Parece increíble, pero en pleno siglo XXI un gran Estado europeo se encuentra actualmente en un proceso de convulsión política y social que amenaza su propia existencia. Se trata de Ucrania, un Estado de 48 millones de habitantes y una extensión territorial casi igual a la de Francia, surgido de la disolución de la Unión Soviética en 1991, que ha perdido el rumbo, si alguna vez lo tuvo, y se viene deshaciendo aceleradamente en el curso de este año.
Con la crisis que actualmente vive, Ucrania se ha convertido abiertamente en terreno de abierto enfrentamiento de las grandes potencias. Por un lado Rusia, su vecina inmediata y antigua metrópolis en el imperio ruso y el periodo soviético. Por el otro, los Estados Unidos y la Unión Europea, aliados en la OTAN. Ambas potencias mundiales pulsean actualmente sobre Ucrania, en una tensa mezcla de exhibición de fuerzas que no se veía desde la larga guerra fría que reinó en Europa entre la OTAN y el Pacto de Varsovia por varias décadas hasta mediados de los años 80, cuando Mijaíl Gorbachov, obligado por la situación de agotamiento de la URSS, dio pasos decisivos para terminarla.
El gran problema de Ucrania es que, a diferencia de otros Estados surgidos de la disolución de la Unión Soviética, no pudo consolidar un mínimo de estado representativo de su población en las dos décadas que lleva de existencia y, por tanto, tampoco tuvo la capacidad de llevar a cabo una reestructuración consensuada y eficaz de su economía, llevando el nivel de vida a un deterioro cada vez mayor. Con tal realidad de fondo, las diferencias entre los diversos sectores de la población se han agudizado y tensado hasta un punto que amenazaba ruptura y violencia, sobre todo entre el mayoritario sector de lengua ucraniana y el sector de lengua rusa, que es numeroso e incluso mayoritario en el este y el sur del país.
Estas diferencias ya se manifestaron antes violentamente, como en 2005, cuando el pueblo se levantó en la Revolución Naranja que creó tantas esperanzas, sin satisfacerlas nunca. Una nueva revolución se incubó en 2013 ante el rechazo del Gobierno a adherirse a la Unión Europea, la Revolución del Maidán, denominada así por la plaza pública principal de Kiev donde multitudinarias manifestaciones entre octubre y febrero último, con violentos enfrentamientos en los que perdieron la vida alrededor de 100 personas, lograron derrocar al gobierno, si bien, al mismo tiempo, abrieron las puertas a la intervención directa de las grandes potencias.
Rusia, que considera a Ucrania como una zona de interés vital para su seguridad, respondió a la inminencia de la incorporación de Ucrania a la Unión Europea y a la OTAN con la ocupación y secesión relámpago de la península de Crimea, una región donde la población mayoritariamente se considera rusa y que desde los años 90 pretendía separarse de Ucrania. La alianza occidental ha rechazado la acción rusa y busca responder al desafío con diversos grados de decisión: mayor, aunque no total, en el caso de Estados Unidos y el Reino Unido, con prudencia en el caso de Alemania. Hay que recordar que los gasoductos que abastecen a gran parte de Europa con el gas proveniente de Rusia pasan por Ucrania.
Ahora, sobre las regiones de lengua rusa del este de Ucrania pende también una amenaza de secesión. Entre tanto, nadie sabe a ciencia cierta si llegarán a celebrarse, y en qué condiciones, las elecciones generales convocadas para el mes de mayo. Evidentemente las potencias jugaron con fuego en el caso de Ucrania y contribuyeron a desestabilizar a un país muy frágil.
Artículo de Ronald Gamarra Herrera publicado en Diario16, el domingo 13 de abril de 2014.
Fuente Diario16: http://diario16.pe/
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