El discurso actual sobre el extremismo violento se centra principalmente en los adultos
jóvenes, pasando por alto los factores clave, las influencias y las vías
causales específicas de los niños. Estos incluyen la tendencia biológica de los
niños hacia la toma de riesgos y una mayor vulnerabilidad al contenido del
mensaje polarizado. También está claro que cuando los niños se asocian con
grupos extremistas violentos, esto puede reflejar una respuesta psicológica
específica de la edad a su entorno o circunstancias. Por ejemplo, cuando los
niños crecen expuestos a la marginación crónica, la violencia o la injusticia
social, unirse a un grupo extremista puede representar un acto de agencia o un
medio para sentirse conectado, afirmar poder o vengarse.
Cuando
estas ideas se aplican a la programación, un mensaje clave es la importancia de
que los niños no ingresen a la adolescencia con vínculos sociales subdesarrollados
o déficits socioconductuales. Esto se debe a que, independientemente de por qué
un niño se une a un grupo violento, una vez comprometido, este camino es
rápido, unidireccional, a menudo oculto y altamente resistente a las
interrupciones.
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