4 jun 2021

Ronald Gamarra: A luchar, gane quien gane


Si alguna vez imaginamos que el bicentenario de la república sería ocasión de una conmemoración festiva y, por qué no, razonablemente optimista, los hechos de los últimos cinco años prepararon todo lo contrario. Las celebraciones del bicentenario se fueron a la mierda entre el caos político y una pandemia que un estado carcomido por la corrupción, los intereses creados, las mafias y la inequidad no ha podido procesar, poniéndonos de golpe ante la verdad profunda de nuestra situación: que en realidad somos un país que sobrevive, desde siempre, al borde del colapso. A un paso del abismo. A un centímetro de la debacle. Entre el duelo eterno, la impunidad y la indiferencia.

Este proceso electoral, en su conjunto, lo ha demostrado así. Ha sido una feria de desilusiones. En verdad, no podía esperarse otra cosa tomando en cuenta los antecedentes inmediatos, especialmente los de los últimos cinco años. Cuando más necesitábamos de liderazgos democráticos y progresistas, capaces de proponer consensos y convocar a amplios sectores, solo tuvimos candidaturas minúsculas, incapaces de congregar, y sin una visión, una idea y un camino para nuestro país. Algunas de ellas, incluso, representadas por oportunistas y sinvergüenzas. Y cómo si ello no fuera suficiente desgracia, asistimos al surgimiento de tendencias derechamente autoritarias o fascistas, y las premiamos con fracción parlamentaria propia.

Ahora tenemos ante nuestras narices a dos candidatos perdedores, derrotados, aplastados. Uno y otra no tuvieron el voto popular masivo en la primera vuelta. Vamos, no lograron siquiera un decoroso número de papeletas a su favor. Sin embargo, el próximo domingo nos veremos obligados a tener que votar en algún sentido, contra nuestra voluntad, sabiendo que ninguna de las dos alternativas en competencia debería ser elegible, si queremos tener un país verdaderamente republicano, democrático, próspero y libre de la plaga inmemorial de la corrupción.

Nunca votaría por Keiko, eso sería indecente, inmoral, deshonesto. Una grosería. Una vergüenza que no acepto ni dejo a mi familia. Me daría mucha satisfacción si la señora K pierde esta votación. Mucha, no lo niego. Sobre todo, porque sería una derrota muy importante del autoritarismo de su apá que reivindica y de los intereses de la mafia políticamente organizada que ella representa; afanes mafiosos que ya no solo infiltran al estado, sino que quieren tomar absolutamente todas sus riendas para traerse abajo, desde la presidencia y el congreso, lo que se ha avanzado en el proceso anticorrupción, que no sobreviviría a un triunfo suyo, pues se desarrolla precariamente gracias a un pequeño equipo de fiscales y al apoyo de la sociedad civil que repetidas veces se ha movilizado para defenderlo ante amenazas reiteradas una y otra vez.

 

Ese es el verdadero y único programa real de la señora K, llamada precisamente así en una conversación en la que intervino el juez “hermanito” que está en vías de extradición desde España. Lo demás es fuego de artificio, sebo de culebra para engañar a tontos y desavisados. Ha sido patético verla ofrecer el oro y el moro en las últimas semanas de la campaña, tratando literalmente de comprar votos con dinero: bonos para todo el mundo, canon personalizado, créditos regalados para la pequeña empresa, condonación de multas para los conductores irresponsables en las pistas… la lista es larguísima. Que recuerde, nunca antes alguien ha ofrecido tanto, tanto, para esquivar una acusación fiscal, amagar una condena por criminalidad organizada y lavado de activos, y librarse de dar con sus huesos en chirona. Porque, digámoslo claro, eso es lo que se juegan en estas elecciones Keiko y sus secuaces: la presidencia o el presidio.

 

Pocas veces se ha visto tanta y tan descarada demagogia y oferta populista, respaldadas por una intensa campaña de terruqueo, una histérica operación macartista y una política de miedo al cambio y a la pérdida de la posición de dominio, muy bien costeadas por las élites económicas del país que insisten en infringir dolosamente las reglas de juego sobre el financiamiento a las campañas políticas. No nos llamemos a engaño: la señora K no va a rescatar ninguna democracia. Si va a salvar algo, será a ella misma, en primer lugar; ni siquiera es seguro que libere indebidamente a su propio padre, vistos los antecedentes. Lo que sí asegura es el pudrimiento del estado bajo las reglas de juego mafiosas de las fuerzas que la respaldan.

 

Pero, por otro lado, no puedo ocultar mi desasosiego cuando veo que Pedro Castillo, maestro sindicalista, abanderado del descontento popular y la posibilidad del cambio desde la vía electoral, maximalista, antisistema; es un candidato improvisado, lanzado por un partido que representa la versión más primitiva de la izquierda, que se identifica con Hugo Chávez y Nicolás Maduro (autores de una de las peores tragedias socioeconómicas de la historia latinoamericana), partido que también tiene lo suyo en corrupción, pues su líder, Vladimir Cerrón, está sentenciado por negociación incompatible a raíz del pago de mayores gastos generales a una empresa contratista, a sabiendas que estaba prohibido, perjudicando el presupuesto de la región de la que fue gobernador. Cerrón, dueño del partido y con 37 congresistas, inevitablemente tendrá poder en un gobierno de Castillo.

Lo peor es que Castillo es adversario de derechos fundamentales e irrenunciables. Es un claro adversario de la igualdad de derechos, particularmente desde el enfoque de género, terreno en el cual comparte plenamente la posición oscurantista de “Con mis hijos no te metas” y López Aliaga. En estos últimos días hizo declaraciones terribles, francamente hostiles a los derechos de la mujer al minimizar la horrorosa realidad del feminicidio. No hablemos ya de la economía, sobre la cual es evidente que no tiene ninguna noción clara, como sí la tiene, en cambio, el partido estalinista que lo lanzó.

Ante una disyuntiva lamentable como la que proponen las dos candidaturas, no cabe duda de que la batalla de este domingo está perdida para todos los peruanos en uno u otro sentido. Por eso, la alternativa de futuro para nuestro país ya no puede estar más en manos de ningún gobernante. La sociedad civil tendrá que jugar en los próximos años un rol crucial en un caso u otro, actuando con independencia política, celo vigilante y alerta, y fidelidad inquebrantable a la democracia, los derechos fundamentales y la lucha anticorrupción.

En ese escenario dramático, como dice David -sí, tú, Pepedavid- “gane quien gane estamos jodidos. Solo nos queda preparar las fieles y curtidas zapatillas”.


Artículo de opinión de Ronald Gamarra Herrera publicado en Hildebrandt en sus trece el día viernes 04 de junio de 2021.

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