El 15 de noviembre de 2012, contrariando las leyes y rompiendo las normas del debido proceso, el Congreso sancionó a Javier Diez Canseco por haber presuntamente ocultado la existencia de un conflicto de intereses, derivado de la presentación del Proyecto de Ley Nº564-2011- CR, que supuestamente beneficiaría a su hija y exesposa. Se le imputó una conducta que no estaba explícitamente contemplada como una infracción y, ya en el pleno, un hecho que no fue materia de acusación, ni de debate en la Comisión de Ética. Poco o nada les importó a los falsos acusadores. La venganza movió a sus adversarios. Nunca le perdonaron haberlos enfrentado, durante décadas, con argumentos, temperamento y dignidad. Haberlos investigado y evidenciado. Haber contribuido decididamente a la estancia de uno de sus jefes en la Diroes. En verdad, la venganza también movilizó a una buena parte de sus antiguos aliados del nacionalismo, que nunca le aceptaron el desplante y la tirada de puerta con los que se apartó de ellos cuando fue consciente que lo ofrecido por Ollanta Humala en la campaña electoral no iba a ser cumplido. Y hubo quienes enmudecieron, callaron, se abstuvieron, mientras lo agredían.
Aquella vez, Javier se defendió y los enfrentó. Sabía que la suerte estaba echada. Que los adversarios y exaliados contaban con los votos y venían con sangre en el ojo, decididos a sancionarlo por lo que sea y como sea. Javier contaba con la razón, el verbo y su dignidad. La dignidad que lo acompañó siempre. No había incurrido en ningún conflicto de interés. La propia Secretaría Técnica de la Comisión de Ética había acreditado matemáticamente que el proyecto de ley no generaría ningún beneficio económico para algún familiar suyo. El proyecto, claro está, respondía a una demanda general y no buscaba otorgar derechos excepcionales a nadie. Por lo demás, once proyectos como el que había presentado, que promovían el canje de acciones de inversión por acciones comunes, circulaban en el Congreso desde 2003.
En el debate, Javier pechó a Díaz Dios, de la fujimorista bancada del diario Correo, por presentar un dictamen distinto al aprobado en la Comisión de Ética, y por no haber presentado un texto escrito del mismo, pero no obtuvo respuesta; instó a Lay a señalar si ese era el dictamen que venía de la comisión que presidía, pero éste no atinó a abrir la boca y pronunciar palabra; desnudó la historia de una campaña mediática de linchamiento político en su contra (Correo, Perú 21 y El Comercio); resistió la arremetida de gente como Becerril, Aguinaga, Spadaro, Reátegui y Tapia; y, luego, digno como la ocasión exigía, ratificó la legitimidad y generalidad del proyecto presentado, recordó sus 45 años de actividad política, su enfrentamiento con los poderosos y los mandones de turno, y demandó que si lo iban a juzgar que lo hicieran por haber formado parte de comisiones investigadoras de actos de corrupción y enviar a la cárcel a los sinvergüenzas que habían metido la mano en los dineros del Estado. “Aquí, señor, no hay un pesetero, aquí hay una persona de principios”, alcanzó a espetarles. ¡Grande Javier! Y qué pequeños sus adversarios.
Como era predecible, la mayoría del Congreso, digitada desde la Diroes y la Plaza de Armas, aprobó la suspensión del ejercicio del cargo de congresista por 90 días. Así, la infamia, el odio y la medianía se consumaron aquella noche de noviembre.
Javier, hombre de acción, no se quedaría con los brazos cruzados. Después de todo, él que siempre había luchado contra la injusticia que se abatía sobre otros, podía permitirse también enfrentar la injusticia que lo había alcanzado. Entonces, acudió al Poder Judicial. No pasaría mucho tiempo antes que un magistrado le diera la razón, declarara que la sanción impuesta era injusta, limpiara su nombre, y su memoria. Pese a ello, el Congreso aún se resiste a ejecutar la decisión judicial. ¡Ya pues, congresista Otárola!
En mayo de 2013, mientras hacía la cola, como miles, por horas, en San Marcos, para despedirlo –se nos fue un día 4 como hoy–, una frase me asaltaba una y otra vez. ¡Javier dignidad! Llegado el momento, se la susurré. Fue mi forma de decirle hasta siempre, compañero.
Artículo de Ronald Gamarra Herrera publicado en Diario16, el domingo 04 de mayo de 2014.
Foto de Diario16: http://diario16.pe/
Fuente Diario16: http://diario16.pe/columnista/42/ronald-gamarra/3287/javier-dignidad
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