Esta semana, una noticia ha conmovido a Argentina y a buena parte del mundo, aunque por aquí no haya tenido la resonancia que merece.
Las Abuelas de la Plaza de Mayo, esa ejemplar asociación de mujeres que en defensa de sus hijos detenidos-desaparecidos se enfrentaron a la tiranía sangrienta de los militares encabezados por Videla, encontraron al nieto número 114, de los más de 400 niños y niñas, hijos de aquellos detenidos, que fueron robados por la dictadura después de asesinar a sus jóvenes padres en aquellos años de oprobio.
Esta vez el niño hallado, después de 36 años de búsqueda, ya es un hombre que recupera la verdad sobre su origen y, con ella, a su familia biológica. Su madre era una joven de 22 años, que fue secuestrada por la dictadura y mantenida bajo detención clandestina. Como estaba embarazada, los militares esperaron a que diera a luz y luego la mataron. Poco después, traficaron la tenencia del niño hasta que llegó a manos de una pareja que, ignorando su verdadero origen, lo tomaron por un niño abandonado y lo criaron de buena fe en un pueblo al sur de Buenos Aires.
Este niño creció, se hizo hombre y se inclinó por el arte, especialmente por la música. Interpreta al piano, compone canciones, enseña música a otros niños. Es un alma sensible. Por eso, tal vez, sin tener ninguna referencia personal, en una expresión de identificación altruista, compuso una canción que cantaba a las madres de los desaparecidos y visitó a las Abuelas de la Plaza de Mayo sin saber que él mismo era uno de los nietos que esas mujeres buscaban tan amorosa y afanosamente. No sabía, no podía saber, que sus familiares, especialmente su abuela, lo habían buscado por décadas, lo buscaban aún, con tenacidad inagotable, aunque sin fruto.
Un día, sin embargo, hace muy poco, este hombre sintió una inquietud sobre su origen. Aunque sabía que no era hijo biológico de la pareja que lo crió, siempre supuso sin mayor averiguación que el suyo era un caso común. Pero allí estaba, desde hace tiempo, la permanente campaña de las Abuelas exhortando a quienes pudieran tener motivo para creer que podrían ser hijos de desaparecidos, a hacerse la prueba de ADN. Ya habían sido identificados 113 hijos e hijas de desaparecidos. ¿Y si él también era uno de ellos? Este hombre decidió entonces descartar toda duda y acudió a hacerse la prueba.
El resultado fue concluyente: no cabía la menor duda de que era el hijo de aquella joven detenida-desaparecida por la dictadura militar que le había sido malévolamente escamoteado a su familia. Su abuela era la señora Estela de Carlotto, presidenta de las Abuelas de la Plaza de Mayo, ejemplo viviente de amor irreductible. Hace poco, luego de renovar sus esfuerzos de búsqueda, por ella y por las mujeres y familias que representa, había declarado que no renunciaba de ninguna manera al deseo de encontrar y conocer a su nieto robado por la dictadura antes de morir. La vida ha querido que cumpla su deseo cuando esta mujer de 83 años, a la vez enérgica y dulce, aún se mantiene lúcida y guapa.
Esta historia, con sus características y circunstancias extraordinarias, es apenas una de tantas que han hundido para siempre en el oprobio a la dictadura militar que encabezaron Videla, Massera, Bignone, Lanusse y otros impresentables. Pero para las admirables Abuelas de la Plaza de Mayo, con todo lo grande y emotiva que es, solo representa un desafío para seguir la búsqueda, hasta el final, de todos los niños y niñas que aviesamente les robó la dictadura. El mundo está con ellas.
Artículo de Ronald Gamarra publicado en Diario16, el domingo 10 de agosto de 2014.
Foto de twitter de Cristina Kichner: https://twitter.com/CFKArgentina
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