Señala Ronald Gamarra en su artículo "Pura Pose" publicado en Diario16, el domingo 07 de diciembre de 2014.
En otras palabras: el brazo que encarna la voluntad de limpieza del gobierno nacional debería apuntar por igual tanto en contra de los corruptos de las administraciones gubernamentales del pasado como en contra de los del gobierno en ejercicio; contra los corruptos de las filas de la oposición, contra los del oficialismo y contra los neutrales que hacen negocios sucios bajo todo gobierno.
Debería emprenderse que la corrupción es enemiga mortal de nuestro país y de nuestro pueblo allí donde se presente y actúe. No hay corruptos "buenos" y "malos". ¿Quién podría establecer la diferencia? Sin embargo, hay quienes tienen la enorme y torcida capacidad de condenar los actos corruptos de los adversarios al mismo tiempo que justifican y toleran los propios. Este doble estándar que entraña una escandalosa doble moral es algo muy extendido en la política, que permite distinguir entre los corruptos ajenos y propios. No olvidemos aquella frase famosa de cierto político norteamericano, muy avezado, Cordel Hull, que fue secretario de Estado de los Estados Unidos, con respecto al corrupto y asesino dictador de Nicaragua, Anastasio Somoza: "Puede ser que sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta".
La verdad y la experiencia enseñan que los gobernantes suelen ser muy entusiastas para proclamar y animar políticas anticorrupción siempre y cuando el objetivo sean sus enemigos o los gobiernos que los antecedieron. La verdad es que no les importa mucho la lucha anticorrupción por sí misma, como instrumento de saneamiento de la vida nacional y garantía de uso debido de los recursos escasos del país. La lucha anticorrupción les interesa en tanto funcione como arma de demolición del adversario. Cumplido este objetivo en todo o en parte, dejarán luego que todo siga igual, cubriendo los actos de corrupción propios o de los allegados. En resumen: pura pose.
La verdad y la experiencia enseñan que los gobernantes suelen ser muy entusiastas para proclamar y animar políticas anticorrupción siempre y cuando el objetivo sean sus enemigos o los gobiernos que los antecedieron. La verdad es que no les importa mucho la lucha anticorrupción por sí misma, como instrumento de saneamiento de la vida nacional y garantía de uso debido de los recursos escasos del país. La lucha anticorrupción les interesa en tanto funcione como arma de demolición del adversario. Cumplido este objetivo en todo o en parte, dejarán luego que todo siga igual, cubriendo los actos de corrupción propios o de los allegados. En resumen: pura pose.
La prueba de fuego de la vocación de un gobierno por la lucha anticorrupción, la piedra de toque de su compromiso es la voluntad de perseguir a todos los corruptos, caiga quien caiga, sin distinción alguna, y especialmente si son de las propias filas o medran entre ellas. El corrupto infiltrado o el partidario que se aprovecha para medrar culpablemente, debería ser considerado de inmediato como el traidor más despreciable porque desmoraliza las propias filas, las pudre y sabotea lo que un régimen pueda tener de buenas intenciones. Sin embargo, nuestros gobernantes no parecen pensar así y reaccionan más bien con reflejos protectores y hasta encubridores con respecto al truhán de las propias filas o de los círculos cercanos que ha sido pescado in fraganti, como si fuera un pobre chico que ha tropezado o, peor aun, que es víctima de un complot.
Por eso nuestros procuradores anticorrupción deben enfrentar un doble viento que sopla desde el propio gobierno en direcciones contrarias, según el objetivo de la investigación. Y así, recibirán apoyo tibio o decidido en ciertos casos, cuando el objetivo es un adversario, y serán presionados y despedidos, cuando chocan con alguna joyita “de la casa” que hace de las suyas, aprovechando sus relaciones y contactos en el gobierno.
La lógica es la misma tratándose de los partidarios del fujimorismo que pretenden erigirse en moralizadores de los demás, cuando su jefe encabezó el gobierno más corrupto de la historia del Perú. Pero es que no les interesa la lucha contra la corrupción en sí (ya que ellos están llenos de corruptos actuales y del pasado), sino sus posibilidades en contra del adversario. Solo que tratándose de los fujimoristas, esa pose “moralizadora” da risa.
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