13 oct 2014

"UNA INMENSA DEUDA", columna de Ronald Gamarra

Una afirmación democrática, básica y de sentido común. El ABC. Los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Todos. No solo algunos. Un aserto indiscutible. Una regla jurídica.

Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Hasta allí ha llegado el consenso universal sobre la dignidad de todos. Menos que eso… la barbarie. El clan. La cueva.

Siendo ello así, y estando al enraizado desprecio de los derechos de la comunidad LGBT acá y allá, la homofobia reinante en el mundo, los crímenes de odio de cada día, e incluso la criminalización de la homosexualidad, no deja de sorprender que solo recién en 2011 el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas haya dado un paso histórico en la afirmación de los derechos de las personas de la diversidad sexual. En junio de ese año, por vez primera, el foro universal aprobó una declaración formal de condena de los actos de violencia y discriminación en cualquier lugar del mundo por razón de orientación sexual e identidad de género. El registro da cuenta de 23 votos a favor, 19 en contra y tres abstenciones. En la resolución, además, dicho Consejo pidió que se documente las leyes discriminatorias y los actos de violencia por razón de orientación sexual e identidad de género en todos los rincones del mundo. En aquella ocasión el Perú no dijo nada sobre el tema. Ni una palabra de aliento a la propuesta. Ni un gesto de aprobación a la declaración. Mudo. Al estilo Castañeda.

Meses después, el informe de la Alta Comisionada presentaría pruebas de una pauta sistemática y mundial de violencia y discriminación contra personas en razón de su orientación sexual e identidad de género, desde discriminación en el trabajo, en la atención de la salud y en la educación, hasta la sanción penal y los ataques físicos selectivos, incluso asesinatos.

Solo tres años más tarde, las Naciones Unidas volverían a ocuparse del asunto. En el interregno, en verdad, la ONU había cedido terreno a la homofobia. Había reculado. Había aceptado una propuesta que ciertamente pretendía frenar el reconocimiento de los derechos de la comunidad LGBT. En efecto, el Consejo de Derechos Humanos aprobó una resolución sobre “Protección a la familia”, promovida por los países islámicos, que solo reconocía un tipo de familia: la del modelo conservador, patriarcal y heteronormativo. ¿El Perú? A la hora de la votación, se abstuvo. Hizo mutis. Desapareció. Como siempre en lo que concierne a los derechos LGBT. Nada nuevo.

Hace unos días, Chile, Brasil, Uruguay y Colombia lideraron en el referido Consejo de Derechos Humanos una segunda resolución de condena de los actos de violencia y discriminación por razón de orientación sexual e identidad de género. El texto tampoco era algo espectacular. Se limitaba a señalar “su profunda preocupación por los actos de violencia y discriminación cometidos en todas las regiones del mundo contra las personas por su orientación sexual e identidad de género”. Asimismo, solicitaba al Alto Comisionado para los Derechos Humanos la actualización del estudio de 2012 sobre la violencia y la discriminación por motivos de orientación sexual e identidad de género, con el fin de compartir las buenas prácticas y maneras de superar la violencia y la discriminación. Al final de la jornada, 25 países votaron a favor de la propuesta, 14 en contra y siete abstenciones. ¿El Perú? Pues, ¡cosas veredes, Sancho!, rompiendo su postura tradicional, y no obstante no haber copatrocinado el proyecto ni intervenido en el debate, votó a favor de los derechos del colectivo LGBT. Bien. Alguna vez. Hicimos una. Salimos de la cueva.

¿Pero, en verdad, abandonamos la cueva? Ojalá la postura peruana no sea flor de un día sino la expresión de una ruptura con el conservadurismo, con la pasividad precedente en la escena internacional. Una apuesta por la defensa de los derechos humanos de las minorías. La población LGBT lo merece. No solo ella. Todos lo merecemos.

Ojalá, también, el Perú sea coherente con su voto. Aquí, en el propio país, y en el ámbito regional. Después de todo, hay una agenda pendiente, varios retos no cumplidos y una deuda por saldar. Una inmensa deuda.

Para empezar, ¿qué es eso de excluir a la población LGBT del Plan Nacional de Derechos Humanos? Porque, más allá de declaraciones y juramentos del ministro Figallo y compañía, lo cierto es que ellos no están específicamente considerados en el documento. Caramba, con los LGBT. ¡No están en el plan de Dios (Cipriani dixit) ni en el plan de Humala! Francamente, Ollanta. Explícanos, pues, qué es lo que piensas exactamente: que ellos no tienen derechos, que no son humanos o que dicha población no existe en Perulandia. 

¿Qué fue eso de negarse a la tipificación específica de los crímenes de odio por homofobia y transfobia? Francamente, Ollanta. Dinos, pues, qué impide hacerlo. ¿Acaso no hay crímenes de odio? ¿No hay homofobia en el Perú? ¿La población LGBT no requiere protección?

Mira tú, Ollanta, el mundo avanza. Observa la vida más allá de Palacio y de las estrechas fronteras de tu reino. Fíjate: i) en estos días, México ha modificado la Ley para Prevenir y Eliminar la Discriminación del Distrito Federal para establecer que la misoginia, xenofobia, segregación racial, antisemitismo, bifobia, homofobia, lesbofobia y transfobia constituyen delitos en la Ciudad de México; ii) la Corte Suprema de Justicia de México ha aprobado un protocolo de justicia para casos LGBT; iii) en España, en lo que va del año, los parlamentos de Galicia (abril) y Cataluña (octubre) han aprobado leyes específicas contra la discriminación de gais, lesbianas, bisexuales, transexuales e intersexuales; iv) en Colombia, la Corte Constitucional ha avalado la adopción entre parejas del mismo sexo; v) en Francia, la Corte de Casación ha dictado sentencia permitiendo a parejas lesbianas adoptar hijos de procreación asistida; vi) en EEUU, la Corte Suprema ha abierto la vía al matrimonio gay en cinco estados más (Virginia, Oklahoma, Utah, Wisconsin e Indiana), etc. 

¿Qué fue del reconocimiento de la unión civil (esa propuesta tan tímida y tan insuficiente)? ¿Siquiera se discutirá el proyecto presentado? Vamos, Ollanta, ¿tú también crees esa tontería de que solo existe una forma de familia y que las relaciones entre personas del mismo sexo se reducen a un nivel de transacciones de carácter comercial? Mira a tu alrededor. Respira. Ecuador ha reconocido las uniones de hecho de las personas LGBT. Y el Senado de Chile acaba de aprobar el Acuerdo de Vida en Pareja, con condición de familia y todo.

Vamos, Ollanta, ¿hasta cuándo seguiremos esperando por la firma de los instrumentos mínimos de derechos humanos que contemplan el respeto a los derechos del colectivo LGBT? 

Artículo de Ronald Gamarra Herrera publicado en Diario16 el domingo 12 de octubre de 2014.

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