¿Dónde estaba Juan Luis Cipriani cuando era obispo de Ayacucho y los desaparecidos se contaban or cientos en esa ciudad, y sus madres golpeaban inútilmente todas las puertas clamando un poco de humanidad y justicia? ¿Acaso recibió o se reunió alguna vez con mamá Angélica y sus innumerables compañeras, madres heoricas y trágicas, cristinas y católicas de convicción y de siempre, para darles siquiera algo de consuelo?
¿Dónde estaba Cipriani cuando el grupo Colina asesinaba con impunidad, al bulto, en Barrios Altos, o capturaba estudiantes casi adolescentes y los ejecutaba de un tiro en la nuca, como hicieron La Cantuta? ¿Alguna vez se acercó a las atribuladas madres de esos jóvenes para darles un abrazo de solidaridad humana? ¿Alguna vez se dignó reunirse con Raida Cóndor para decirle a ella y a las demás madres que siente como crdenal católico lo ocurrido con sus hijos, y darles apoyo en su búsqueda de justicia?
¿Dónde estaba Cipriani cuando los demócratas
peleaban contra la mafia de Fujimori y Montesinos? ¿Alguna vez abrió la boca
para condenar rotundamente la corrupción de aquel gobierno, la calaña de aquel
régimen? En cambio, qué beligerante con la Universidad Católica porque no se
somete a sus órdenes.
¿Dónde está cuando los niños son abusados
arteramente por curas y hasta por algún obispo pedófilo? ¿Los niños y niñas no
están en el centro de las leyes humanas y del mensaje cristiano? ¿Por qué, en
su condición de cardenal, mantiene estos casos en la sombra en lugar de denunciar
a sus perpetradores y solicitar perdón a las víctimas y a toda la comunidad por
esta conducta delincuencial de ciertos curas? ¿Por qué nos enteramos de estos
casos a partir de trascendidos o de denuncias de terceros, pero nunca desde la
propia institución donde se cobijan los perpetradores?
¿Dónde estuvo y está Cipriani en todas estas
situaciones cruciales, en que se juega la dignidad humana y los principios de
una convivencia democrática? Lo sabemos, él mismo lo ha dicho y expresado con
la rudeza cuartelera de la que suele hacer gala. Cuando en el Perú había
cientos y miles de desapariciones forzadas, asesinatos extrajudiciales, tortura
y fosas comunes, Cipriani no se andó con rodeos y no se ocupó nunca de estos
casos como obispo de Ayacucho, y en eso fue absolutamente riguroso. Y redondeó
su concepto con una frase que lo pinta de cuerpo entero cuando calificó los
derechos humanos como “una cojudez”. No se le puede negar claridad.
Por eso, en vez de estar con las madres de las
víctimas, prefiere conmiserarse de violadores de derechos humanos como Fujimori
y otros de su estofa, y hace campaña activa y presiona al gobierno por su
libertad. Por eso, en lugar de justicia propone olvido para las violaciones de
derechos humanos, y en consecuencia impunidad. Por eso, en vez de estar con los
niños violentados, dice en solidaridad insólita con el obispo pedófilo que “no
hay que hacer leña del árbol caído”. ¿Tal vez porque el culpable está vinculado
al Opus Dei? Tolerancia y piedad frente al pedófilo, persecución y cizaña
contra los curitas de la teología de la liberación, que no han violado a ningún
niño, que no hacen más que expresar sus ideas y practicar un cristianismo
vinculado a los pobres; eso es Cipriani.
Artículo de Ronald Gamarra Herrera, publicado en Diario16, el domingo 29 de septiembre del 2013; página 6.
Fuente DIario16: http://diario16.pe/
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