"... Tras la bendita inmunidad, se escudan unos indeseables que llegaron a ser asambleístas gracias a la componenda, el dinero sucio, el apandillarse con los traficantes de influencias y beneficios, o simplemente, por azar".
Sabido es que la inmunidad parlamentaria tiene por objeto evitar que, por manipulaciones políticas, se impida al legislador asistir a las reuniones y, a causa de ello, se altere o perturbe indebidamente la composición y el funcionamiento del Congreso. En ese sentido, es una prerrogativa que protege la libertad personal de los congresistas contra detenciones y procesos penales (nunca causas civiles) que puedan desembocar en privación de la libertad. Importa, en verdad, un derecho a no ser sometido a proceso penal mientras se desempeñe el cargo, salvo previa autorización del propio Parlamento.
Sabido es que la inmunidad parlamentaria tiene por objeto evitar que, por manipulaciones políticas, se impida al legislador asistir a las reuniones y, a causa de ello, se altere o perturbe indebidamente la composición y el funcionamiento del Congreso. En ese sentido, es una prerrogativa que protege la libertad personal de los congresistas contra detenciones y procesos penales (nunca causas civiles) que puedan desembocar en privación de la libertad. Importa, en verdad, un derecho a no ser sometido a proceso penal mientras se desempeñe el cargo, salvo previa autorización del propio Parlamento.
Por cierto, la inmunidad parlamentaria no es una institución que tenga vigencia en todos los países democráticos. En 1993, y en el contexto de la operación "Manos Limpias", fue abolida en Italia para permitir el juzgamiento de los diputados, senadores y gobernantes. En Estados Unidos no tiene amparo, salvo para las acusaciones de difamación surgidas por declaraciones formuladas en el seno del Congreso. Situación similar ocurre en Inglaterra.
Donde existe, protege la función legislativa. No es absoluta. No es un privilegio personal o particular. Y claro, no es sinónimo de impunidad.
Lamentablemente entre nosotros, la inmunidad parlamentaria se ha convertido en una vulgar impunidad para una gavilla de congresistas inescrupulosos, protegidos por sus colegas en aras de intereses creados, nada santos, para sacarle la vuelta a la ley y a los peruanos. Tras la bendita inmunidad, se escudan unos indeseables que llegaron a ser asambleístas gracias a la componenda, el dinero sucio, el apandillarse con los traficantes de influencias y beneficios, o simplemente, por azar. Y esa falta de sanción no puede seguir siendo tolerada y aguantada por la ciudadanía.
Hay que desechar de una vez por todas la muy mal entendida y peor aplicada inmunidad parlamentaria. En este país de desconcierto, tal prerrogativa no sirve para proteger la independencia del congresista frente a las presiones de diverso origen que se pudieran ejercer sobre él, sino para dar patente de corso a unos impresentables revestidos del título de congresistas para que hagan y deshagan a su regalado gusto traficando precisamente con su voto para venderlo al mejor postor y organizar sus corruptas redes de influencia burocrática.
Ya los hemos visto y oído hasta la náusea. Ayer y hoy. Una y otra vez. Ellos mismos se graban y se denuncian, una mafia de congresistas contra los de otra camorra. Y sabemos que venden sus votos a cambio de una buena mordida a los presupuestos de obras públicas. Cinco milloncitos sin mover un dedo, decía uno de esos sinvergüenzas, el cinco por ciento de un presupuesto del Estado, del dinero de todos los peruanos, para el bolsillo del parlamentario corrupto. Así se compra y se vende en el actual congreso nacional, con la debida coima para el congresista provisto de inmunidad.
Estos pillos, a quienes se les tiene que rendir honores oficiales como padres de la partia, también se aprovechan de su inviolabilidad para difamar, injuriar, calumniar a diestra y siniestra. Cobardemente. Sabedores de que están protegidos jurídicamente y que no pueden ser demandados como cualquier otro ciudadano ante una autoridad judicial. Y vaya que hacen su negocio y sacan partido. Estos parlamentarios son los reyes del insulto en el hemiciclo, en los pasos perdidos, en los medios y en las redes sociales. Y vaya que tienen una boquita de caramelo.
Otros se las han arreglado para llegar al Congreso y así protegerse contra la justicia. Hay por lo menos tres acanallados que actualmente ejercen a pesar de tener sentencias judiciales condenatorias, y no les pasa nada porque al congreso nacional no le da la gana de levantarles el fuero para que cumplan con sus penas judiciales. El reclamo de inmunidad es en este caso un abierto ejercicio de complicidad que tiene su propio juego de toma y daca. Porque nada es gratuito en ese mundillo y todo beneficio adjudicado tiene su precio.
Otorongo no come otorongo, ya lo sabemos. No debemos esperar que del seno de un congreso donde polulan los corruptos, que se encuentran tan a gusto como en su propia salsa, pueda salir una reforma que termine con este privilegio de la inmunidad que se ha hecho intolerable. La gente tiene que moverse y exigirlo, y ensayar los caminos necesarios para imponer esta reforma profiláctica. La inmunidad paralamentaria es, hoy por hoy, el parapeto de la corrupción en nuestro país. Cuanto antes, mejor.
Parece mentira que este Congreso, tan lleno de bandidos que merecería simplemente ser convertido en penitenciaría, se gaste todavía el lujo de "investigar" casos de corrupción. La patética Comisión lava Jato, la esperpéntica Comisión de Ética y otros esqueletos y muertos vivientes de este parlamento se ebcargan de darnos cada día ese espectáculo absurdo. Ya sabemos que solo les interesa manipular y direccionar las investigaciones . Pero no por ello, deja de ser sorprendente e indignante lo que nos vemos obligados a ver.
Acabar con la inmunidad parlamentaria es poner fin a la escandalosa impunidad parlamentaria. En el Perú, ese privilegio no va más. Se han encargado de convencernos de ello los propios impresentables, quiero decir los propios congresistas, con sus corruptelas, sus escándalos interminables, sus negociados y su monumental descaro. Además, del descrédito de la institución, su injustificada extensión, la afectación a las funciones del Poder Judicial y la colisión con el derecho a la tutela judicial del ciudadano que pretende iniciar un proceso penal contra el congresista. Hay que difundir esta exigencia específica y convertirla en requerimiento militante de la hora. No más impunidad parlamentaria ahora mismo.
Hay que desechar de una vez por todas la muy mal entendida y peor aplicada inmunidad parlamentaria. En este país de desconcierto, tal prerrogativa no sirve para proteger la independencia del congresista frente a las presiones de diverso origen que se pudieran ejercer sobre él, sino para dar patente de corso a unos impresentables revestidos del título de congresistas para que hagan y deshagan a su regalado gusto traficando precisamente con su voto para venderlo al mejor postor y organizar sus corruptas redes de influencia burocrática.
Ya los hemos visto y oído hasta la náusea. Ayer y hoy. Una y otra vez. Ellos mismos se graban y se denuncian, una mafia de congresistas contra los de otra camorra. Y sabemos que venden sus votos a cambio de una buena mordida a los presupuestos de obras públicas. Cinco milloncitos sin mover un dedo, decía uno de esos sinvergüenzas, el cinco por ciento de un presupuesto del Estado, del dinero de todos los peruanos, para el bolsillo del parlamentario corrupto. Así se compra y se vende en el actual congreso nacional, con la debida coima para el congresista provisto de inmunidad.
Estos pillos, a quienes se les tiene que rendir honores oficiales como padres de la partia, también se aprovechan de su inviolabilidad para difamar, injuriar, calumniar a diestra y siniestra. Cobardemente. Sabedores de que están protegidos jurídicamente y que no pueden ser demandados como cualquier otro ciudadano ante una autoridad judicial. Y vaya que hacen su negocio y sacan partido. Estos parlamentarios son los reyes del insulto en el hemiciclo, en los pasos perdidos, en los medios y en las redes sociales. Y vaya que tienen una boquita de caramelo.
Otros se las han arreglado para llegar al Congreso y así protegerse contra la justicia. Hay por lo menos tres acanallados que actualmente ejercen a pesar de tener sentencias judiciales condenatorias, y no les pasa nada porque al congreso nacional no le da la gana de levantarles el fuero para que cumplan con sus penas judiciales. El reclamo de inmunidad es en este caso un abierto ejercicio de complicidad que tiene su propio juego de toma y daca. Porque nada es gratuito en ese mundillo y todo beneficio adjudicado tiene su precio.
Otorongo no come otorongo, ya lo sabemos. No debemos esperar que del seno de un congreso donde polulan los corruptos, que se encuentran tan a gusto como en su propia salsa, pueda salir una reforma que termine con este privilegio de la inmunidad que se ha hecho intolerable. La gente tiene que moverse y exigirlo, y ensayar los caminos necesarios para imponer esta reforma profiláctica. La inmunidad paralamentaria es, hoy por hoy, el parapeto de la corrupción en nuestro país. Cuanto antes, mejor.
Parece mentira que este Congreso, tan lleno de bandidos que merecería simplemente ser convertido en penitenciaría, se gaste todavía el lujo de "investigar" casos de corrupción. La patética Comisión lava Jato, la esperpéntica Comisión de Ética y otros esqueletos y muertos vivientes de este parlamento se ebcargan de darnos cada día ese espectáculo absurdo. Ya sabemos que solo les interesa manipular y direccionar las investigaciones . Pero no por ello, deja de ser sorprendente e indignante lo que nos vemos obligados a ver.
Acabar con la inmunidad parlamentaria es poner fin a la escandalosa impunidad parlamentaria. En el Perú, ese privilegio no va más. Se han encargado de convencernos de ello los propios impresentables, quiero decir los propios congresistas, con sus corruptelas, sus escándalos interminables, sus negociados y su monumental descaro. Además, del descrédito de la institución, su injustificada extensión, la afectación a las funciones del Poder Judicial y la colisión con el derecho a la tutela judicial del ciudadano que pretende iniciar un proceso penal contra el congresista. Hay que difundir esta exigencia específica y convertirla en requerimiento militante de la hora. No más impunidad parlamentaria ahora mismo.
Mientras ello no suceda, sentados en su refugio-curul, pícaros y malandros continuarán riéndose de la justicia... y todos nosotros.
Artículo de Ronald Gamarra Herrera publicado en Hildebrandt en sus trece el viernes 13 de abril de 2018.
Fuente: Hildebrandt
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