10 jul 2014

La República: "El acoso sexual callejero contra las chicas"

"Con mi hija no te metas" por Jorge Bruce

Ante el huayco de noticias desalentadoras en términos de corrupción, inseguridad, conservadurismo religioso invadiendo los fueros del Estado, un ministro del Interior con ínfulas de Batman y sospecha de asesinato a un periodista, es reconfortante leer acerca de ese grupo de madres que combaten otro de esos males que pervierten la convivencia ciudadana: el acoso sexual callejero contra las chicas.

Sabemos que en nuestro país unas ideas retrógradas sobre la función de las mujeres en la sociedad las abandona en un lugar desvalorizado como mercancía para el goce de los varones. Por ello el comportamiento en espacios públicos tiene esas características abusivas y depredadoras, que van desde los “piropos” ofensivos y humillantes, hasta los toqueteos violentos y primitivos en transportes públicos o en plena calle. Sin olvidar lo que sucede en el interior de las casas, cuando hermanos, padres, tíos o amigos abusan de niñas (a veces de niños), como escucho en mi consultorio, una y otra vez. Solo que yo recibo a mujeres adultas, contándome episodios que han marcado sus vidas de una manera terrible, castigando su sexualidad con el sello de la culpa y la vergüenza. Como si ellas fueran las causantes de esos comportamientos patológicos que nadie advirtió ni detuvo, entre otras cosas por la ceguera psicológica que una feroz represión sexual induce.

El suplemento Domingo de este diario narra la formidable iniciativa de un grupo de madres en San Juan de Miraflores, hartas de la inoperancia de los servicios públicos y el sufrimiento de las chicas del distrito, expuestas al machismo cobarde de hombres criados en un ambiente de sexualidad enfermiza, en donde las mujeres, como queda dicho, son personas puestas ahí para su solaz. Negando que lo mismo le ocurriría a sus hermanas o madres, claro está.

El Comando Especial de Madres Brigadistas de SJM, al mando de Ernestina Quispe, a quien todos llaman Cristina, vigila cada colegio del distrito. No se van hasta que parte la última alumna. Armadas de un silbato, vigilan a choferes imprudentes, pandilleros o desconocidos en actitud sospechosa. El relato de la chica llorosa  y temblorosa que cuenta como “ese hombre que está ahí” le “metió el dedo” en la cúster, me exime de mayores explicaciones (el tipo se había bajado para seguirla).

Esas son las cosas que les ocurren a las chicas peruanas, que usan el transporte público o caminan a su casa (la gran mayoría). Esto ocurre a diario. Somos uno de los países más atrasados del continente en términos de ciudadanía y respeto del otro. De libertad sexual y derechos de todos, en particular de los más vulnerables. No necesitamos predicadores persecutorios y retrógrados ni ministros del Interior desbocados, con dudosos antecedentes de violencia. Lo que sí nos hace falta son personas como las madres de SJM, muchas de ellas víctimas de esos mismos abusos que hoy previenen y combaten. Cuidar a nuestras hijas es un deber elemental, que mide mejor que cualquier calificación de agencia de riesgo económico, adónde estamos –y adónde vamos– como sociedad (Jorge Bruce, en La República, el 7 de julio).


"NO TE METAS CON ELLAS"

Kelly Cueva (42) madre brigadista que se integró al grupo hace tres meses.A las madres brigadistas, en su mayoría amas de casa, se las ve en las avenidas que cruzan los colegios de San  Juan de Miraflores con sus paletas de 'Pare' y 'Adelante', deteniendo el tránsito  para que pasen los estudiantes. 

Armadas de un chaleco, una gorra, un silbato y un sentido de la autoridad ganado en cursos de karate y defensa personal, cumplen desde hace tres años un horario estricto de forma voluntaria.
Empezaron siendo 24, la voz fue corriendo y hoy el número de integrantes se ha duplicado. 

Ernestina Quispe, de 42 años, a quien todos llaman Cristina, es la supervisora del grupo bautizado como el 'Comando Especial de Madres Brigadistas de San Juan de Miraflores'. Cristina comanda a las 48 mujeres que se han unido para custodiar mañana y tarde el ingreso y salida de los niños y niñas de 42 centros educativos del distrito.

No reciben un  sueldo, solo un incentivo del municipio distrital. El único requisito para unirse a la brigada es la voluntad. La brigadista más joven es María Elena Cárdenas de 28 años, y la mayor es Filomena Camiña de 65, quien en este momento ordena detenerse al conductor de una cúster para que puedan cruzar los alumnos del colegio Javier Heraud. 

Vigilan cada colegio en parejas. Una cubre el turno de mañana y la otra el de la tarde. No se van hasta que el último niño o niña en mochila ha partido a su casa.
Pero últimamente no sólo controlan a choferes imprudentes. 

LA PRIMERA CAPTURA

Según los vecinos de San Juan de Miraflores, las esquinas y las fachadas de los colegios atraen a pandilleros, drogadictos o desconocidos cada vez que suena el timbre de salida. 

En estos días, la figura de las madres brigadistas ha cobrado relieve por un problema que todos conocen pero del que nadie hablaba hasta hace poco: el acoso sexual callejero contra las estudiantes. 

Hace dos meses, Rosa Blas,  de 54 años y Melinda Suca, de 40, reportaron un caso grave de acoso contra una escolar de 12 años.  

Como de costumbre, se encontraban vigilando los alrededores del colegio Javier Heraud a la hora de salida del turno mañana. Una de ellas vio pasar a una niña llorosa que luego se identificaría como una alumna de primero de secundaria

“Estaba temblando. Me dijo que un hombre la había estado tocando en la cúster”, dice Rosa. Al acercársele, la niña que medía apenas un metro cincuenta  de estatura, señaló a un hombre de camisa a rayas y saco beige que la miraba desde una esquina. El sospechoso había bajado del carro detrás de la niña. La brigadista la acompañó para abordarlo y cuando lo tuvieron al frente, el hombre lo negó todo y llamó varias veces mentirosa a la menor. Tímida, esta le respondió: “Sí, usted me metió el dedo”.  

Con una rápida reacción de Rosa, una llamada a su supervisora y la intervención de las Águilas Negras se detuvo al tipo. En el informe policial se anotó que el sujeto, de unos cincuenta años, llevaba un maletín que contenía unos calzones, un USB con videos pornográficos, tarjetas de crédito y tabletas de Viagra. Hasta ahí llegó el trabajo de las brigadistas. Dejaron al pedófilo en la comisaría. Pronto se enteraron que lo soltaron a las pocas horas. 

TIERRA DE NADIE

“Yo me uní a las brigadistas porque Cristina me contó que habían secuestrado y violado a una niñita de 9 años. Dicen que había llegado temprano al colegio y de la puerta se la llevaron”. Lidia Pari, 44 años, se enteró de esto mientras esperaba la salida de sus dos hijos del colegio  Inca Pachacútec, en  la avenida Los Héroes. Era marzo de 2011. Fue una las primeras madres que se unió a la brigada.
“Esta era tierra de nadie. ¿Ves ese carro abandonado de allá? Allá se paraban los fumones a consumir marihuana (…) Hubo un tiempo que decían que los mototaxistas se llevaban a las chicas a la fuerza al cementerio y ahí las violaban”, dice Bertha Oyola, ama de casa de 46 años que en chalina y zapatillas ve marchar a los últimos niños del colegio Antonio Encinas de Pamplona Alta, una de las zonas más movidas de San Juan. 

Así se encuentra a las madres brigadistas, plantadas en sus respectivos colegios. Las del turno tarde se quedan hasta a las 7 de la noche. Vigilan territorios regentados hasta hace algunos años por pandilleros que las intimidaban mostrándoles sus sables o por mototaxistas bravucones que querían pasar sobre ellas. 

“En situaciones de peligro, les digo que primero usen la psicología. Nuestra arma es la palabra y nuestro silbato –dice Cristina. Si los sujetos muestran resistencia les digo que me llamen. No se pueden exponer”.  

Cristina fue ascendida a coordinadora de la brigada al cuarto mes de su ingreso. Nadie en el grupo sabe que esta enfermera de profesión y ex aspirante a oficial de la policía sufrió por muchos años maltrato doméstico. Con naturalidad, se remanga el pantalón y muestra las cicatrices que le dejó su primer marido. Tiene una en la pantorrilla derecha que le hizo al incrustarle un desarmador. Un tajo en la canilla derecha causado por un cuchillo de mesa. Nadie sabe que la cicatriz que tiene en el bajo vientre, es producto de una operación al estómago que le hicieron para extirparle un cáncer.

Cristina muestra y cuenta la historia de sus cicatrices mientras está sentada en el sofá de la casa que construyó con sus cinco hijas en la loma más alta de Nueva Rinconada en Pamplona Alta. Tuvo que venir a vivir a uno de los cerros más fríos de Lima y construir aquí su casa porque de otra forma seguiría siendo una víctima. 

“NO SABÍA QUÉ DECIRLE”

“Primero no le tomé importancia porque el carro iba lleno. Cuando se quedó sin gente me moví y él seguía detrás de mí. Entonces le dije: ¿Puedes moverte? Y él seguía (…) Otra vez iba sentada en la cúster y un hombre que iba parado se frotaba con mi codo. Mi papá iba a mi costado. No sabía si decirle. Yo miraba al hombre y él seguía.  Su correa estaba abierta”, dice I.M. de 16 años.
En el patio del colegio Javier Heraud se consiguen testimonios de alumnas que han sufrido tocamientos o acoso en la calle. No hay quien no lo haya pasado o lo haya oído. 

Es un país tradicionalmente machista. Los jóvenes ven natural molestar a las chicas, así como los pedófilos ven natural tocar a las niñas en el bus, así como para los maridos es natural golpear y minimizar a sus esposas. Algunas de las brigadistas han encontrado en el grupo un refugio de la violencia que viven en sus propios hogares. Otras se sienten importantes y reconocidas: “Ahora mi marido está orgulloso. Le gusta que me saluden en la calle”, dice Anita Miranda de 30 años, brigadista de la Institución Educativa 6038.

“Mi padre siempre decía que las mujeres no valíamos nada, que más valían sus hijos varones, que la mujer sirve para cocinar y que si aprendíamos a escribir era para escribir cartas de amor al marido”, dice Cristina frente a sus hijas. La brigadista se interrumpe ante una llamada. Una madre vigía, junto a un técnico de la policía han capturado a un sujeto armado con un cincel, dos cuchillos y 26 ketes de pasta básica de cocaína cerca al colegio Fe y Alegría en Pamplona Baja.  "Hay que estar siempre alerta", responde desde el otro lado de la línea telefónica. Y parte con prisa para dar apoyo a su compañera.

Texto de Juana Gallegos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario