La plaga que cayó en Venezuela con el nefasto régimen chavista ha producido un desastre político, social y sobre todo humano que esta en pleno desarrollo y parece estar muy lejos de un desenlace democrático debido a la obcecada resistencia del régimen de Maduro, constituido hace rato en una dictadura carente de todo asomo de pudor. Las previsiones son cada vez más sombrías y las esperanzas, en consecuencia, comienzan a agotarse. Costará mucho llegar a una solución política, pero todo podría terminar fácilmente en un desastre mucho mayor de lo que ya está ocurriendo.
Las víctimas del desastre han llegado a nuestra casa. En busca de refugio. Los vemos cada días en nuestras calles, en nuestros centros de trabajo, en las tiendas, en los vehículos de transporte público, tratando de ganarse el sustento en labores generalmente precarias o poco remuneradas que, sin embargo, les parecen un bálsamo frente al desastre que vive Venezuela, donde se ha convertido en una aventura diaria conseguir lo necesario para comer o comprar un medicamente elemental.
Lima es una ciudad de migrantes. Los venezolanos son unos paisanos más que vienen desde un poco más lejos a buscar entre nosotros un futuro que en su patria les niega un régimen criminal. No hay motivo para la alarma o la ojeriza que algunos enfermos están tratando de sembrar y explotar en estos días de confusión y descontento. Los migrantes venezolanos, como han hecho todos los migrantes de todas las provincias del Perú, contribuirán a crear y ampliar la economía y sus posibilidades. Habrá un reacomodo y un nuevo despegue. No le quitan el trabajo a nadie.
Es la experiencia de los migrantes en todas partes. Es la experiencia actual y palpitante de los peruanos que migran a Chile, a Argentina, a España, a Japón, a Estados Unidos, a varios países de Europa. En todas partes, los peruanos migrantes crean riqueza, no se la roban a nadie. Tal fue la experiencia que vivieron cientos de miles de peruanos que migraron por décadas a Venezuela, buscando un futuro digno, cuando en ese país había las posibilidades que lo hacían parecer un oasis de prosperidad en contraste con nuestra pobreza.
Pero sucede que estamos en plena campaña electoral para las alcaldías y los gobiernos regionales. Ya ya se que, por llegar a manejar ese poder y esos presupuestos, hay gente inescrupulosa dispuesta a matar. No debe sorprender entonces que haya candidatos que irresponsablemente echan mano de la xenofobia más deleznable, mezquina y mentirosa para llegar a los sentimientos oscuros que pueden anidar en más de uno y manipularlos a su gusto para obtener el poder. Es lo que vemos ahora con la candidatura del provecto Belmont.
Por eso es lamentable que, en vez de desmentir las mentiras groseras que propalan los odiadores gratuitos de los refugiados venezolanos, en vez de ilustrar a la ciudadanía sobre la realidad de la migración y sus efectos, en vez de combatir resueltamente a los xé¿enófobos y demagogos, el gobierno peruano se haya decantado por tomar una medida que es incompatible con nuestras obligaciones humanitarias como Estado, cual es la anunciada exigencia del pasaporte para permitir el ingreso de ciudadanos venezolanos a nuestro país.
Esta exigencia, en la práctica, equivale a cerrar las frontera a los venezolanos, incluidos niños y niñas, que viven una situación de emergencia humanitaria. Pues nadie que sepa algo sobre el régimen de Maduro puede ignorar las dificultades administrativas monumentales que significa tratar de obtener un pasaporte en las ventanillas de ese régimen canallesco y corrupto, convirtiéndolo en un requisito casi inalcanzable. Está, pues, muy lejos de ser una medida positiva o simplemente inocua, como ha señalado el gobierno. Todo lo contrario.
El Perú debe tomar iniciativas en conjunto con los países de la región para afrontar las situaciones de emergencia que inevitablemente surgen con la masiva migración venezolana -más de 2 millones de personas- y darles un cauce adecuado (con base en un enfoque integral de derechos), no para impedir que los paisanos de la tierra de Bolívar lleguen nuestras tierras. Sí para garantizar el derecho a la libre movilidad con seguridad. Y debemos redoblar los esfuerzos internacionales para presionar sin tregua a Maduro y su régimen a fin de que se larguen cuanto antes de poder y evitar el holocausto hacia el cual, trsitemente, parece marchar Venezuela.
Esta exigencia, en la práctica, equivale a cerrar las frontera a los venezolanos, incluidos niños y niñas, que viven una situación de emergencia humanitaria. Pues nadie que sepa algo sobre el régimen de Maduro puede ignorar las dificultades administrativas monumentales que significa tratar de obtener un pasaporte en las ventanillas de ese régimen canallesco y corrupto, convirtiéndolo en un requisito casi inalcanzable. Está, pues, muy lejos de ser una medida positiva o simplemente inocua, como ha señalado el gobierno. Todo lo contrario.
El Perú debe tomar iniciativas en conjunto con los países de la región para afrontar las situaciones de emergencia que inevitablemente surgen con la masiva migración venezolana -más de 2 millones de personas- y darles un cauce adecuado (con base en un enfoque integral de derechos), no para impedir que los paisanos de la tierra de Bolívar lleguen nuestras tierras. Sí para garantizar el derecho a la libre movilidad con seguridad. Y debemos redoblar los esfuerzos internacionales para presionar sin tregua a Maduro y su régimen a fin de que se larguen cuanto antes de poder y evitar el holocausto hacia el cual, trsitemente, parece marchar Venezuela.
Artículo de opinión de Ronald Gamarra Herrera publicado en Hildebrandt en sus Trece el viernes 24 de agosto de 2018.
Fuente Hildebrandt: http://www.hildebrandtensustrece.com/
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