20 ene 2016

Amnesty: Las refugiadas sufren agresiones físicas, explotación y acoso sexual al atravesar Europa


Gobiernos y organismos de ayuda humanitaria no proporcionan ni siguiera las garantías básicas de protección a las mujeres refugiadas que viajan desde Siria e Irak. Según nuevas investigaciones llevadas a cabo por Amnistía Internacional, las mujeres y las niñas refugiadas sufren violencia, agresiones, explotación y acoso sexual en todas las etapas de su viaje, también en territorio europeo.

La organización entrevistó el pasado mes en el norte de Europa a 40 mujeres y niñas refugiadas que habían ido de Turquía a Grecia para después cruzar los Balcanes. Todas ellas dijeron haberse sentido amenazadas e inseguras durante el viaje. Muchas denunciaron que, en casi todos los países por los que habían pasado, los traficantes, el personal de seguridad u otros refugiados las habían sometido a malos tratos físicos y explotación económica, las habían manoseado o las habían presionado para que tuvieran relaciones sexuales con ellos. “Tras vivir los horrores de la guerra en Irak y Siria, estas mujeres lo han arriesgado todo con tal de conseguir seguridad para ellas y para sus hijos. Pero desde el mismo momento en que comienzan su viaje vuelven a verse expuestas a sufrir violencia y explotación, sin recibir apenas apoyo o protección”afirma Tirana Hassan, directora del Programa de Respuesta a las Crisis de Amnistía Internacional.

Tras vivir los horrores de la guerra en Irak y Siria, estas mujeres lo han arriesgado todo con tal de conseguir seguridad para ellas y para sus hijos. Pero desde el mismo momento en que comienzan su viaje vuelven a verse expuestas a sufrir violencia y explotación, sin recibir apenas apoyo o protección.

Tirana Hassan, directora del Programa de Respuesta a las Crisis de Amnistía Internacional

Las mujeres y las niñas que viajan solas y las que lo hacen sólo acompañadas por sus hijos se habían sentido especialmente amenazadas en las zonas de tránsito y los campamentos de Hungría, Croacia y Grecia, donde se habían visto obligadas a dormir junto a cientos de hombres refugiados. Algunas habían salido de las zonas designadas para pernoctar a la intemperie en la playa, porque allí se sentían más seguras.

Las mujeres también dijeron que habían tenido que usar los mismos aseos y duchas que los hombres. Una de ellas dijo a Amnistía Internacional que en un centro de recepción de Alemania algunos refugiados las espiaban cuando iban al baño. Algunas habían adoptado medidas extremas, como no comer ni beber para evitar ir al servicio, donde se sentían inseguras.

“Si esta crisis humanitaria se desarrollara en cualquier otro lugar del mundo, esperaríamos que se tomaran de inmediato medidas prácticas para proteger a los grupos que corren más peligro de sufrir abusos, como las mujeres que viajan solas y las familias monoparentales cuya cabeza de familia es una mujer. Como mínimo, estas medidas incluirían aseos bien iluminados y separados para hombres y mujeres, así como zonas separadas y seguras para dormir. Estas mujeres y sus hijos han huido de algunas de las zonas más peligrosas del mundo, y es una vergüenza que sigan en peligro en suelo europeo”, ha dicho Tirana Hassan.

Estas mujeres y sus hijos han huido de algunas de las zonas más peligrosas del mundo, y es una vergüenza que sigan en peligro en suelo europeo.

Tirana Hassan

“Aunque los gobiernos y quienes proporcionan servicios a los refugiados han empezado a tomar medidas para ayudarlos, deben intensificar sus esfuerzos. Es necesario tomar más medidas para garantizar que se localiza a las refugiadas, especialmente a las que corren más peligro, y se ponen en marcha procesos y servicios especiales para garantizar la protección de sus derechos básicos y su seguridad.”

Los investigadores de Amnistía Internacional entrevistaron a siete mujeres embarazadas que hablaron de la falta de comida y de atención médica básica, y también denunciaron que habían sufrido empujones y aplastamientos en las fronteras y los puntos de tránsito del viaje.

Una mujer siria, que estaba embarazada y amamantaba a su hija menor cuando realizó el viaje con su marido, afirmó que en los campamentos de Grecia no lograba dormir sabiendo que estaba rodeada de hombres. También contó que había pasado varios días sin comer.

Una docena de las mujeres entrevistadas dijeron que en los campamentos de tránsito europeos las habían tocado, acariciado o mirado lascivamente. Una mujer iraquí de 22 años dijo a Amnistía Internacional que cuando estaba en Alemania un guardia de seguridad uniformado le había ofrecido ropa a cambio de “estar a solas” con él. 

“Para empezar, nadie debería tener que hacer estos peligrosos viajes. La mejor forma de evitar los abusos y la explotación a manos de los traficantes de personas es que los gobiernos europeos permitan que las rutas sean seguras y legales desde el comienzo. Es completamente inaceptable que la travesía por Europa exponga a quienes no tienen elección a más humillaciones, incertidumbres e inseguridades”, ha dicho Tirana Hassan.

OTROS TESTIMONIOS

Explotación sexual a manos de los traficantes

Los traficantes de personas eligen a las mujeres que viajan solas sabiendo que son más vulnerables. Cuando no tienen recursos económicos para pagar su viaje, a menudo intentan coaccionarlas para que tengan relaciones sexuales con ellos.

Al menos tres mujeres dijeron que los traficantes y quienes colaboran con ellos las acosaron a ellas o a otras mujeres, y les ofrecieron reducciones de precio en el viaje o en los tiempos de espera para embarcar y cruzar el Mediterráneo a cambio de sexo.

Hala, una mujer de 23 años natural de Alepo, dijo a Amnistía Internacional:

“En el hotel de Turquía, uno de los hombres que trabajaba con el traficante, un sirio, me dijo que si me acostaba con él no pagaría o pagaría menos. Por supuesto que me negué, era algo repugnante. Lo mismo nos pasó a todas en Jordania.”

“Una amiga que vino conmigo desde Siria se quedó sin dinero en Turquía y el ayudante del traficante le ofreció que se acostara con él [a cambio de una plaza en la embarcación]. Ella se negó, claro, y no pudo salir de Turquía, en donde sigue.”

Nahla, una mujer siria de 20 años, dijo a Amnistía Internacional:

“El traficante me acosaba. Intentó tocarme varias veces. Cuando estaba mi primo no se acercaba. Yo estaba muerta de miedo, sobre todo porque habíamos oído historias por el camino de mujeres que no tenían dinero para pagar a los traficantes y les daban la opción de acostarse con ellos a cambio de un descuento en el precio.”

Acoso y constante miedo

Todas las mujeres dijeron a Amnistía Internacional que durante el viaje por Europa estaban constantemente asustadas. Las que viajaban solas no sólo estaban en el punto de mira de los traficantes, sino que se sentían físicamente amenazadas cuando tenían que dormir en centros con cientos de hombres que no tenían pareja. Varias dijeron también que los agentes de seguridad de Grecia, Hungría y Eslovenia las habían golpeado o insultado .

Nunca quise dormir en las instalaciones. Tenía demasiado miedo de que alguien me tocara. Las tiendas eran mixtas y fui testigo de escenas de violencia.

Reem, refugiada siria

Reem, mujer siria de 20 años que viajaba con su primo de 15 años, afirmó:

“Nunca quise dormir en las instalaciones. Tenía demasiado miedo de que alguien me tocara. Las tiendas eran mixtas y fui testigo de escenas de violencia. Me sentía más segura mientras nos desplazábamos, especialmente en autobús, el único lugar donde podía cerrar los ojos y dormir. En los campamentos hay muchas probabilidades de que te toquen, y las mujeres realmente no pueden quejarse, porque, además, no quieren causar problemas que perturben el viaje.”

Violencia a manos de la policía y condiciones en los campamentos de tránsito

Las mujeres y las niñas denunciaron que varios campamentos estaban muy sucios, había escasez de comida y las embarazadas, en concreto, recibían poca o ninguna ayuda. También dijeron que los aseos solían ser muy precarios y que se sentían inseguras, pues en ocasiones las instalaciones sanitarias no estaban separadas por sexos. Por ejemplo, al menos en dos casos las mujeres habían sido espiadas por los hombres del centro cuando iban a los baños. Algunas mujeres habían sufrido también la violencia directa de otros refugiados y de la policía, especialmente al aumentar las tensiones en condiciones de hacinamiento e intervenir las fuerzas de seguridad.

Rania, embarazada siria de 19 años, hablo a Amnistía Internacional sobre su experiencia en Hungría:

“La policía nos trasladó entonces a otro lugar, aún peor. Estaba lleno de jaulas y no corría el aire. Allí nos encerraron y nos tuvieron dos días. Nos daban de comer dos veces al día. Los aseos eran peores que en los otros campamentos. Yo tenía la sensación de que los mantenían así para hacernos sufrir.

“En nuestro segundo día allí, la policía golpeó a una mujer siria de Alepo porque suplicó a los agentes que la dejaran salir [...] Su hermana, que hablaba inglés, trató de defenderla, y le dijeron que, si no se callaba, la golpearían a ella también. Algo parecido le pasó a una iraní al día siguiente por pedir más comida para sus hijos.”

Maryam, mujer siria de 16 años:

“[En Grecia] [L]a gente empezó a gritar y la policía nos agredió, golpeando a todo el mundo con palos. A mí me dieron en un brazo. Golpeaban incluso a los niños pequeños. A todo el mundo, incluso en la cabeza. Me mareé y me caí, y la gente me pisoteó. Lloraba y me separé de mi madre. Me llamaron y me reuní con ella. Les enseñé el brazo y un agente que lo vio se rió. Pedí un médico y nos dijeron a mi madre y a mí que nos fuéramos.”

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