"El 18 de enero de 2001, en los albores de la transición, en plena espantada fujimorista y primeros pasos de Paniagua, la Sala Penal de la Corte Suprema apañó al compañero expresidente y le prescribió los delitos de corrupción que lo perseguían desde su primer gobierno. Alan García mató allí sus demonios. Alan García acalló allí a la justicia. Nunca más, en materia de acusaciones penales propias, necesitó al Poder Judicial para librarse del Poder Judicial. No lo requirió. Contó con una fiscalía que manejó a su antojo y no hubo denuncia que prosperara ni fiscal que lo investigara. En verdad, el Ministerio Público recibió las denuncias y solicitudes de investigación en Abancay pero los archivos se decidieron en Alfonso Ugarte. La oficina de los sucesivos jefes de los fiscales se convirtió en el cementerio de los anticucho y preocupaciones penales del eterno candidato, y aquellos en meros facilitadores de una trucha credencial de santo y santón. ¡San Alan, señor y príncipe de la fiscalía, nunca suficientemente venerado, siempre convenientemente exonerado!
"En los últimos años, Alan García sólo visitó una vez los recintos judiciales. Fue de testigo en el caso BTR. Vamos, un paseo, un premio".
Artículo de Ronald Gamarra publicado en Hildebrandt en sus trece, Año 4, Nº 196, el viernes 4 de abril de 2014.
Fuente: hildebrandtensustrece.com
Excelente análisis Dr. Gamarra. Lástima que este "señor", con la cara de piedra que tiene, seguro que al menos sonreirá.
ResponderEliminarPablo