Pilar Coll
Vía: La República
Entre los hombres y mujeres que viven entre nosotros y que contribuyen decisivamente a hacer del nuestro un país mejor, hay varios que no nacieron en el Perú. Más allá de las leyes y los documentos de identificación, son peruanos por vocación y entrega, por haberse embebido de nuestros avatares con plena conciencia. Para ellos, la identificación con el Perú no es un accidente de nacimiento. Aman al Perú con un amor ecuménico, porque aman al ser humano. Una de esas personas es Pilar Coll.
La contribución vital de Pilar se da en la labor social, al lado de los sectores más pobres, y particularmente en la difusión y defensa de los derechos humanos. Ella le ha dedicado su vida y todo su esfuerzo a trabajar por estas causas. Su aporte ha sido fundamental para la organización y existencia del movimiento de derechos humanos en nuestro país. Su visión y desprendimiento hicieron posible la estructuración unitaria de este movimiento en medio de circunstancias en extremo difíciles, en que la violencia y la crisis –pero también una tradición política de divisionismo–, promovían la fragmentación a todo nivel en nuestro país.
Pilar es originaria de un pueblo de Aragón, en España. De niña, sufrió en carne propia el golpe brutal de la guerra civil librada entre 1936 y 1939. Su familia, identificada entonces con las derechas, quedó en territorio republicano. Su padre fue fusilado sumariamente por una banda de radicales anarquistas en los primeros días de la guerra. Luego del triunfo de Franco, fue testigo de la implacable represión contra los republicanos en décadas de dictadura fascista.
De toda esta experiencia de dolor, Pilar extrajo conclusiones que la adhirieron para siempre a una profesión de profunda humanidad. Esto se refleja, por ejemplo, en su labor ejemplar de varias décadas en las penitenciarías y prisiones de nuestro país, visitando y asistiendo a los presos, contribuyendo a su recuperación personal y a su reinserción social, apoyando la labor pastoral de la Iglesia Católica en las cárceles en estricta coherencia con su arraigada convicción cristiana.
Fue en los años sesenta que Pilar vino al Perú. Tenía el ánimo de trabajar fuerte y por largo tiempo en nuestro país, pero no necesariamente por toda la vida. Nuestros hondos problemas sociales y, más tarde, una nueva y cruel guerra, la comprometieron para siempre con nosotros. Gracias a ti, Pilar.
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