Si Julio Ramón Ribeyro viviese todavía, habría cumplido 90 años este 31 de agosto. Nacido en 1929, creció en una Lima muy distinta a la que se fue formando explosivamente a raíz de las grandes migraciones. La suya fue una Lima que empezaba a dejar de ser esa ciudad aldeana que fue hasta los 30 años y comenzaba a juntarse y a formar una unidad con las poblaciones que la rodeaban, particularmente con el Miraflores donde vivió su niñez y adolescencia, donde creció y alcanzó la adultez. La suya ya era una ciudad que marchaba hacia el millón de habitantes, pero todavía no era la realidad impresionante que vendría poco después.
Ribeyro vio los inicios de ese cambio y crecimiento explosivos hacia la urbe desordenada caótica y anónima que hoy constituimos, en los años 50, aunque solo parcialmente, pues partió para vivir la aventura de ser un escritor en Europa entre 1952 y 1958. A su regreso de este viaje, en el cual consolida su vocación y afianza sus habilidades como artista literario, produciendo sus primeras obras, encuentra una Lima populosa y bullente que ya es radicalmente distinta de aquella que dejó al partir a Europa a los 23 años, apenas termino sus tediosos estudios de abogacía en la universidad Católica.
Ribeyro fue muy sensible a esta nueva Lima que encontró y eso tuvo su correspondiente reflejo en sus relatos. La nueva Lima, el nuevo Perú que encuentra, si bien enriquecen su visión de las cosas y su propia obra, no le ofrecen sin embargo un espacio donde pueda seguir desarrollando su vocación. Después de una breve experiencia como docente en la Universidad de Huamanga, reabierta por entonces, siente la necesidad de volver a volar.
El retorno a Europa será esta vez definitivo y sucederá en 1961. Al igual que en su primera experiencia europea, Ribeyro sobrevive desempeñando los más diversos oficios con tal de seguir escribiendo sin interrupción. Pero si su primera experiencia europea fue trashumante, en esta segunda oportunidad se asentará sedentariamente en París, donde vivirá tres décadas y formará su familia. Con su esposa y su único hijo, asumirá la vida de esposo y padre que antes no pensó tener. La escritura será su irrenunciable pasión, enriqueciéndose con nuevas vertientes y explorando géneros nuevos como sus agudas y sustanciosas prosas cortas.
A principios de los años 70, Ribeyro sufría un doloroso episodio de cáncer, que estuvo a punto de costarle la vida. Sobrevivió gracias a una atención médica que tuvo raro éxito, en aquella época en que el tratamiento del cáncer estaba en pañales. Desde entonces su figura física se hizo aún mas delgada de lo que siempre había sido, adquiriendo su definitivo perfil característico. Fue una victoria costosa sobre la enfermedad, pues en ella perdió la mayor parte del estómago y desde entonces estuvo obligado a vivir comiendo varias pequeñas porciones al día.
La adversidad no le impidió disfrutar de la vida, prosiguiendo en la medida que le fue posible la inclinación bohemia de su primera juventud y adultez. Aunque siempre fue un hombre austero, no desdeñaba un buen vino y algún buen bocadillo en compañía de amigos con quienes le encantaba conversar o simplemente estar. Tampoco renunció al tabaco, que siguió disfrutando sin remordimientos y sin interrupción hasta sus últimos días a pesar de la expresa prohibición médica. Le gustaba salir a pasear pausadamente en bicicleta con sus amigos por los malecones de Miraflores y Barranco, y detenerse a beber una copa.
Ribeyro vio los inicios de ese cambio y crecimiento explosivos hacia la urbe desordenada caótica y anónima que hoy constituimos, en los años 50, aunque solo parcialmente, pues partió para vivir la aventura de ser un escritor en Europa entre 1952 y 1958. A su regreso de este viaje, en el cual consolida su vocación y afianza sus habilidades como artista literario, produciendo sus primeras obras, encuentra una Lima populosa y bullente que ya es radicalmente distinta de aquella que dejó al partir a Europa a los 23 años, apenas termino sus tediosos estudios de abogacía en la universidad Católica.
Ribeyro fue muy sensible a esta nueva Lima que encontró y eso tuvo su correspondiente reflejo en sus relatos. La nueva Lima, el nuevo Perú que encuentra, si bien enriquecen su visión de las cosas y su propia obra, no le ofrecen sin embargo un espacio donde pueda seguir desarrollando su vocación. Después de una breve experiencia como docente en la Universidad de Huamanga, reabierta por entonces, siente la necesidad de volver a volar.
El retorno a Europa será esta vez definitivo y sucederá en 1961. Al igual que en su primera experiencia europea, Ribeyro sobrevive desempeñando los más diversos oficios con tal de seguir escribiendo sin interrupción. Pero si su primera experiencia europea fue trashumante, en esta segunda oportunidad se asentará sedentariamente en París, donde vivirá tres décadas y formará su familia. Con su esposa y su único hijo, asumirá la vida de esposo y padre que antes no pensó tener. La escritura será su irrenunciable pasión, enriqueciéndose con nuevas vertientes y explorando géneros nuevos como sus agudas y sustanciosas prosas cortas.
A principios de los años 70, Ribeyro sufría un doloroso episodio de cáncer, que estuvo a punto de costarle la vida. Sobrevivió gracias a una atención médica que tuvo raro éxito, en aquella época en que el tratamiento del cáncer estaba en pañales. Desde entonces su figura física se hizo aún mas delgada de lo que siempre había sido, adquiriendo su definitivo perfil característico. Fue una victoria costosa sobre la enfermedad, pues en ella perdió la mayor parte del estómago y desde entonces estuvo obligado a vivir comiendo varias pequeñas porciones al día.
La adversidad no le impidió disfrutar de la vida, prosiguiendo en la medida que le fue posible la inclinación bohemia de su primera juventud y adultez. Aunque siempre fue un hombre austero, no desdeñaba un buen vino y algún buen bocadillo en compañía de amigos con quienes le encantaba conversar o simplemente estar. Tampoco renunció al tabaco, que siguió disfrutando sin remordimientos y sin interrupción hasta sus últimos días a pesar de la expresa prohibición médica. Le gustaba salir a pasear pausadamente en bicicleta con sus amigos por los malecones de Miraflores y Barranco, y detenerse a beber una copa.
Artículo de opinión de Ronald Gamarra Herrera publicado en Hildebrandt en sus trece el viernes 07 de septiembre de 2019.
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