12 ago 2013

Hiroshima por Ronald Gamarra

El 6 de agosto de 1945, la ciudad japonesa de Hirochima fue destruida en apenas un instante por el primer bombardeo atómico de una población civil en la historia universal de la infamia. Tres días después, el 9 de agosto, ocurrió lo mismo con la ciudad de Nagasaki. Ambas son las únicas ciudades en el mundo que han sufrido el uso deliberado de la atroz arma atómica, y desde entonces el mundo vive bajo la oprobiosa amenaza de que ese horror se repita y generalice en una guerra que sería la última porque provocaría el holocausto de la raza humana.
Hiroshima marca el punto de quiebre entre un antes y un después en la historia de la guerra. Desde entonces, los pueblos saben que las armas desarrolladas por la tecnología de matar pueden acabar con toda la raza humana, con la naturaleza, con el planeta entero. La humanidad, en su insania, ha desarrollado medios tan poderosos como para suicidarse masivamente en cualquier momento.
Hiroshima también marca un punto de quiebre en la historia de la ciencia. Hasta entonces, en el común de las personas dominaba la idea positivista de la ciencia como fuente de progreso y evolución sin límite para mejor, para producir medios más poderosos al servicio del ser humano y su dominio sobre la naturaleza. Muchos ya habían puesto en duda esta función de la ciencia sin encontrar mayor eco.
Desde Hiroshima, queda claro que la ciencia puede ser igualmente la sepulturera de la humanidad y de toda forma de vida. La liberación de una fuente increíblemente inmensa de energía a partir de la fisión en cadena, señaló el punto más alto de la investigación científica del átomo, especialidad de punta desarrollada por una élite de investigadores entre los cuales se hallaban las mentes más brillantes, las inteligencias más deslumbrantes del conocimiento. Y sin embargo, esa tecnología tiene la posibilidad de acabar con la cultura, con las formas más elementales de la presencia humana, hasta sus raíces.
Se dice que, cuando se anunció en el complejo de investigación que había desarrollado la bomba atómica el éxito del ataque nuclear a Hiroshima, hubo una explosión de júbilo como cuando el equipo de fútbol preferido anota un gol en la valla del adversario. Y se trataba de la comunidad científica más adelantada del mundo. Nadie pensó en ese momento en las 160 mil personas que morían atrozmente en Hiroshima, convirtiéndose en cenizas o simplemente humo, o enceguecidas y despellejadas por las brutales quemaduras, o atormentadas por los tumores que los matarían sin remedio en los días y semanas siguientes.
Pocos años después, la Unión Soviética desarrolló su propia arma nuclear; luego Reino Unido, Francia y China, le siguieron los pasos. Las potencias establecieron entonces un equilibrio del terror con los arsenales nucleares enfrentados y listos para ser usados en cuestión de minutos o segundos, por parte de las dos alianzas militares de la post guerra mundial: la OTAN y el Pacto de Varsovia, en otras palabras los Estados Unidos versus la Unión Soviética enfrentados en una tensa y prolongada guerra fría.
El disuasivo de ir a la guerra abierta fue la posibilidad palmaria del holocausto nuclear, la mutua destrucción masiva de los contendientes y de toda la civilización, que no dejara ganadores, vencedores que pudieran beneficiarse de los despojos del enemigo. Así vivimos durante el medio siglo que duró la guerra fría. El repentino fin de ésta, con el colapso de la Unión Soviética, abrió esperanzas que no se han concretado. Los arsenales siguen ahí, algo reducidos pero suficientes para una destrucción total, y listos para ser usados. Y nuevos factores de tensión nuclear surgen. Ya no son solo las potencias, también la India y Pakistán tienen el arma nuclear en medio de un contencioso entre ambos que no logran resolver; el pequeño Israel es una potencia nuclear que mantiene conflicto de varias décadas con el mundo árabe; el liderazgo desquiciado de Corea del Norte chantajea al mundo con el arma nuclear y los ayatollahs de Irán pretenden lo mismo.
En América Latina no tenemos armas nucleares. Ojalá nunca las tengamos, pero no puede descontarse que en algún momento algún país se decida a introducir armas nucleares tácticas, de menor poder. Quién sabe si alguno no tiene ya bombas convencionales de uranio rebajado. La región, que ha progresado económicamente, multiplicó por 6 sus gastos militares en la última década.

Artículo publicado en el Diario16, el domingo 11 de agosto del 2013, fuente: http://diario16.pe/columnista/42/ronald-gamarra/2745/hiroshima

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