Nuevas autoridades regionales y locales han
asumido sus cargos este mes en todo el país. Son cientos de gobernadores y
consejeros regionales y miles de alcaldes y regidores. Todos los gobernadores y
alcaldes son novatos, debido a las normas que prohíben la reelección de estas
autoridades. La mayoría, si no todos, estarán intentando enterarse de qué se
trata el asunto en el que se han metido, dado el increíble grado de improvisación
en el que se mueve y desarrolla la política, a todo nivel, en nuestro país.
Hay excepciones llamativas y alentadoras, sin
embargo, en el explicable marasmo, cautela o quietud que reinan entre estas
nuevas autoridades que se estrenan en la administración del poder. Una de ellas
es, sin duda, el nuevo alcalde de Lima, Jorge Muñoz Wells, quien ya desde el
momento en que ganó las elecciones y durante el período de transición previo a
su juramentación, mostró proactividad, propuestas de gran interés y la puesta
en escena de un nuevo estilo, que contrasta abiertamente con el de su aciago
antecesor.
Dos décadas perdidas para Lima por la gestión de
Castañeda, caótica, arbitraria, caprichosa, antitécnica y autocrática, pero
sobre todo opaca, oscura, sospechosa, llena de malos olores. Con él, todos los
problemas estructurales de Lima empeoraron exponencialmente. Se ufanaba de
hacer a un lado los planes elaborados para rescatar nuestra urbe del caos cada
vez más profundo en el que se encuentra hundida. Sin visión de conjunto, con ojo
solo para el cemento y el auto, solo le interesaba hacer un bypass aquí y otro
por allá, en los cuales finalmente se sigue atascando el tráfico.
Parece que eso llegó a su fin con el nuevo
alcalde. Ojalá, pues. Hay que darle todo el crédito y el apoyo necesario. Por
el momento, es evidente que la prioridad ineludible es poner la casa y las
cuentas municipales en orden, abandonadas por Castañeda en estado de calamidad,
bajo el peso de un fuerte endeudamiento en obras de dudosa calidad. Muñoz está
en ello, pero al mismo tiempo propone iniciativas para atacar las emergencias:
en el metropolitano, el transporte, la recuperación del centro histórico,
política cultural y el importante y alentador pacto anticorrupción.
Pero hay otra excepción muy significativa a la
quietud general de las nuevas autoridades estrenadas este mes de enero. Se
trata del distrito de La Victoria, uno de los más difíciles de la capital por
el deterioro extraordinario de la calidad de vida de sus numerosos habitantes,
que deben afrontar cada día el asedio de una avezada delincuencia, la falta
casi total de espacios verdes y de recreación, la insalubridad y el
enquistamiento de enfermedades como la tuberculosis en los cerros y los
tugurios que abundan y crecen sin cesar. La Victoria es un distrito que Lima
abandonó a su suerte.
En esta difícil jurisdicción, el nuevo alcalde George Forsyth ha
mostrado un dinamismo temprano, tomando iniciativas dignas de interés desde el
primer momento. La más importante de ellas, hay que subrayarlo, se dirige
contra la corrupción y la delincuencia que habían tomado el control de la
propia municipalidad de La Victoria, a través del propio exalcalde Elías Cuba
Bautista (perteneciente al partido de Castañeda, cómo no), que encabezada la
banda de Los Intocables Ediles, dedicada a la extorsión y la imposición de
cupos al comercio local.
Una de las pruebas que toda autoridad debe pasar
para comprobar la autenticidad de sus palabras y sus políticas es demostrar que
tiene la voluntad de rodearse de la gente identificada con esos propósitos y que
es capaz y está decidida a llevarlos a cabo. Y en eso, definitivamente, Forsyth
la achuntó cuando nombró a Susel Paredes para el cargo de gerente de
fiscalización de La Victoria. Ese nombramiento ya indica que se quiere avanzar
en serio en la limpieza y fumigación de la corrupción que ha corroído al
distrito por décadas.
Nuestra querida Susel Hquerida Susel no ha perdido el tiempo y apenas
ha asumido el cargo con su complicado encargo ya empezó a echar DDT contra las
cucarachas que aún pululan en la propia entidad municipal y que tienen
tentáculos en los numerosos barrios del distrito. No podía ser de otra manera.
Después de todo, una municipalidad que fue gobernada por ratas tiene que estar
infestada de bichos. Hay que acabar con ellos, con la ley en la mano y en los límites
de ella, pero sin dudar en su aplicación ni menos transigir con los que
delinquen o pretenden comprar autoridades. Ese es el estilo de Susel.
Por cierto, ya sus primeras acciones han producido
reacciones esperables. Susel ya es objeto de “advertencias”, es decir amenazas,
provenientes de las mafias que se empiezan a ver tocadas por la política que se
propone aplicar. El propio alcalde Forsyth también ha recibido estas
“advertencias”. Es el costo inevitable de una decisión necesaria, ante el cual
no cabe retroceder. Esos bandidos creen que la cobardía anida en todos, pero se
equivocan. Hay que demostrarles decididamente que sus amenazas no pueden
cambiar en nada la política ya decidida.
Lo cual no significa que las amenazas de los maleantes deban ser
absolutamente descartadas. Por ello, es importante que ante esfuerzos como los
de Forsyth y Susel en un distrito tan conflictivo como La Victoria, el Gobierno
preste un apoyo especial a través del Ministerio del Interior y la Policía
Nacional, intensificando la identificación y la desarticulación preventiva de
las bandas de mafiosos que se han posesionado del distrito hasta el extremo de
haber tenido su propio alcalde delincuente. Rescatar La Victoria para la gente
será una poderosa señal de que Lima puede cambiar.
Una observación para el alcalde Forsyth. Antes de asumir el cargo le
escuché proponer que el parque del Migrante, abierto en lo que fue la
inmundicia de La Parada, parque que Luis Castañeda, con inaudita mezquindad,
mantuvo cerrado en todo su período, debería dejar de ser parque para construir
allí un centro comercial. No haga eso, señor alcalde, no construya un nuevo
tugurio que solo le agradecerán los mafiosos. No se deje seducir por la
avaricia de los intereses comerciales. Tenga presente solo la mejora de la vida
de la gente.
Vea el ejemplo tan cercano de ciudades como Medellín,
como Bogotá, con problemas tan similares a los nuestros, que rescatan
exitosamente los barrios deprimidos y conflictivos con parques, centros de
recreación y cultura, arte, centros comunitarios, servicios para la infancia:
todo lo que el prejuicio dicta que no son cosas para los pobres. Si se cayera
en el error de pensar que se puede rescatar un barrio históricamente deprimido
con una combinación de represión policial y comercio salvaje, se cometerá un
trágico error y no se habrá avanzado nada.
Artículo de opinión de Ronald Gamarra Herrera publicado el viernes 25 de enero de 2019 en Hildebrandt en sus trece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario