Este sábado 29 la
comunidad LGTBI celebra con una marcha festiva y entusiasta – que ya va camino
de convertirse en una buena tradición nuestra – el derecho humano a la vida en
dignidad e igualdad. Esa dignidad y esa igualdad no pueden existir si no valen
para todos, sin discriminación de ninguna clase. Naturalmente, una prueba
decisiva de que en realidad tienen vigencia real y no simplemente declarativa
es la inclusión sin cortapisas de las minorías sexuales en el mismo corpus de
derechos garantizados y protegidos que valen para la mayoría heterosexual.
Eso lamentablemente
no existe en nuestro país, aunque paso a paso vamos avanzando en el cambio para
bien. Pero todavía los defensores de prejuicios ridículos, derivados de miedos
ancestrales cultivados con esmero por las fuerzas más reaccionarias, tienen
presencia y fuerza política como para bloquear con prepotencia el acceso a la
completa igualdad de aquellas orientaciones sexuales que difieren de lo que
ellos, de manera excluyente e intolerante, consideran “normal”. La lucha de la
comunidad LGTBI por la igualdad enfrenta a enemigos decididos y obcecados.
No nos engañemos.
Hay mucho camino por recorrer y, por cierto, no será fácil hacerlo, como no lo
fue conquistar la visibilidad que hoy tiene este movimiento igualitario. A
pesar de todas las dificultades, se deben celebrar y no menospreciar los
avances. Pero el desafío sigue allí. Hay que transformar las mentalidades
intolerantes y prejuiciosas en todos los niveles de nuestra sociedad y, por
cierto, poner las leyes a tono con las normas universales que protegen los
derechos humanos. No será fácil, insisto, pero es un objetivo que se ve cada
vez más cercano.
El futuro le
pertenece a la igualdad de derechos y dignidad para todos. Lo testimonia la
creciente aceptación que tiene la igualdad y el respeto para la comunidad LGTBI
sobre todo entre los más jóvenes. Las nuevas generaciones crecen mejor
informadas y más abiertas de mentalidad hacia la diversidad, a pesar de los prejuicios
dinosauricos que agobian a sus padres y abuelos. Visto en la perspectiva de
largo plazo, el esfuerzo patético de los políticos y líderes religioso homofóbicos
que hoy hacen tanta bulla es apenas un manotazo de ahogado.
La fiesta de este sábado
habrá sido precedida por un acto previo el jueves 27 en la plaza Bolívar, ante
la sede del Congreso, en el cual la comunidad LGTBI reiterará una vez más las
demandas de completa igualdad de derechos. La posibilidad de este acto, paradójicamente,
fue abierta por el movimiento homofóbico “con mis hijos no te metas”, cuyo líder
real es el fanático religioso Julio Rosas, topo fujimorista en el Congreso,
cuando consiguieron como un privilegio que es plaza cerrada les fuera abierta
hace un mes para su manifestación de odio, que congrego cuatro gatos.
No contaban con que
el presidente del Congreso, Salaverry, en creciente confrontación con la facción
fujimorista, tomaría la decisión de abrir la plaza también para la comunidad
LGTBI en aplicación de un criterio de equidad que debe extenderse a todos los
ciudadanos. Así pues, los de “Con mis hijos no te metas” experimentan en carne propia
el dicho popular que nadie sabe para quién trabaja, lo cual resulta muy divertido
tratándose de esta facción tan terca y primitiva en su homofobia. Han quedado
en ridículo ante todo el mundo.
Al momento de escribir
este artículo, no sabemos cómo transcurrirá este jueves el acto de la comunidad
en la plaza Bolívar. Los organizadores, como es natural, han anunciado el deseo
de que se cumpla con normalidad y paz. Pero nadie puede prever lo que son capaces
de hacer los apóstoles del odio protegidos por la inmunidad parlamentaria. Ojalá
guarden a mínima compostura, pero no es sensato esperar que se comporten como
gente. La noticia del acto de la plaza Bolívar, ante la sede del Congreso, les
ha sabido a chicharrón de sebo.
De hecho, ya
comenzaron con su campana de odio. Apenas conocida la autorización para el acto
frente al Congreso, saltaron como un resorte los congresistas homofóbicos a
protestar, siendo uno de los más caracterizados el inefable fujimorista
Becerril, quien escribió: “… quiere compara la marcha de “Con mis hijos no te
metas” con la marcha del ¿orgullo gay? (…) Si están tan de acuerdo que la
marcha del ¿orgullo gay? Ingrese a la plazuela Bolívar, también permitan que
ingrese a la explanada del Palacio de Gobierno y así el circo es completo ¿qué
dicen los rojos y caviares?”
Y remato ridículamente,
muy seguro y firme en la irracionalidad de su odio: “Vayan, vayan no más a su
marchita que los hace tan felices y claro no se olviden el mandilito rosa”. En
otro momento, respondiendo al correcto congresista Alberto de Belaunde, una excepción
en este Congreso de impresentables, Becerril no dudo en reconocerse
abiertamente como un discriminado: “Alberto, si para ti es igual que se besen
un hombre con una mujer con que se besen dos hombres en un lugar público, para mí
NUNCA será igual y si eso es discriminar entonces yo discrimino”.
Becerril haría mejor
en declarar todo lo que tiene que confesar en las investigaciones que tiene que
confesar en las investigaciones que tiene abiertas en el Ministerio Publico por
su presunta participación protagónica en las bandas “Los wachiturros de Tuman”
y “Los temerarios del crimen’ de Chiclayo, casos por los cuales el mismo reconoció
ante sus pares en el Congreso que ya estaría preso si no fuera por la protección
que le da la inmunidad parlamentaria. Eso sí que es vergonzoso y oprobioso, esa
conducta si merece ser discriminada y sancionada; no la expresión del amor en cualquiera
de sus formas y variedades humanas.
Artículo de opinión de Ronald Gamarra Herrera publicado en Hildebrandt en sus trece el viernes 28 de junio de 2019.
Fuente Hildebrandt en sus trece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario