Una mujer de la
minoría yazidí cuenta en un libro su vida bajo el régimen yihadista. Fue
violada varias veces al día y quiere que ese relato sirva de prueba en
La Haya.
Nadia Murad, durante la entrevista en Berlín. Patricia Sevilla. Video: Reuters, vía El País.
Nadia Murad, durante la entrevista en Berlín. Patricia Sevilla. Video: Reuters, vía El País.
Nadia Murad ha escrito un libro porque quiere que el mundo entienda lo que siente una chica de 19 años cuando la violan cada día distintos hombres. Quiere que se sepa que lo que le ha pasado a ella lo sufren las mujeres yazidíes que aún son esclavas sexuales del Estado Islámico (ISIS). Pero sobre todo quiere que su testimonio sirva como prueba el día en el que sus violadores acaben en el Tribunal de La Haya .
Sentarse frente a Nadia HHa Nadia Murad paraliza. La mera presencia de una mujer, cuyo
cuerpo y mente han sido sometidos a las barbaridades más inimaginables
desprende un dolor difícil de ignorar. La cita es un céntrico hotel de
Berlín, cuyo nombre pide que no se publique. El ISIS la quiere muerta y
sabe que debe tener cuidado. “He escrito este libro para que queden
documentados los crímenes cometidos contra las yazidíes. Para que queden
por escrito y en detalle las pruebas tragedia y nuestro genocidio”,
arranca.
De su sencilla y placentera vida de campesina yazidí en un
poblado iraquí no queda ni rastro. Nadia narra cómo fue secuestrada por
los hombres de negro del Estado Islámico en Kocho, su aldea del norte de
Irak. Cómo la transportaron en autobús junto al resto de mujeres del
pueblo hasta Mosul y cómo dio comienzo su salvaje cautiverio.
Le pegaron y la violaron un día tras otro. En varias casas,
en un puesto de control de la carretera. La vendieron como mercancía
como una pieza más dentro de un engrasado y burocratizado mercado de
seres humanos. La trataron peor que a los animales. Deseó morir y que la
mataran, pero lamenta que no tuviera esa suerte.
“Los hombres son infieles y les ejecutan porque saben que
nunca se convertirían. Pero con los niños, saben que pueden lavarles el
cerebro y a las mujeres saben que las pueden usar para violarlas y como
mercancía para comprar y vender en el mercado”, explica ahora en el
hotel berlinés.
A seis miembros de sus familias los ejecutaron. Su adorada
madre, como sus hermanos acabaron en fosas comunes. Ella milagrosamente
logró escapar, pero su cabeza es aún una cárcel en la que habitan
traumas terroríficos. Yo seré la última (Plaza Janés) es el título-promesa de su relato, tan necesario como doloroso.
“Nos persiguen por nuestra religión. No se arrepienten de los que nos hacen. Para ellos somos kufar, infieles, porque no somos una religión del libro. Antes del ISIS, Al Qaeda atacó nuestros pueblos con camiones suicidas en 2007 y cientos murieron. No es la primera vez que nos atacan por nuestra religión”.
Los yazidíes son una de las minorías más antiguas de Irak,
que bebe del zoroastrismo persa y creen en un dios y en siete ángeles
sagrados. El Estado islámico les persigue por considerar que adoran al
diablo. Naciones Unidas pide a la comunidad internacional que “reconozca
el genocidio cometido por el ISIS contra los yazidíes y que de los
pasos necesarios para llevar el caso ante la justicia”.
La complicidad de los iraquíes que sabían que en sus barrios
había casas en las que morían en vida esclavas sexuales yazidíes, esa
es una de las ideas que Nadia más repite y que no logra quitarse de la
cabeza. No les perdona que miraran hacia otro lado. “Las yazidíes
vivíamos entre civiles que no ayudaron. Una minoría trató de ayudar,
pero si los iraquíes hubieran querido, podrían haber ayudado a muchas
mujeres a escapar. Si los pueblos vecinos no se hubieran sumado al ISIS,
nuestro destino habría sido muy diferente”.
¿Callaron porque tenían miedo de los militantes islámicos?
“No. Alrededor de Sinjar (en el noroeste de Irak, casi en la frontera
con Siria), la mayoría de los pueblos son suníes y cuando vino el ISIS,
los que no creían en los islamistas se fueron. Pero la mayoría en esa
zona, cerca del 95% de los suníes que había allí se unieron a los
militantes simplemente porque pensaron que el ISIS estaba allí para
liberarles y para ayudarles a vivir bajo los preceptos del islam. Los
consideran la representación real de la religión en la que creen. Por
eso es difícil escapar, porque los que les rodean son del ISIS”. Durante
casi hora y media de conversación, Nadia vuelve varias veces sobre la
misma idea. “A los cristianos por ejemplo les dejaron elegir. Podían
irse o convertirse al islam y se fueron porque no querían quedarse en
ese régimen brutal. Muchos otros también podían haberse ido”.
Tampoco cree que haya nada de inocencia ni de inconsciencia
en los jóvenes que hacen la maleta en Europa y se alistan
voluntariamente con el ISIS en Siria. “La gente que se fue de aquí sabe a
lo que iban. Hoy hay acceso a las redes sociales, hay mucha información
y aún así van a unirse a sus filas”.
Le da también muchas vueltas en su cabeza al poderío
económico de los terroristas. “Lo que me confunde es cómo consiguen
tanto dinero, tantas armas, tanta munición. Esta es la pregunta que me
ronda la cabeza. Es verdad que se les ha expulsado de Irak, pero en los
lugares en los que todavía están bajo control, hacen con las mujeres lo
mismo que hacían los primeros días del ISIS, cometiendo los mismos
crímenes, vendiendo a las mujeres”.
Nadia logró escapar de su cautiverio de milagro. Un iraquí
de Mosul se jugó el pellejo y la sacó enfundada en un niqab negro de la
zona de influencia del ISIS. Más tarde, Nadia encontró refugio en Alemania, como otros cientos de miles de demandantes de asilo
para los que la política de puertas abiertas de la canciller, Angela
Merkel ha sido un salvavidas. Aquí vino gracias a un programa del Estado
de Baden-Württemberg para víctimas supervivientes del ISIS. De la mano
de su hermana, dejó atrás el campo de refugiados en el norte de Irak, en
el que vivían en condiciones penosas y junto a otros mil supervivientes
se instalaron en el sur de Alemania.
Y ahora desde Alemania, recorre el mundo con su relato
debajo del brazo. Su caso lo defiende Amal Clooney, la conocida abogada
defensora de derechos humanos, empeñada como ella en que el Estado
Islámico pague ante la justicia por sus atrocidades. “Hay muchos
supervivientes que pueden prestar testimonio. El propio ISIS presume en
las redes sociales de lo que le hace a las yazidíes. Tenemos la
esperanza de que la justicia es posible. Prueba de ello es que algunos
países occidentales ya han reconocido el genocidio yazidí”, piensa
Nadia.
Su lucha le ha hecho merecedora de premios internacionales,
entre ellos el Sájarov a la libertad de conciencia y el Václav Havel de
derechos humanos. Es además embajadora de Buena Voluntad de Naciones
Unidas para la Dignidad de los Supervivientes de la Trata de Personas.
Aún así, esta joven menuda en ocasiones se desespera porque
sabe que no es fácil y que la historia ha demostrado ser incapaz de
frenar la violencia sexual como arma de guerra. “Hablo con muchos
representantes de países. Todos dicen que lo intentan, pero no ha habido
un esfuerzo real de acabar con el ISIS”. “Cuando estuvimos asediados en
Kocho, hubo niños que murieron de hambre. Los yazidíes trataron de
contactar con la gente que conocían en el extranjero, pero nadie nos
salvó. Ahora, mujeres que han sido esclavas del ISIS durante años viven
en campos de desplazados, en condiciones penosas. Lo países no hacen lo
que ha hecho Alemania para acoger a supervivientes. No hay un esfuerzo
real. Es una decepción”.
Cree además, que son los países árabes los que más podrían
hacer, pero no hacen. “Si en las mezquitas se hablara de los crímenes
del ISIS en el sermón del viernes y también en las universidades, puede
que se evitara que más jóvenes se sumaran. Y tal vez si la frontera
entre Siria e Irak estuviera estado totalmente cerrada, se habría
evitado que los terroristas pudieran viajar de un país al otro”.
Nadia lucha porque no le queda más remedio y porque hasta
ahora no ha sido capaz de imaginarse otra existencia. Pero lo que de
verdad le gustaría es ser una persona normal. “Yo no quiero ser
activista para siempre. No quiero tener que contar mi historia una y
otra vez. Como otras chicas que han testificado, yo lo hecho y llevo
haciéndolo un tiempo, pero quiero tener mi propia vida”. Algún día
cuenta, le gustaría estudiar inglés y hacer un curso de maquillaje. En
las fotos de antes de que el ISIS destrozara su vida. Nadia aparece muy
maquillada. Una de sus aficiones era recortar fotos de novias con la
cara bien pintada y guardarlas para poderlas mirar una y otra vez. Hoy
Nadia acude a la entrevista con la cara lavada.
La grabadora se para y Nadia charla un poco más relajada.
Ahora es ella la que pregunta algo que de verdad le preocupa. ¿Puede
hacer algo por mi hermano?. Tiene las piernas agujereadas por las balas
del Estado Islámico y vive en Zakho, un campo de refugiados en el
Kurdistán. En Alemania, los programas de reunificación familiar están
congelados y en el resto de Europa tampoco le aceptan. “Igual Merkel
escucha esta entrevista y le deja venir”, se esperanza. Su caso es la
perfecta ilustración de las descomunales dificultades a las que se
enfrentan los demandantes de asilo en Europa. Si Nadia, una de las
refugiadas más conocidas del planeta, no es capaz de traer a su familia,
no es difícil de imaginar la suerte de los demás.
Termina la entrevista y Nadia se relaja con el intérprete de
kurdo, otro joven yazidí. Desparramados en el sofá, chateando con sus
móviles. A primera vista, podrían parecer unos jóvenes cualquiera
saltando de un vídeo de youtube a otro. No lo son.
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