11 jun 2013

Madiba

Mandela logró hacer de su lucha en un país ajeno, un punto de referencia cultural. Por su experiencia, porque él existe, sabemos que es posible la libertad, aún en las peores condiciones. Que se puede resistir y en ese proceso, cambiar, evadiendo la tentación del rencor, la revancha o la excusa del fracaso, la excusa del débil. Que no hay que ser un santo para decir paz, que un hombre común también la dice, y le sale mal, y sobre sus espaldas no dejarán de haber culpas y dolores.

El orden de las cosas es como vivir sin tener mucha consciencia, presintiendo que en algún lugar hay una foto que guarda la memoria de tu familia. Nunca la ves. Parece no tener ningún valor. Pero si alguna vez es destruida, si cuando al fin la buscas, ha desaparecido, algo se quiebra. Era un soporte callado de tu mundo. 

Eso es Mandela en su casa. Dios bendiga a Nelson. Bendiga a África. Y de paso, nos bendiga.

 

Nkosi, sikelel' iAfrika 
Malupakam'upondo lwayo 
Yiva imitandazo yetu
Usisikelele. 
Yihla Moya, Yihla Moya, 
Yihla Moya Oyingcwele

Dios bendiga a África. 
Bendice a sus líderes. 
Sabiduría, unidad y paz 
son nuestros lemas:
¡África y su gente!

Señor, bendice a África
Que su cuerno suba más y más 
Escucha nuestra oración y bendícenos.


1 comentario:

  1. JC,
    Me gusta mucho tu texto y el personaje.
    En esta oportunidad que, tal vez, sea la inexorable despedida de un hombre admirable.
    Dios bendiga a África: sabiduría, unidad y paz!
    Qué hermoso es este himno, y tan sencillo. Le bastan las voces y una discreta trompeta.
    El resto está en la emoción de ser generoso cuando uno ha sido maltratado mil veces, de ser sensato cuando uno ha enfrentado la locura y la voracidad de un agresor gratuito, de buscar vivir en paz con todos cuando tal vez nos atrae la tentación de la venganza.
    Cuánto de todo esto nos ha enseñado Mandela con su vida. Yo lo quiero como a un Gautama de nuestro tiempo, como a un Jesús, como a un Francisco de Asís. Si existe la santidad, debe ser así: absolutamente humana, falible y llena de caídas, pero generosa y perseverante; despojada de toda pretensión de sobrenaturalidad, de divinidad, que las religiones y su clero --o su comité central-- vienen a organizar después.
    No hay que pedir por la vida de Mandela más allá de lo que pueda darle sin hacerle sufrir más de lo que ya sufrió, y largamente, durante décadas de apartheid totalitario, que no se detuvo a lamentar nunca, ni una sola vez, dedicando su larga ancianidad a construir la paz de su nación con todas sus tribus y todos sus colores. Que la ciencia no le haga hoy lo que ayer le hizo el apartheid en el cautiverio.
    Todas las vidas han de terminar, pero la suya es de aquellas vidas privilegiadas que nos acompañarán, dándonos ánimo y ejemplo por generaciones, más allá de la muerte.
    k

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