A un par de horas de las playas más paradisíacas de Tumbes existen cientos de hectáreas dedicadas al cultivo de arroz. Es un extenso terreno que, por la izquierda y la derecha, flanquea a la
Panamericana Norte. De este lugar sale la mayor producción de arroz del
país, pero lo que mayoría ignora es que mucha de la mano de obra que lo cultiva y cosecha pertenece a menores de edad.
Niños y niñas de ocho años, los más pequeños, hasta adolescentes de 14 son traídos de las zonas más pobres de Chiclayo, Cajamarca y Piura para trabajar como esclavos.
Bajo un sol que llega a los 34 grados de temperatura, los muchachitos cumplen con la dura jornada de un adulto.
Desde las cinco de la mañana se sumergen en el agua estancada de las
parcelas para trasplantar el almácigo del grano (un pequeño arbusto
donde germinan las semillas). Meten sus pequeños cuerpos en las pozas de
barro de cuarenta centímetros de profundidad. Solo salen por momentos a
comer los panes que los adultos les mandan en bolsas de plástico.
En las horas de más calor mojan sus polos y se los colocan en sus cabezas para refrescarse. Casi todo el día permanecen con la ropa mojada, empapados, doblados, incrustando el almácigo en la tierra, hasta que ven el sol caer a las cinco de la tarde, tras doce horas de faena.
Por sembrar mil metros cuadrados al día les pagan veinte soles. A los adultos que hacen el mismo trabajo les dan cien
¿Por qué estos niños se remojan en el lodo, exponiéndose a las picaduras
de mosquitos y a la inhalación de pesticidas cuando deberían estar
jugando a la pelota?
"Porque ya tienen que ir conociendo cómo es la realidad",
le dijo un agricultor al intendente Luis Morán, jefe de la oficina de
la Superintendencia Nacional de Fiscalización Laboral (Sunafil) en
Tumbes. "El señor era de Cajamarca y había venido a trabajar a los
arrozales con sus tres hijas de 8, 11 y 13 años. Una de las niñas había
empezado en este oficio a los 7", comenta Morán.
Cada año la Sunafil realiza más operativos para erradicar este tipo de
esclavitud, especialmente durante febrero y agosto que son los meses de
siembra.
"Aquí, en los arrozales, se emplea a los niños por su baja estatura.
Como son pequeños adoptan con más facilidad la postura para el sembrado.
Además son más productivos. Un niño puede sembrar una línea de
almácigos en media hora mientras que al adulto le toma el doble de
tiempo. Avanzan dos veces más rápido, pero ganan menos", dice con enfado
Luis Morán, al otro lado del hilo telefónico.
Sin Libertad
Según la última encuesta que hizo el INEI el 2007, hay un millón 900 mil niñas y niños trabajadores en el país.
"De este universo no todos son víctimas de trabajos forzosos, lo que
implica trabajar en encierro o en condiciones infrahumanas, sin
comunicación con sus familiares o sin salario", explica Jhon Gamarra del
Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables.
El número exacto de menores que son explotados bajo esta forma de
trabajo ilegal es un misterio. Sin embargo, cada tanto se conocen nuevos
casos de niños explotados en arrozales, en madereras, en fábricas de
ladrillos. El 2005, la OIT alertó que al menos 50 mil menores trabajaban
en las mineras extrayendo oro.
En nuestro Código Penal no existe una figura jurídica que aluda
directamente a la explotación laboral infantil, solo se señala que
"cualquiera que ponga en peligro la vida de otro sometiéndolo a trabajos
excesivos será reprimido con pena privativa de libertad no menor de uno
ni mayor de cuatro años".
La Sunafil hace su trabajo sancionando a las empresas o particulares que
infrinjan la ley laboral que indica que "bajo ninguna circunstancia se
debe emplear a ningún menor de 14 años". Las multas pueden ir desde 50
UIT (192.500 soles) hasta los 200 UIT (770.000 soles)
La tarea más difícil para acabar con esta forma de esclavitud es dar con
los que están detrás de las redes que disponen de los menores "a
pedido".
"Cuando le pregunto a los niños ¿quién les ha traído?, me dicen, tímidos, casi sin querer hablar, que El Brujo o El Gordo. No saben más", retoma la conversación Luis Morán de la Sunafil de Tumbes.
"Algunos llegan a los arrozales con sus padres –continúa. Otros son
traídos por desconocidos que hasta los hacen viajar en la bodega del
bus. Eso me han dicho algunos niños que vienen de Morropón.
¡Imagínese... son como 500 kilómetros de viaje hasta aquí!"
Morán señala que los menores son recibidos en lugares que llaman
"hospedajes". Allá duermen después de sus duras faenas, sobre cartones o
plástico, tirados en el suelo, o hasta en la ducha.
Pedir la mano de obra infantil es sencillo. Una vez Morán se hizo pasar
por un agricultor que buscaba chiquillos para sembrar sus arrozales. Fue
un martes y los "contratistas" le prometieron que el sábado tendrían a
sus "diez puntos" listos para el trabajo.
"En este caso hubo captación, traslado, acogida y explotación, sin duda
es un caso de trata de personas", señala el coronel Luis Chávez, de la
División de Trata de Personas de la Dirincri, en referencia a otro caso
de explotación laboral de menores que tuvo un buen final el viernes
pasado. Chávez encabezó junto a un numeroso grupo de fiscales, policías
e inspectores de trabajo, un operativo para rescatar a ocho
adolescentes de una papelera en Ate.
Saltar para escapar
Los del operativo dieron el golpe al ser alertados por un adolescente de
16 años, al que llamaremos David, que logró escaparse de la papelera
por los malos tratos que allí le daban.
Dentro de la fábrica de Conversflex encontraron a los menores, de entre
15 y 17 años, pucallpinos como David, a quienes el sueño de una vida
mejor en la capital se les desvaneció apenas comenzaron a trabajar.
"Los de la papelera los recogieron en un furgón en un grifo de Santa
Anita y de inmediato los instalaron en una habitación con cuatro
colchones tirados en el piso. Empezaban su trabajo a las seis de la
mañana. Solo les daban dos raciones de comida al día, desayuno y cena. A
las diez de la noche los volvían a encerrar con llave en su habitación
hasta la mañana siguiente", señala el coronel Chávez.
De los 175 soles que les prometieron como aguinaldo semanal les
recortaban 70 por la comida y 50 por el derecho a colchón. Una
injusticia. Por ello, una tarde, en agosto, tras tres meses de
aislamiento, David aprovechó un descuido de sus empleadores, trepó (no
se sabe cómo) la pared de la fachada de la fábrica y desde ahí, a unos
15 metros de altura, se tiró a un poste que estaba muy cerca. Logró
deslizarse hasta la vereda y corrió por varias horas hasta encontrar un
serenazgo en Chosica.
"Los adolescentes mayores de 14 años sí pueden trabajar pero con la
autorización del Ministerio de Trabajo. En este caso, la papelera
Conversflex no estaba autorizada", dice el superintendente Carlos
Benites, de la Sunafil de Lima. "Se procederá a multar a la empresa y si
no paga, vamos a intervenir sus cuentas bancarias", agrega.
Estos ocho adolescentes forman parte de los 121 menores que este año ha
rescatado la Sunafil de la explotación laboral infantil en todo el país.
"Los salvamos. El Ministerio de la Mujer los lleva hasta sus casas en
Chiclayo o en Piura pero, a veces, los vuelvo a encontrar al año
siguiente", dice, un tanto pesimista, el intendente Luis Morán sobre los
niños de los arrozales de Tumbes. "Es que provienen de familias pobres y
son los propios padres los que a veces los traen y no saben el daño que
les hacen. Te encuentras con cuadros dolorosos: por andar incrustando
los almácigos se les abre la piel de sus deditos, se les levantan las
uñas y la carne viva queda expuesta al barro que contiene plaguicidas e
insecticidas que entran por su piel y quién sabe qué enfermedades les
provocarán cuando sean grandes", finaliza Morán.
Escribe Juana Gallegos
Fuente La República: http://larepublica.pe/impresa/sociedad/704553-pequenos-esclavos
Fuente La República: http://larepublica.pe/impresa/sociedad/704553-pequenos-esclavos
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