22 sept 2019

Ronald Gamarra: "¡Es la mafia, estúpido!"


En medio de la situación de enfrentamiento que vive el país, con una costra aprofujimorista parapetada en el Congreso, que se opone a piedra y lodo a toda propuesta del Gobierno para superar la crisis mediante el adelanto de las elecciones generales para que el pueblo elija un nuevo Presidente de la República y un nuevo Congreso en el 2020, hay todavía muchos que se hacen los tontos y pretenden que se trata de una “crisis institucional” caracterizada por un desafío clásico entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo.

En consecuencia, recurren a los constitucionalistas para que nos den la solución al desmadre, y estos hacen malabares teóricos para acomodar sus respuestas a sus respectivas preferencias. Porque, al igual que cualquier otra persona, no son personajes neutros que habitan un limbo conceptual sino protagonistas de carne y hueso, con apetencias y ambiciones, aspiraciones e ideales, con compromisos, pactos y muchas veces servidumbres relacionados de muy diversas maneras con los poderes fácticos que rigen en el país.

Esos mismos “ingenuos” que creen que estamos en una crisis puramente institucional de enfrentamiento entre nuestras más altas instancias políticas, también recurren a propuestas sacadas de la manga para solucionar el impase en algún salón donde los grandes plenipotenciarios de cada parte puedan acordar un “pacto de caballeros” que permita alguna modalidad de convivencia que les permita vivir sin que hagan olas en el escenario político hasta el 2021. Se trataría, pues, de hallar el modo de activar la buena voluntad dormida de unos líderes ofuscados.

Lo que pasan por alto estos analistas ingenuos es un hecho fundamental, y es la presencia de una trama mafiosa como protagonista central de la crisis. La alianza fujiaprista representa ya sin ningún sonrojo ni cobertura los intereses de esa hampa que pretendió consolidarse a partir de la obtención de la mayoría parlamentaria absoluta en las elecciones del 2016 y empezó entonces, sistemáticamente, a someter organismos claves del Estado a sus designios de poder. El poder para asegurárselo indefinidamente y para enriquecerse con millonarios negocios.

Para ello tejieron una red poderosa cuyos alcances solo empezamos a vislumbrar con los innumerables audios puestos al descubierto por una aislada pero valiosa y valerosa investigación fiscal que pudo salir adelante en el 2018 y sobrevivir hasta hoy a los más diversos y torcidos intentos de neutralizarla o ahogarla. Entre el juez Ríos, que hacía y deshacía en el Callao, como muchos otros colegas suyos en el país, coordinados por el juez supremo Hinostroza y sus cómplices al más alto nivel, y la alianza fujiaprista, hay una ligazón umbilical demostrada por un blindaje jamás visto como el desplegado por esta facción parlamentaria para defender a corruptos.

En el 2016, la mafia política tenía ya el Legislativo y prontamente se lanzó a copar el Consejo Nacional de la Magistratura y el Jurado Nacional de Elecciones. Luego le tocó el turno al Ministerio Público, donde lograron la mayoría en la Junta de Fiscales Supremos y que uno de los suyos llegara a ser Fiscal de la Nación. Tenían la ambición de conquistar la Corte Suprema y se preparaban para ello. Preparaban sus fichas para copar, llegado el momento, el Tribunal Constitucional. Por cierto, su objetivo era el Gobierno y por ello apuntaron contra él desde el primer momento.

Por eso es inaceptable y despierta suspicacia que algunos analistas obvien este dato brutal de la realidad y reduzcan la crisis a un impase común entre legislativo y ejecutivo. No señores, no señoras, el dato crucial está detrás de esa falsa fachada y se llama mafia política. Los intereses y tentáculos de esa mafia política quedaron al descubierto totalmente en el curso del último año, así como su desesperada, decidida e incondicional defensa de sus representantes más despreciables. Negarse a verlo así en este momento decisivo representa una posición vergonzosa. Indefendible. Y un caro servicio al hampa.

El conflicto presente es esencialmente una crisis política de resistencia ante el asalto al Estado por una mafia política. Este es el punto fundamental. Que no nos vengan entonces con diseños constitucionales para solucionar esta delicadísima situación. Cualquier sistema constitucional, sea presidencialista o parlamentario, se pervertirá y pudrirá si la mafia política consigue sus objetivos de quedarse en el poder manteniendo sus topos y contactos, y sobre todo si consigue su objetivo esencial que es la impunidad de sus capitostes.

Muchos de esos capitostes mafiosos se encuentran en el propio Congreso, protegidos por la inmunidad parlamentaria. Algunos ya son ampliamente conocidos, otros son objeto de fundadas sospechas. La revelación de los codinomes de Odebrecht, en octubre, podría aclarar mucho más el panorama hasta para el más necio. Pero me temo que aún entonces, a pesar de las evidencias y de que los mafiosos al descubierto sigan pululando en el Congreso, habrá opinantes y políticos “ingenuos” que sigan viendo un conflicto “institucional” típico de los manuales de derecho constitucional.

De lo que son capaces algunos de esos teóricos del fuiaprismo dizque constitucional, dio prueba uno que es mejor ni mencionar, cuando sostuvo que los congresistas no debían escuchar la opinión del pueblo porque el pueblo ignora qué es el bien común y, en cambio, los parlamentaros sí saben qué cosa es. Imaginen el tamaño de esta pachotada. El hedor de esta evacuación. ¡Mulder, Becerril, Beteta, Arimborgo, Mamani, Edwin Donayre, Miqui Torres y otras joyitas que plagan este Congreso lumpen son los únicos que saben qué es el bien común y nos lo pueden imponer como les venga en gana!

Por supuesto, el pueblo es más razonable y le dice NO a esta mafia empoderada.

Artículo de opinión de Ronald Gamarra Herrera publicado en Hildebrandt en sus trece el día viernes 20 de septiembre de 2019.

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