señalar, hagamos que las cosas sucedan desde nuestra posición.
A la par de emprender acciones personales para lograrlo, habrá que proponer cambios estructurales de fondo que rompan con el círculo perverso de poder, complicidad e impunidad dentro de las instituciones; de acuerdos y reglas no escritas que impiden la transparencia, la movilidad y la recompensa con base en el mérito. Exijamos medidas concretas e inmediatas para asegurar la vigencia y permanencia del Estado de Derecho y la igualdad ante la ley, independientemente de apellidos y posiciones. Esto requiere de cambios profundos dentro de las instituciones responsables de impartir la justicia.
No desaprovechemos la oportunidad de entablar un verdadero diálogo. Hago votos para que el gobierno tenga la humildad y los ciudadanos el valor que permitan escucharnos, entendernos y hacer lo que a cada uno corresponde para superar esta crisis. De no hacerlo habría consecuencias muy graves y esto a nadie le conviene. En caso de lograrlo, México abriría un nuevo capítulo. Como dijo el Quijote, por la libertad y la honra se puede y debe aventurar la vida. Es hora de abolir la esclavitud de una vez para siempre.
Armando Regil Velasco es Presidente Fundador del Instituto de Pensamiento Estratégico Ágora A.C. (IPEA).
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