19 abr 2015

"¿Qué queda del APRA?", por Ronald Gamarra

Fue un partido fundado por gente joven que aspiraba a un cambio profundo y radical para el Perú.

Por eso se jugó por décadas en la lucha contra la democracia limitada y a favor de la justicia social. Aspiraba a arrebatar el país del dominio de una casta tradicional y del abuso crónico de las dictaduras militares. Asumieron la actividad política como una necesidad, como un imperativo ético y como una mística.

Por ello, por la defensa de esa causa democrática y popular, no temieron enfrentar sacrificios extraordinarios. Las catacumbas. El martirologio. Miles de sus militantes perdieron la vida en el duro camino, con la esperanza de contribuir a un Perú mejor. Otros miles pagaron con la pérdida de la libertad durante largos años en las prisiones infames de nuestro país, su lealtad a una causa por la cual valía la pena ponerlo todo. El partido en su conjunto vivió perseguido y excluido durante décadas, sistemáticamente reprimido, golpeado y marginalizado, sin por ello carecer de voluntarios para el sacrificio.

Cometieron también errores graves. Fueron sectarios. Obcecados. Excluyentes con quienes no pertenecieran a su partido, que ellos concebían casi como una iglesia. Confundieron la disciplina con la obediencia ciega. Conocieron del abuso contra el disidente. Crearon un liderazgo de poder absoluto e irreplicable. Cayeron en el culto a la personalidad de Víctor Raúl, el líder indiscutible e indiscutido, el ideólogo, fundador y jefe. Condensaron su mesianismo excluyente en la consigna SEASAP: “sólo el aprismo salvará al Perú”. Llevaron a la muerte a innumerables seguidores. Asesinaron a sus adversarios.

Con sus aciertos y errores, eran un partido que nadie podía dejar de tener en cuenta, considerar y respetar. Y eran, para empezar, un partido de veras, con organización minuciosa y compacta. Hubo un tiempo en que se decía que en toda localidad del Perú, lo que nunca faltaba era un puesto policial, una parroquia y… la casa del pueblo aprista. Pocas instituciones han concitado tal adhesión y entrega de un enorme sector del pueblo, por generaciones, de padres a hijos, como el partido aprista.

Por eso sorprende la decadencia sistémica del partido más antiguo del país. Un ocaso organizativo, ideológico, cuantitativo, pero sobre todo y muy rotundamente, un declive moral. En las últimas décadas, el Apra ha ido corroyéndose tan aceleradamente que da vértigo. En Alfonso Ugarte, la descomposición es colosal. El hedor asfixia. La peste, envuelve. Escándalo tras escándalo, desde su más alta y ancha dirigencia, hasta la militancia más menuda, el aprismo se ha transformado en sinónimo de negociado, cutra, coima, malversación, enriquecimiento ilícito.

Los militantes apristas de hoy, definitivamente, no son los mismos, ni tienen ya mayor cosa que ver con los de antes. En sus filas abundan los truhanes. Los bandidos. Los salteadores. Los experimentados en robarle al Estado sin dejar huellas. Los que imaginan y tratan los caudales públicos como un botín. Y se hacen ya obvios los vínculos de muchos de sus militantes con mafias como el narcotráfico. El caso de Gerald Oropeza es todo un emblema y símbolo de cómo están las cosas de podridas en el partido de la estrella.

Digo todo esto con pesar. Pesar por un partido que fue respetable. Pesar por el sacrificio en vano de tantas generaciones que lo dieron todo con fe ciega en su partido. Pesar por los militantes apristas honestos, modestos, cultos, incapaces de tomar un centavo que no les pertenezca, que los hay y no pocos, como Carlos Roca.

Con enorme pesar porque cada paso que progresa la corrupción extendiendo sus ramificaciones y pudriéndolo todo, es un paso más hacia el precipicio que damos todos.

Artículo de Ronald Gamarra publicado en Diario16 el domingo 19 de abril de 2015.

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