En las elecciones generales del 2016, la votación produjo una mayoría absoluta del fujimorismo en el Congreso. Era la primera vez, en lo que va de este siglo, que un partido obtenía una mayoría propia tan holgada y contundente que le permitía abstenerse de buscar alianzas. La mayoría parlamentaria, la hegemonía en el Congreso, le pertenecían al fujimorismo, al menos durante cinco años, por definición del voto popular. Ningún otro partido ha logrado un resultado tan espectacular en los últimos veinte años.
No es que representaran una mayoría electoral real y efectiva. Pero la dispersión del voto de sus adversarios y las reglas del juego electoral hicieron que lo que debió ser una mayoría relativa se convirtiera en una mayoría absoluta, incontestable en términos numéricos. Sin embargo, al margen de estos y otros reparos, el hecho puro y duro estaba allí y era absolutamente incuestionable. Básicamente los fujimoristas habían ganado jugando con las mismas reglas con las que habían actuado antes todos los demás partidos.
Como es lógico, había expectativa en muchos sectores sobre lo que haría el fujimorismo con tanto poder en las manos. No obstante, en muchos otros, no menos de la mitad de los electores del país, aquellos que lograron atajar con las justas la pretensión presidencial de Keiko Fujimori, había preocupación y temor por tanto poder acumulado de pronto en un sector político con los peores antecedentes de corrupción y arbitrariedad de la época en que gobernaron en el país dicatorialmente en los años 90.
Era el retorno con caras nuevas de los que cayeron en el año 2000 con Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. Era el regreso de un partido caudillesco que federa intereses creados en torno a la hija del exdictador, un partido que no ha aprendido nada ni se ha arrepentido de nada con respecto a su delincuencial experiencia gubernativa y que volvía, además, con ánimo revanchista. Ubicados de pronto en el centro del poder político, con el monopolio del Congreso bajo su poder, había razones sobradas para temer por el país.
La derecha, por su parte, celebró el resultado electoral como un triunfo propio en toda la línea proclamó que Keiko y PPK representaban dos vertientes que compartían lo principal de la ideología y el programa, que debían por tanto confluir y aliarse de un modo natural. La derecha "popular", como le llamaban al fujimorismo, predominante en el Poder Legislativo, debía soldarse sin problemas con la derecha "tecnocrática" de Kuczynski, que había alcanzado la presidencia y el Poder Ejecutivo. Una perspectiva clara y absolutamente factible, según creía esa derecha.
Pues bien, esa perspectiva paradisíaca nunca tuvo la menor oportunidad. Lo sabemos ahora claramente. Ya desde antes de que Kuczynski asumiera la presidencia, desde el mismo momento en que perdió la presidencia en la segunda vuelta electoral, Keiko Fujimori había decidido tomar un camino de confrontación, desestabilización y sabotaje contra el nuevo gobierno, con el objetivo último de vacarlo , lo que consiguió veinte meses después con la ayuda de los errores y el pasado del propio Kuczynsli . Y ahora se dispone a hacer lo mismo con Vizcarra.
Dicho sea de paso, vacar presidentes parece ser lo único de importancia en lo cual el fujimorismo emplea su gran poder en el Congreso. Pues en estos dos años cumplidos de labor congresal no han sido capaces de lograr ni siquiera mínimos avances en las reformas de calado que el país necesita y espera con urgencia. O, sencillamente, no les ha interesado. Porque sus preocupaciones y sus perspectivas, si las tienen, están en otras cosas más concretas, en cosas contantes y sonantes, pero sobre todo en imponer su voluntad aribtrariamente sobre el resto de los peruanos.
Ha sido estos, dos años en los cuales el fujimorismo sencillamente no ha hecho absolutamente nada por las necesidades del pueblo, dedicándose simplemente a martillar sobre sus adversarios, o los que tiene por tales, en el poder ejecutivo. Dos años de politiquería barata, de pérdida de tiempo y dinero en una pelea mezquina por el poder. Dos años en los cuales el fujimorismo ha demostrado con creces, a toda la población, incluso a muchos de sus votantes entusiastas, que fue un gran error votar por ellos y darles mayoría absoluta.
La mayoría absoluta fujimorista produjo este congreso vergonzoso, el peor que hayamos tenido en nuestra historia. Un congreso dedicado a proteger con impunidad a numerosos de sus miembros que tienen sentencias judiciales y procesos penales que no pueden aplicarse o seguir su trámite por el encubrimiento de la inmunidad. Un congreso con gente como el general Edwin Donayre, que acaba de ser sentenciado a 5 años de prisión efectiva por robar gasolina al Ejército, y que con toda seguridad será defendido por el fujimorismo a capa y espada para que no cumpla y eluda la pena.
Era el retorno con caras nuevas de los que cayeron en el año 2000 con Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. Era el regreso de un partido caudillesco que federa intereses creados en torno a la hija del exdictador, un partido que no ha aprendido nada ni se ha arrepentido de nada con respecto a su delincuencial experiencia gubernativa y que volvía, además, con ánimo revanchista. Ubicados de pronto en el centro del poder político, con el monopolio del Congreso bajo su poder, había razones sobradas para temer por el país.
La derecha, por su parte, celebró el resultado electoral como un triunfo propio en toda la línea proclamó que Keiko y PPK representaban dos vertientes que compartían lo principal de la ideología y el programa, que debían por tanto confluir y aliarse de un modo natural. La derecha "popular", como le llamaban al fujimorismo, predominante en el Poder Legislativo, debía soldarse sin problemas con la derecha "tecnocrática" de Kuczynski, que había alcanzado la presidencia y el Poder Ejecutivo. Una perspectiva clara y absolutamente factible, según creía esa derecha.
Pues bien, esa perspectiva paradisíaca nunca tuvo la menor oportunidad. Lo sabemos ahora claramente. Ya desde antes de que Kuczynski asumiera la presidencia, desde el mismo momento en que perdió la presidencia en la segunda vuelta electoral, Keiko Fujimori había decidido tomar un camino de confrontación, desestabilización y sabotaje contra el nuevo gobierno, con el objetivo último de vacarlo , lo que consiguió veinte meses después con la ayuda de los errores y el pasado del propio Kuczynsli . Y ahora se dispone a hacer lo mismo con Vizcarra.
Dicho sea de paso, vacar presidentes parece ser lo único de importancia en lo cual el fujimorismo emplea su gran poder en el Congreso. Pues en estos dos años cumplidos de labor congresal no han sido capaces de lograr ni siquiera mínimos avances en las reformas de calado que el país necesita y espera con urgencia. O, sencillamente, no les ha interesado. Porque sus preocupaciones y sus perspectivas, si las tienen, están en otras cosas más concretas, en cosas contantes y sonantes, pero sobre todo en imponer su voluntad aribtrariamente sobre el resto de los peruanos.
Ha sido estos, dos años en los cuales el fujimorismo sencillamente no ha hecho absolutamente nada por las necesidades del pueblo, dedicándose simplemente a martillar sobre sus adversarios, o los que tiene por tales, en el poder ejecutivo. Dos años de politiquería barata, de pérdida de tiempo y dinero en una pelea mezquina por el poder. Dos años en los cuales el fujimorismo ha demostrado con creces, a toda la población, incluso a muchos de sus votantes entusiastas, que fue un gran error votar por ellos y darles mayoría absoluta.
La mayoría absoluta fujimorista produjo este congreso vergonzoso, el peor que hayamos tenido en nuestra historia. Un congreso dedicado a proteger con impunidad a numerosos de sus miembros que tienen sentencias judiciales y procesos penales que no pueden aplicarse o seguir su trámite por el encubrimiento de la inmunidad. Un congreso con gente como el general Edwin Donayre, que acaba de ser sentenciado a 5 años de prisión efectiva por robar gasolina al Ejército, y que con toda seguridad será defendido por el fujimorismo a capa y espada para que no cumpla y eluda la pena.
(...)
Keiko Fujimori y el fujimorismo han demostrado con su mayoría absoluta que no ofrecen nada positivo para los problemas del Perú y los peruanos. Keiko se ha evidenciado como una política limitada, mezquina, estrecha de miras y dispuesta a llegar a extremos, incluso contra su propia familia, por llegar al poder. ¿Para hacer qué? Es evidente que carece de la preparación, el tino, la sensatez y la generosidad que hacen falta en todo aquel que se sienta con derecho a ejercer la presidencia de un país tan conflictivo y complejo como el nuestro.
Artículo de opinión de Ronald Gamarra Herrera publicado en Hildebrandt en sus Trece el viernes 31 de agosto de 2018.
Fuente Hildebrandt: http://www.hildebrandtensustrece.com/
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