30 sept 2012

Chito por Ronald Gamarra

Hay un hombre que a lo largo de las muchas décadas de su vida, ha permanecido leal a sus convicciones y a una profunda vocación de servicio a los que nada tienen, con la idea de contribuir a una sociedad mejor. Un utópico, se diría en el mundo pragmático y oportunista de hoy. Un excéntrico, dirían los que miden el valor de una vida por el éxito y el poder obtenidos. Un loquito, dirían al saber que no acumuló riqueza ni comodidad personal.
Ese hombre cargado de años ha conservado el espíritu “joven para siempre”, como quería Bob Dylan en una canción memorable. No lo han abandonado la ilusión ni el optimismo, ni el ímpetu, ni la tenacidad. A una edad en la que uno espera merecer deferencia y elogios por el camino recorrido, él sigue buscando desafíos, proyectos, tareas. En su caso, la madurez tiene el impulso de un eterno adolescente.
Le ha dedicado su vida especialmente a la niñez y la juventud. A esa niñez en abandono, a los niños que trabajan, a los niños sin familia, a los niños de la calle. Ha defendido los derechos y la dignidad de esos niños, pero sobre todo ha querido hacer de ellos los protagonistas de su propia lucha y destino en la vida. Es un maestro que no educa para amaestrar sino para liberar capacidades.
Su recorrido vital va de la mano con una intensa reflexión religiosa que lo llevó tempranamente al sacerdocio. A un sacerdocio que él quiso no ritual ni decorativo, sino comprometido. Impulsor originario de la Teología de la Liberación junto a Gustavo Gutiérrez, ha sufrido censura, sanciones y marginación al igual que otros miembros de esta corriente de reflexión teológica que intentó renovar una Iglesia anquilosada.
Alguna vez, un presidente envanecido por el poder ilimitado que había adquirido, dijo que no admiraba a nadie en el Perú, ni en su historia ni en su presente. Qué poco conocía este país. El Perú tiene mucha gente admirable, que hace posible nuestra supervivencia y nuestra esperanza. Que nos ayudan a ver el horizonte cuando nos confunde la niebla. Que se compran los pleitos sin pensar en recompensas.
Uno de ellos es aquel sobre quien escribo esta columna. Discreto, modesto, no le gusta hacerse notar. Pero es de aquellos que han luchado toda la vida, los indispensables, según la frase atribuida a Brecht. Alguna vez le preguntaron qué ha ganado con tanta lucha y respondió: “Uno no se mete a pelear porque va a ganar, sino por dignidad”. Le dicen Chito, como a cualquier chiquillo, tal vez porque conserva el alma primaveral, y se llama Alejandro Cussianovich. 
Fuente La República, domingo 30 de septiembre del 2012. Link: http://www.larepublica.pe/columnistas/causa-justa/chito-30-09-2012

1 comentario:

  1. Conozco a Alejandro Cussianovich y su vida es una lección, gracias pro hacerme recordar que debemos luchar siempre por nuestra dignidad.

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