30 sept 2013

"El lugar de Cipriani" por Ronald Gamarra

¿Dónde estaba Juan Luis Cipriani cuando era obispo de Ayacucho y los desaparecidos se contaban or cientos en esa ciudad, y sus madres golpeaban inútilmente todas las puertas clamando un poco de humanidad y justicia? ¿Acaso recibió o se reunió alguna vez con mamá Angélica y sus innumerables compañeras, madres heoricas y trágicas, cristinas y católicas de convicción y de siempre, para darles siquiera algo de consuelo?

¿Dónde estaba Cipriani cuando el grupo Colina asesinaba con impunidad, al bulto, en Barrios Altos, o capturaba estudiantes casi adolescentes y los ejecutaba de un tiro en la nuca, como hicieron La Cantuta? ¿Alguna vez se acercó a las atribuladas madres de esos jóvenes para darles un abrazo de solidaridad humana? ¿Alguna vez se dignó reunirse con Raida Cóndor para decirle a ella y a las demás madres que siente como crdenal católico lo ocurrido con sus hijos, y darles apoyo en su búsqueda de justicia?

¿Dónde estaba Cipriani cuando los demócratas peleaban contra la mafia de Fujimori y Montesinos? ¿Alguna vez abrió la boca para condenar rotundamente la corrupción de aquel gobierno, la calaña de aquel régimen? En cambio, qué beligerante con la Universidad Católica porque no se somete a sus órdenes.

¿Dónde está cuando los niños son abusados arteramente por curas y hasta por algún obispo pedófilo? ¿Los niños y niñas no están en el centro de las leyes humanas y del mensaje cristiano? ¿Por qué, en su condición de cardenal, mantiene estos casos en la sombra en lugar de denunciar a sus perpetradores y solicitar perdón a las víctimas y a toda la comunidad por esta conducta delincuencial de ciertos curas? ¿Por qué nos enteramos de estos casos a partir de trascendidos o de denuncias de terceros, pero nunca desde la propia institución donde se cobijan los perpetradores?

¿Dónde estuvo y está Cipriani en todas estas situaciones cruciales, en que se juega la dignidad humana y los principios de una convivencia democrática? Lo sabemos, él mismo lo ha dicho y expresado con la rudeza cuartelera de la que suele hacer gala. Cuando en el Perú había cientos y miles de desapariciones forzadas, asesinatos extrajudiciales, tortura y fosas comunes, Cipriani no se andó con rodeos y no se ocupó nunca de estos casos como obispo de Ayacucho, y en eso fue absolutamente riguroso. Y redondeó su concepto con una frase que lo pinta de cuerpo entero cuando calificó los derechos humanos como “una cojudez”. No se le puede negar claridad.

Por eso, en vez de estar con las madres de las víctimas, prefiere conmiserarse de violadores de derechos humanos como Fujimori y otros de su estofa, y hace campaña activa y presiona al gobierno por su libertad. Por eso, en lugar de justicia propone olvido para las violaciones de derechos humanos, y en consecuencia impunidad. Por eso, en vez de estar con los niños violentados, dice en solidaridad insólita con el obispo pedófilo que “no hay que hacer leña del árbol caído”. ¿Tal vez porque el culpable está vinculado al Opus Dei? Tolerancia y piedad frente al pedófilo, persecución y cizaña contra los curitas de la teología de la liberación, que no han violado a ningún niño, que no hacen más que expresar sus ideas y practicar un cristianismo vinculado a los pobres; eso es Cipriani.

Artículo de Ronald Gamarra Herrera, publicado en Diario16, el domingo 29 de septiembre del 2013; página 6. 
Fuente DIario16: http://diario16.pe/

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