"Nunca antes se vio un movimiento imparable de reivindicación femenina, capaz de arrasar con los tabúes que se han impuesto para dominarlas mejor".
El Día Internacional de la Mujer se conmemora hoy a una escala sin precedentes y es que el cambio hacia la plena igualdad de la mujer es un proceso que está en incontenible marcha en la sociedad contemporánea. Con diferentes velocidades, con diversos problemas específicos, con singulares desafíos y metas inmediatas, con distintas modalidades, la revolución de los derechos iguales de la mujer bulle por todas partes y ya no puede ser detenida. En todo lugar, punto, posición, área, emplazamiento, puesto, sitio o jurisdicción, las mujeres viven un proceso de toma de conciencia que es la razón de que las cosas no puedan seguir siendo como fueron hasta ahora. Esto no es una conspiración de minorías, sino una gesta de histórica colectiva sucediendo en tiempo real antes nuestros ojos. Una revolución de las iguales. Un giro por la equidad.
Nunca antes se vio la unanimidad que hoy anima a las mujeres a marchar y a reclamar por sus derechos, por su dignidad, por la igualdad, por la equidad y, ante todo, por el fin de la violencia que cotidianamente se perpetra contra ellas de las más diversas formas y en todos los espacios sociales. Nunca antes vio un movimiento imparable de reivindicación femenina, capaz de arrasar con los tabúes que se han impuesto para dominarlas mejor. Nunca antes se vio a tantas mujeres empoderadas y conscientes de que tienen derecho a un lugar digno y en igualdad de condiciones sobre la tierra. Y que tienen derecho a la justicia más plena, a la seguridad de poder decidir sus vidas y no ser violentadas ni demonizadas por ello, como se ha hecho tradicionalmente. Esta es una fuerza que cambiará radicalmente nuestra sociedad haciéndola más humana y justa. El movimiento de las mujeres puede ser el gran agente de civilización que requerimos urgentemente para un cambio real.
Tenemos el privilegio de vivir ese proceso de cambio. De ser testigos, y parte si queremos, del inicio de una revolución auténtica y profunda, verdadera y palpable por todas las personas. Se trata dnada menos que la vida de hoy, la vida de todos los días, de la mitad de la población, que son precisamente mujeres. Por cierto, esta no es una transformación sencilla y fluida. Todo lo contrarioes un desarrollo lleno de dificulytades, problemas, obstáculos. Rodeado de incomprensión, indiferencoa y hasta burlas. Es, sobre todo, un proceso largo, que exige extraordinaria perseverancia, temple y aguante. Persistencia. Resiliencia. A veces, esta marcha se acelera y conquista cumbres, pero no sucede siempre. No obstante ello, el horizonte está claro y tiene una deginción sencilla y contundente: la plena igualdad de derechos. La equidad. Quien crea que las mujeres se conformarán con menos está completamente equivocado. Pues la plena igualdad de derechos es la plena igualdad en dignidad.
En nuestro país vamos bastante rezagados en este proceso. Sucede que partimos de una base menos desarrollada tanto en lo socioeconómico como en lo institucional, lo cual impide que paradigmas de dominación tradicional sean removidos a la velocidad que quisiéramos y necesitamos. A ello se agrega la resistencia que oponen los defensores de los mezquinos privilegiados machistas, que han elevado sus prejuicios a la categoría de ideología política o religiosa inclusive, promoviendo un conservadurismo troglodita que se disfraza de lemas como la "defensa de la familia", "con mis hijos no te metas" o la pretensión de imponer modelos de feminidad que condenan a las mujeres a roles subordinados.
El peor problema que afrontamos hoy, el más urgente sin duda, es la violencia contra la mujer. Agresión brutal que se traduce, por ejemplo, con el feminicidio, el asesinato de mujeres por su condición de tales que nos estremecen a cada instante y que pueblan los titulares de los medios de prensa. Hasta hace muy poco tiempo todavía la presna describía los asesinatos cometidos en el seno de una pareja como "crímenes pasionales", con lo cual le daba al asesino una cobertura informativa con atenuantes a su crimen e incluso lo dignificaba y hasta lo convertía en "víctima" de su pasión o de la conducta de la mujer ejecutada, que sutilmente pasaba a cargar con la responsabilidad de su propia muerte violenta.
La violación sexual de niñas y mujeres es la otra cara atroz del feminicidio. Nuetsro país tiene un índice de ataques sexuales que vergonzosamente se encuentra entre los más altos del continente. Somos un país de violadores. No solo eso, el índice de impunidad es prácticamente absoluto. Si un caso no tiene notoriedad, dificilmente habrá justicia para la mujer o la niña. Inclusive teniéndola, tampoco hay seguridad de alcanzarla. ¿Acaso no hemos visto todos, hace ya varios años, el largo y completo video que registra la agresión salvaje a golpes y patadas de un hombre desnudo a una mujer, a la que hubiera podido matar si no hay presentes otras personas, en pleno looby de un hotel en Ayacucho? Y hasta ahora no hay justicia en ese caso, con todo y video.
Los hombres, es decir los varones, debemos unirnos a este proceso de cambios por la igualdad plena de la mujer. A la revolución de las iguales. A la revuelta por la equidad. Lo cual exige de nuestra parte no solo empatía sino disposición a asumir una serie de mudanzas en los paradigmas con que nos hemos formado. Bien miradas, esas mutaciones nos abren la inmensa oportunidad de liberarnos de privilegios tóxicos basados en una opreción histórica que no puede ni debe continuar, es decir, de superar conductas arcaicas y abusivas que, tras la fachada del dominio producen seres profundamente infelices que hacen daño irreparable a su entorno familiar y social. Cuánta hipocresía hay en desear un mundo mejor para nuestras hijas o hermanas, cuando al mismo tiempo queremos para nosotros, como pareja, a una mujer sometida, subordinada, vencida. Porque nuestras hijas y hermanas también lo serán, a su turno, si las cosas no cambian.
Y es urgente que se imponga un profundo y radical cambio institucional. Nuestras instituciones no cumplen con brindar la protección jurídica que la ley ofrece a las niñas y las mujeres. Hay que corregir esto, empezando por los legisladores, varios de los cuales aparecen como agresores sexuales. El Poder Judicial y el Ministerio Público y la Policía Nacional tienen allí un enorme e impostergable desafío y deben poder resolverlo como se debe en justicia. El Estado peruano tiene que ponerse a la altura del desafío y afrontar la situación de emergencia que vivimos con respecto a los derechos de la mujer. Se trata de la mitad de nuestra sociedad, hasta hoy tan violentada y ninguneada.
Hay momentos en que la historia se acelera y este tiene que ser uno de ellos. Que el bicentenario de la República nos encuentre con una gran transofrmación en la situación de la mujer en nuestra sociedad. Que las niñas y adolescentes ya puedan respirar una atmósfera libre del dominio abusivo del machismo, seguras de que tienen por delante un futuro libre y digno, con oportunidades en pie de igualdad. De equidad. Sería un cambio auténticamente radical, la metamorfosis que necesita nuestro país, una mudanza que depende de todas y todos.
Nunca antes se vio la unanimidad que hoy anima a las mujeres a marchar y a reclamar por sus derechos, por su dignidad, por la igualdad, por la equidad y, ante todo, por el fin de la violencia que cotidianamente se perpetra contra ellas de las más diversas formas y en todos los espacios sociales. Nunca antes vio un movimiento imparable de reivindicación femenina, capaz de arrasar con los tabúes que se han impuesto para dominarlas mejor. Nunca antes se vio a tantas mujeres empoderadas y conscientes de que tienen derecho a un lugar digno y en igualdad de condiciones sobre la tierra. Y que tienen derecho a la justicia más plena, a la seguridad de poder decidir sus vidas y no ser violentadas ni demonizadas por ello, como se ha hecho tradicionalmente. Esta es una fuerza que cambiará radicalmente nuestra sociedad haciéndola más humana y justa. El movimiento de las mujeres puede ser el gran agente de civilización que requerimos urgentemente para un cambio real.
Tenemos el privilegio de vivir ese proceso de cambio. De ser testigos, y parte si queremos, del inicio de una revolución auténtica y profunda, verdadera y palpable por todas las personas. Se trata dnada menos que la vida de hoy, la vida de todos los días, de la mitad de la población, que son precisamente mujeres. Por cierto, esta no es una transformación sencilla y fluida. Todo lo contrarioes un desarrollo lleno de dificulytades, problemas, obstáculos. Rodeado de incomprensión, indiferencoa y hasta burlas. Es, sobre todo, un proceso largo, que exige extraordinaria perseverancia, temple y aguante. Persistencia. Resiliencia. A veces, esta marcha se acelera y conquista cumbres, pero no sucede siempre. No obstante ello, el horizonte está claro y tiene una deginción sencilla y contundente: la plena igualdad de derechos. La equidad. Quien crea que las mujeres se conformarán con menos está completamente equivocado. Pues la plena igualdad de derechos es la plena igualdad en dignidad.
En nuestro país vamos bastante rezagados en este proceso. Sucede que partimos de una base menos desarrollada tanto en lo socioeconómico como en lo institucional, lo cual impide que paradigmas de dominación tradicional sean removidos a la velocidad que quisiéramos y necesitamos. A ello se agrega la resistencia que oponen los defensores de los mezquinos privilegiados machistas, que han elevado sus prejuicios a la categoría de ideología política o religiosa inclusive, promoviendo un conservadurismo troglodita que se disfraza de lemas como la "defensa de la familia", "con mis hijos no te metas" o la pretensión de imponer modelos de feminidad que condenan a las mujeres a roles subordinados.
El peor problema que afrontamos hoy, el más urgente sin duda, es la violencia contra la mujer. Agresión brutal que se traduce, por ejemplo, con el feminicidio, el asesinato de mujeres por su condición de tales que nos estremecen a cada instante y que pueblan los titulares de los medios de prensa. Hasta hace muy poco tiempo todavía la presna describía los asesinatos cometidos en el seno de una pareja como "crímenes pasionales", con lo cual le daba al asesino una cobertura informativa con atenuantes a su crimen e incluso lo dignificaba y hasta lo convertía en "víctima" de su pasión o de la conducta de la mujer ejecutada, que sutilmente pasaba a cargar con la responsabilidad de su propia muerte violenta.
La violación sexual de niñas y mujeres es la otra cara atroz del feminicidio. Nuetsro país tiene un índice de ataques sexuales que vergonzosamente se encuentra entre los más altos del continente. Somos un país de violadores. No solo eso, el índice de impunidad es prácticamente absoluto. Si un caso no tiene notoriedad, dificilmente habrá justicia para la mujer o la niña. Inclusive teniéndola, tampoco hay seguridad de alcanzarla. ¿Acaso no hemos visto todos, hace ya varios años, el largo y completo video que registra la agresión salvaje a golpes y patadas de un hombre desnudo a una mujer, a la que hubiera podido matar si no hay presentes otras personas, en pleno looby de un hotel en Ayacucho? Y hasta ahora no hay justicia en ese caso, con todo y video.
Los hombres, es decir los varones, debemos unirnos a este proceso de cambios por la igualdad plena de la mujer. A la revolución de las iguales. A la revuelta por la equidad. Lo cual exige de nuestra parte no solo empatía sino disposición a asumir una serie de mudanzas en los paradigmas con que nos hemos formado. Bien miradas, esas mutaciones nos abren la inmensa oportunidad de liberarnos de privilegios tóxicos basados en una opreción histórica que no puede ni debe continuar, es decir, de superar conductas arcaicas y abusivas que, tras la fachada del dominio producen seres profundamente infelices que hacen daño irreparable a su entorno familiar y social. Cuánta hipocresía hay en desear un mundo mejor para nuestras hijas o hermanas, cuando al mismo tiempo queremos para nosotros, como pareja, a una mujer sometida, subordinada, vencida. Porque nuestras hijas y hermanas también lo serán, a su turno, si las cosas no cambian.
Y es urgente que se imponga un profundo y radical cambio institucional. Nuestras instituciones no cumplen con brindar la protección jurídica que la ley ofrece a las niñas y las mujeres. Hay que corregir esto, empezando por los legisladores, varios de los cuales aparecen como agresores sexuales. El Poder Judicial y el Ministerio Público y la Policía Nacional tienen allí un enorme e impostergable desafío y deben poder resolverlo como se debe en justicia. El Estado peruano tiene que ponerse a la altura del desafío y afrontar la situación de emergencia que vivimos con respecto a los derechos de la mujer. Se trata de la mitad de nuestra sociedad, hasta hoy tan violentada y ninguneada.
Hay momentos en que la historia se acelera y este tiene que ser uno de ellos. Que el bicentenario de la República nos encuentre con una gran transofrmación en la situación de la mujer en nuestra sociedad. Que las niñas y adolescentes ya puedan respirar una atmósfera libre del dominio abusivo del machismo, seguras de que tienen por delante un futuro libre y digno, con oportunidades en pie de igualdad. De equidad. Sería un cambio auténticamente radical, la metamorfosis que necesita nuestro país, una mudanza que depende de todas y todos.
Artículo de opinión de Ronald Gamarra Herrera publicado en Hildebrandt en sus Trece el día viernes 8 de marzo de 2019.
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