Esta semana los equipos de fútbol de Perú
y Venezuela se enfrentaron en un encuentro crucial. Finalmente, cayó
nuestro equipo y con ello perdimos, una vez más, la esperanza de
participar en un Mundial de fútbol. Pero Venezuela, en la misma fecha,
perdió mucho más que nosotros, pues ese día se hacía efectivo el retiro
de ese país de la jurisdicción de la Corte Interamericana de DDHH.
En una palabra: los venezolanos, todos y cada uno de ellos, quedaron privados de una parte sustancial, imprescindible, de la protección de sus derechos fundamentales en virtud de la voluntad autocrática de
un régimen que precisamente tiene muchas cuentas que rendir en cuanto al
respeto de los DDHH, de las libertades. De un día para otro, los
venezolanos, hombres y mujeres de toda condición, gobiernistas,
opositores y apolíticos, amanecieron con menos derechos, se levantaron
con una parte esencial de su ciudadanía amputada, expuestos más que
nunca a la arbitrariedad de un régimen cada vez más agresivo e
impredecible.
No nos engañemos ni dejemos que la demagogia nos venda cuentos. Un gobierno popular no puede ser aquel que priva de derechos a sus ciudadano. Es al contrario. Gobierno popular es el que les reconoce más derechos y no teme cumplirlos y responder por ellos. El paradigma de los DDHH es público y conocido, y ha adquirido fuerza normativa vinculante en el sistema de las Naciones Unidas y en el sistema regional interamericano. Ese es el marco al que debiera adherirse un gobierno auténticamente popular.
Pero cuando lo que se construye es una autocracia, un régimen intolerante e invasivo de la libertad, un sistema que requiere de la impunidad para sus promotores y partidarios corruptos, entonces los DDHH terminan por convertirse en el primer obstáculo. En esto se juntan, y no es casualidad, los extremos intolerantes de la izquierda y la derecha, Videla, Pinochet y Chávez o los hermanos Castro, y quienes aspiran a emularlos porque abrigan en el corazón a un dictadorzuelo.
Que no nos vengan con el cuento del nacionalismo. Pinochet, tanto como Chávez, abominaban el Sistema Interamericano de DDHH, queriendo aparecer como campeones de la soberanía nacional frente a una jurisdicción internacional, según ellos, inaceptable. Pero sería ingenuidad no darse cuenta de que lo único que querían ambos, como todos los dictadores que les antecedieron y los que les sucedan o imiten, era y es asegurarse la posibilidad de agredir con impunidad a sus ciudadanos.
Que no nos extrañe entonces que en nuestro país, donde la impunidad también es el objetivo de muchos poderosos que abusaron y abusan de los derechos básicos de la gente, no falten quienes desde los extremos intolerantes de la izquierda y la derecha le hagan eco y hasta elogien incluso a sus adversarios ideológicos cuando dan pasos como el que dio Chávez y acaba de consumar Maduro retirando arbitrariamente a su país de la jurisdicción interamericana. Ya lo dijo hace dos siglos Samuel Johnson: “El patriotismo es el último refugio de los canallas”.
Pero lo que acaba de consumar vergonzosamente el gobierno de Maduro no puede durar. Ese régimen tendrá que dar paso a la democracia. Y felizmente no son pocos los indicios que sugieren que no habrá de pasar mucho tiempo antes de que la Venezuela libertaria de Bolívar se reintegre al esfuerzo democrático, al progreso en el respeto a los derechos fundamentales, que ha significado en nuestra región el Sistema Interamericano de DDHH, que por fortuna sobrevive con buena salud a las intrigas y ataques coordinados en los últimos años por el chavismo.
Artículo de Ronald Gamarra Herrera, publicado en el Diario16, el domingo 15 de septiembre del 2013. Fuente Diario16: http://diario16.pe/columnista/42/ronald-gamarra/2835/venezolanos-sin-derechos-gobierno-popular
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