7 oct 2015

La República: Pequeños esclavos

A un par de horas de las playas más paradisíacas de Tumbes existen cientos de hectáreas dedicadas al cultivo de arroz. Es un extenso terreno que, por la izquierda y la derecha, flanquea a la Panamericana Norte. De este lugar sale la mayor producción de arroz del país, pero lo que mayoría ignora es que mucha de la mano de obra que lo cultiva y cosecha pertenece a menores de edad.

Niños y niñas de ocho años, los más pequeños, hasta adolescentes de 14 son traídos de las zonas más pobres de Chiclayo, Cajamarca y Piura para trabajar como esclavos.

Bajo un sol que llega a los 34 grados de temperatura, los muchachitos cumplen con la dura jornada de un adulto.

Desde las cinco de la mañana se sumergen en el agua estancada de las parcelas para trasplantar el almácigo del grano (un pequeño arbusto donde germinan las semillas). Meten sus pequeños cuerpos en las pozas de barro de cuarenta centímetros de profundidad. Solo salen por momentos a comer los panes que los adultos les mandan en bolsas de plástico.

En las horas de más calor mojan sus polos y se los colocan en sus cabezas para refrescarse. Casi todo el día permanecen con la ropa mojada, empapados, doblados, incrustando el almácigo en la tierra, hasta que ven el sol caer a las cinco de la tarde, tras doce horas de faena.
Por sembrar mil metros cuadrados al día les pagan veinte soles. A los adultos que hacen el mismo trabajo les dan cien

¿Por qué estos niños se remojan en el lodo, exponiéndose a las picaduras de mosquitos y a la inhalación de pesticidas cuando deberían estar jugando a la pelota? 

"Porque ya tienen que ir conociendo cómo es la realidad", le dijo un agricultor al intendente Luis Morán, jefe de la oficina de la Superintendencia Nacional de Fiscalización Laboral (Sunafil) en Tumbes. "El señor era de Cajamarca y había venido a trabajar a los arrozales con sus tres hijas de 8, 11 y 13 años. Una de las niñas había empezado en este oficio a los 7", comenta Morán.

Cada año la Sunafil realiza más operativos para erradicar este tipo de esclavitud, especialmente durante febrero y agosto que son los meses de siembra.

"Aquí, en los arrozales, se emplea a los niños por su baja estatura. Como son pequeños adoptan con más facilidad la postura para el sembrado. Además son más productivos. Un niño puede sembrar una línea de almácigos en media hora mientras que al adulto le toma el doble de tiempo. Avanzan dos veces más rápido, pero ganan menos", dice con enfado Luis Morán, al otro lado del hilo telefónico.

Sin Libertad

Según la última encuesta que hizo el INEI el 2007, hay un millón 900 mil niñas y niños trabajadores en el país.

"De este universo no todos son víctimas de trabajos forzosos, lo que implica trabajar en encierro o en condiciones infrahumanas, sin comunicación con sus familiares o sin salario", explica Jhon Gamarra del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables.

El número exacto de menores que son explotados bajo esta forma de trabajo ilegal es un misterio. Sin embargo, cada tanto se conocen nuevos casos de niños explotados en arrozales, en madereras, en fábricas de ladrillos. El 2005, la OIT alertó que al menos 50 mil menores trabajaban en las mineras extrayendo oro.

En nuestro Código Penal no existe una figura jurídica que aluda directamente a la explotación laboral infantil, solo se señala que "cualquiera que ponga en peligro la vida de otro sometiéndolo a trabajos excesivos será reprimido con pena privativa de libertad no menor de uno ni mayor de cuatro años".

La Sunafil hace su trabajo sancionando a las empresas o particulares que infrinjan la ley laboral que indica que  "bajo ninguna circunstancia se debe emplear a ningún menor de 14 años". Las multas pueden ir desde 50 UIT (192.500 soles) hasta los 200 UIT (770.000 soles)

La tarea más difícil para acabar con esta forma de esclavitud es dar con los que están detrás de las redes que disponen de los menores "a pedido".

"Cuando le pregunto a los niños ¿quién les ha traído?, me dicen, tímidos, casi sin querer hablar, que El Brujo o El Gordo. No saben más", retoma la conversación Luis Morán de la Sunafil de Tumbes.

"Algunos llegan a los arrozales con sus padres –continúa. Otros son traídos por desconocidos que hasta los hacen viajar en la bodega del bus. Eso me han dicho algunos niños que vienen de Morropón. ¡Imagínese... son como 500 kilómetros de viaje hasta aquí!"

Morán señala que los menores son recibidos en lugares que llaman "hospedajes". Allá duermen después de sus duras faenas, sobre cartones o plástico, tirados en el suelo, o hasta en la ducha.
Pedir la mano de obra infantil es sencillo. Una vez Morán se hizo pasar por un agricultor que buscaba chiquillos para sembrar sus arrozales. Fue un martes y los "contratistas" le prometieron que el sábado tendrían a sus "diez puntos" listos para el trabajo.

"En este caso hubo captación, traslado, acogida y explotación, sin duda es un caso de trata de personas", señala el coronel Luis Chávez, de la División de Trata de Personas de la Dirincri, en referencia a otro caso de explotación laboral de menores que tuvo un buen final el viernes pasado.  Chávez encabezó junto a un numeroso grupo de fiscales, policías e inspectores de trabajo, un operativo para rescatar a ocho adolescentes de una papelera en Ate.

Saltar para escapar

Los del operativo dieron el golpe al ser alertados por un adolescente de 16 años, al que llamaremos David, que logró escaparse de la papelera por los malos tratos que allí le daban.

Dentro de la fábrica de Conversflex encontraron a los menores, de entre 15 y 17 años, pucallpinos como David, a quienes el sueño de una vida mejor en la capital se les desvaneció apenas comenzaron a trabajar.
"Los de la papelera los recogieron en un furgón en un grifo de Santa Anita y de inmediato los instalaron en una habitación con cuatro colchones tirados en el piso. Empezaban su trabajo a las seis de la mañana. Solo les daban dos raciones de comida al día, desayuno y cena. A las diez de la noche los volvían a encerrar con llave en su habitación hasta la mañana siguiente", señala el coronel Chávez.

De los 175 soles que les prometieron como aguinaldo semanal les recortaban 70 por la comida y 50 por el derecho a colchón. Una injusticia. Por ello, una tarde, en agosto, tras tres meses de aislamiento, David aprovechó un descuido de sus empleadores, trepó (no se sabe cómo) la pared de la fachada de la fábrica y desde ahí, a unos 15 metros de altura, se tiró a un poste que estaba muy cerca. Logró deslizarse hasta la vereda y corrió por varias horas hasta encontrar un serenazgo en Chosica.

"Los adolescentes mayores de 14 años sí pueden trabajar pero con la autorización del Ministerio de Trabajo. En este caso, la papelera Conversflex  no estaba autorizada", dice el superintendente Carlos Benites, de la Sunafil de Lima. "Se procederá a multar a la empresa y si no paga, vamos a intervenir sus cuentas bancarias", agrega.

Estos ocho adolescentes forman parte de los 121 menores que este año ha rescatado la Sunafil de la explotación laboral infantil en todo el país.

"Los salvamos. El Ministerio de la Mujer los lleva hasta sus casas en Chiclayo o en Piura pero, a veces, los vuelvo a encontrar al año siguiente", dice, un tanto pesimista, el intendente Luis Morán sobre los niños de los arrozales de Tumbes. "Es que provienen de familias pobres y son los propios padres los que a veces los traen y no saben el daño que les hacen. Te encuentras con cuadros dolorosos: por andar incrustando los almácigos se les  abre la piel de sus deditos, se les levantan las uñas y la carne viva queda expuesta al barro que contiene plaguicidas e insecticidas que entran por su piel y quién sabe qué enfermedades les provocarán cuando sean grandes", finaliza Morán.

 Escribe Juana Gallegos
Fuente La República: http://larepublica.pe/impresa/sociedad/704553-pequenos-esclavos

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