La llegada de menores desde Centroamérica a Estados Unidos, muchas veces solos, aumenta y preocupa a las autoridades.
Sara no tiene hijos pero ansía ser madre. Su cariño está ahora enfocado en niños ajenos que cuida como si fueran suyos. Sin embargo, la imagen de dos en particular que perdió de vista hace dos años, le ha rondado desde entonces. Sus caminos se cruzaron en la experiencia más dura que le ha tocado vivir.
Sara no conduce por miedo a ser detenida por inmigración, tampoco quiere usar su nombre real. Dejó a su familia en El Salvador para ayudarlos. Cinco dólares al día, eso era lo que ganaba trabajando duro vendiendo zapatos. Eso es menos de lo que obtiene hoy con una hora de trabajo.
“Estaba muy asustada. Partimos de San Salvador, fue ahí cuando los conocí. Uno tenía ocho años y llegó con el brazo izquierdo enyesado. Hablaba solo, creo que tenía algún tipo de problema mental. La niña llegó después, tenía cinco años, sus padres estaban en Estados Unidos. Sus abuelos me la encargaron, aunque era la primera vez que los veía”, recordó.
En coches, autobuses y hasta bicicletas viajaron juntos, mientras pasaban las escalas a cargo de diferentes coyotes. Así cruzaron Guatemala. Sara nunca olvidará cuando una noche, la niña le confesó una profunda frustración. “Yo no quiero a mi mamá, quiero a mi tía. No sé por qué me trajo aquí”, le dijo .
"Cuando la escuché me sentí muy mal, al mismo tiempo me sentía responsable de ambos, de su seguridad, de su bienestar". Los coyotes se aseguraron de que los niños estuvieran con Sara la mayor parte del tiempo. En varios cambios entre microbuses y autos, sobre todo cuando se exponían a los ojos del público, era ella quien llevaba a los niños. "No te pongas nerviosa" le decían, "si no van a creer que tú eres la pollera (persona que cobra a los migrantes por ayudarlos a cruzar la frontera)".
Una vez que lograron entrar a México, llegaron a un cuarto de hotel atiborrado de gente. Allí, una mujer elegante se presentó y les dijo que tendrían que cambiarse de ropa y maquillarse. También les enseñó frases para hablar con acento mexicano.
“Naciste en Tuxtla (capital del Estado de Chiapas) y vas al DF”, le explicó antes de subirlos a otro microbús, que en varias ocasiones fue inspeccionado por militares. Cuando llegó a la casa de la mujer, habían transcurrido cinco días de viaje con los niños. Fue entonces cuando le dijo que otra persona vendría a por ellos. “Tocaron la puerta y se los llevaron. Me dio mucha pena que se fueran, angustia de pensar si estarían bien y tristeza porque me quedé sola”, dice.
Nunca más los volvió a ver, pero piensa en ellos a menudo. Las pesadillas sobre aquel viaje ya han comenzado a disiparse, pero es capaz de reproducir cada detalle de esa travesía, que en total duró 11 días hasta llegar a Houston.
Aunque el Gobierno estadounidense intenta dar un número estimado, lo cierto es que nadie sabe exactamente cuántos niños están cruzando, mueren o son secuestrados en el camino. El único número real es el de aquellos que son aprehendidos por las autoridades (En 2010, 16.648 menores de edad fueron reportados desde EEUU. a México por cruzar de forma ilegal).
Situación de crisis
Actualmente, una vez que los menores son arrestados por la patrulla fronteriza pasan al cuidado del Departamento de Salud (HHS), cuya función es decidir dónde ubicar a los niños y proveerlos con los cuidados inmediatos que requieran. El Departamento de Seguridad Nacional (DHS) entregó a 24.668 menores indocumentados que cruzaron la frontera solos en 2013 a HHS. Un 73% eran niños y un 24% tenía menos de 14 años. Para 2014 se espera que la cantidad sea al menos el triple.
De acuerdo a la información del DHS, el incremento de niños no acompañados en esta situación comenzó en 2009. El número de aprehensiones se duplicó cada año desde 2011 a 2013, pero “creció dramáticamente en 2014”.
El fenómeno ha generado una crisis para las autoridades federales y locales que operan en Texas. Así como el cruce de adultos se ha concentrado en este Estado, en comparación a zonas como Arizona y California, también ha ocurrido con los niños. DHS aseguró a EL PAÍS que el influjo de menores se ha concentrado en la frontera sur de Texas. El 75% de los que fueron encontrados en el Valle del Río Grande son de países como Guatemala, Honduras y El Salvador.
“Este año fácilmente superarán los 60.000. Nos preocupan las condiciones en que permanecen mientras están bajo la custodia del Gobierno y el potencial que existe para abusos. Hemos notado que hay un influjo mucho mayor de niñas y nos intranquiliza el acceso que tengan a protección y servicios. La mayoría de quienes llegan a Estados Unidos lo hacen por la violencia en sus países, porque no se sienten seguros allá”, explicó Michelle Brané, directora del programa para justicia y derechos de inmigrantes en Women Refugee Commission.
Entre las razones que explican el fenómeno, el Gobierno estadounidense menciona un empeoramiento de la situación económica, el aumento de la violencia y el deseo de reunirse con sus familias en Estados Unidos.
La situación ha llegado al límite y el secretario de DHS, Jeh Johnson, declaró nivel 4 como “condición de preparación”, eso significa que se ha destinado personal especial para la frontera sur de Texas, además de organizar infraestructura adicional para albergar a los niños. “Se ha reasignado personal de DHS para asistir en el procesamiento y cuidado de estos niños, incluyendo funcionarios del Servicio de Control de Inmigración y la Patrulla Fronteriza de otras partes del país. También se han expandido las campañas que advierten sobre los riesgos extremos del cruce y enfatizan que, aún bajo una potencial legislación migratoria, no podrían legalizarse”, aseguró la portavoz de DHS Marsha Catron.
Este mes, la agencia pidió al Departamento de Defensa utilizar temporalmente la infraestructura en la base militar Lackland en San Antonio para albergar a cerca de 1.000 niños. “Continuarán bajo el cuidado del Departamento de Salud”, explicó el portavoz de la Administración para Niños y Familias, Kenneth Wolfe.
“Un avance es que el Gobierno está enfocado en entregar lo antes posible a los niños para que estén bajo la custodia de familiares, mientras esperan que su caso llegue a las cortes de inmigración. Pero, por otro lado, nos preocupa la rapidez con la que los están dejando ir y las maneras en que están verificando que existe un lazo con las personas que los recogen”, comentó Brané.
Después de salir de sus países donde estaban inmersos en un ambiente de violencia, tras días en una travesía con extraños, donde han estado expuestos a innumerables situaciones de riesgo, y de su paso por los centros donde los alberga el Gobierno estadounidense, es imposible no preguntarse ¿cómo de dañados emocionalmente están estos niños y qué consecuencias tendrá para su futuro?
Reportaje de Antonieta Cadiz.
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