¡Viva el Perú! ¡Felices Fiestas Patrias! Todos se saludan mutuamente en las redes, en la prensa, en las calles -sí, en las calles-, en la televisión (luciendo escarapelas bicolor), en las familias. Y sin embargo, hoy más que nunca, parece un ritual totalmente vacío de contenido concreto. Por ejemplo, para las trabajadoras y trabajadores de la limpieza pública de Lima, que recibían palos, gases lacrimógenos y chorros de agua fría en pleno invierno cuando intentaban dar a conocer pacíficamente sus graves demandas al presidente Vizcarra, mientras este se dirigía a pronunciar el tradicional mensaje a la nación.
No solo eso, hubo
intentos de llevarse detenidas a muchas de esas trabajadoras como si fueran delincuentes
sorprendidas in fraganti. ¿Es que el nuevo ministro de Interior nos quiere
decir que no va a tolerar una protesta serena y firme de los trabajadores? ¿Qué
quiere, entonces, reclamos violentos? Si no se le permite a la gente expresar sosegadamente
su descontento, su preocupación, su desesperación, entonces yo no sé qué es lo
que pretende el ministro. ¿Encender la chispa que incendie la pradera? La
protesta es un derecho fundamental -acaba de ratificarlo el Tribunal
Constitucional- que contribuye como vía de desfogue a la paz social.
Con mayor razón aún en el caso de los trabajadores de la limpieza pública de Lima, gran parte de los cuales, si no la gran mayoría son mujeres. Desempeñan uno de los trabajos más humildes y al mismo tiempo más importantes e indispensables de nuestra ciudad. Lo hemos presenciado y comprobado mil veces en la actual pandemia. Sin su trabajo esforzado, perseverante, cotidiano y exigente, la cuarentena nos habría cubierto a todos bajo una montaña de desechos, mugre, basura, que nos hubiese matado a todos antes que el propio coronavirus. Les debemos mucho.
Las trabajadoras de limpieza pública no pararon ni un solo día durante la prolongada cuarentena. Trabajaron con responsabilidad, tesón y extraordinario coraje. Sin contar siquiera con la mínima protección personal contra la posibilidad del contagio. La Contraloría comprobó que en casi la mitad de los municipios ni siquiera se les repartió mascarillas. Ellas y ellos han cumplido con todos nosotros con un disposición cívica ejemplar, desafiando el contagio y la muerte. Se calcula que el 40% de ellos se contagiaron durante estos meses de pandemia y no se sabe cuántos han muerto.
Y no es que fueran inconscientes del peligro. Todo lo contrario. Sabían muy bien a lo que se exponían y aun así cumplieron. Recuerdo lo que me contaron en los primeros días de la cuarentena: un trabajador de un camión recolector de basura le pidió cortésmente a una amiga mía que, por favor, en los días siguientes le rociara un poquito de cloro a las bolsas. Por supuesto que tenían un temor consciente muy justificado y humano, pero lo afrontaban y cumplían. Allí estaban también, en la primera línea, recogiendo los desechos de las personas que habían fallecido de covid en sus hogares.
Por eso también aplaudíamos a las trabajadoras de la limpieza pública, al igual que a los bomberos, los policías, los soldados, los sanitarios, las enfermeras, los médicos. Sí, pues, somos muy buenos para aplaudir y dar vivas al Perú, pero a la hora de demostrar nuestra solidaridad y entusiasmo con hechos concretos, nada de nada. Sucede que ahora, esas heroicas trabajadoras de la limpieza pública afrontan el peligro del desempleo abierto por el desacato de la administración municipal del actual alcalde de Lima, Jorge Muñoz Wells, a expresas decisiones del Poder Judicial y a la ley: la función de limpieza pública es una actividad específica y exclusiva del municipio por lo que las obreras y obreros de limpieza son trabajadores municipales. Sentencia y ley que protegen por igual a las 800 trabajadoras de limpieza pública.
Las trabajadoras de la limpieza pública, aunque no lo crean, carecen de un vínculo contractual formal con la municipalidad provincial debido a que ésta se vale de la desnaturalización de la tercerización del servicio para eludir sus obligaciones laborales. Es decir, contrata con una empresa privada, pese a que el servicio es inherente y exclusivo de la municipalidad, y de ese modo pretende desentenderse de toda obligación para con sus trabajadoras. Esto, a pesar de que hace más de año y medio la Corte Suprema le dio la razón a las trabajadoras, determinando el derecho de estas a ser incorporadas a la planilla municipal. Resolución que en verdad cubre a todas las trabajadoras por igual, pues si una lo está, también todas aquellas que ejercen las mismas funciones (e incluso, comparten la misma antigüedad, remuneración y derechos). Pero la sentencia de la Suprema no se cumple ni se hace cumplir en todos sus términos.
Actualmente, el alcalde provincial Jorge Muñoz está negociando un nuevo contrato de tercerización del servicio de limpieza pública con la empresa privada que tiene el monopolio del servicio desde hace más de diez años. El nuevo contrato implicaría que cientos de trabajadoras, se calcula que no menos de 500, serían despedidas en unos días. ¿Así les paga la ciudad y su representación política a quienes pelearon en la primera línea, la más peligrosa y letal, de la crisis sanitaria? Pues es verdad, aunque parezca increíble.
Esto es
inadmisible e indignante. Entre las despedidas, sin duda habrá cientos que
enfermaron de covid y tuvieron la suerte de recuperarse. Esa es la
“condecoración” que les tiene reservada la municipalidad provincial: un adiós y
si te vi, no recuerdo. El ser desagradecidos con las más humildes y sacrificadas
es una tradición antigua y muy practicada entre las élites de este desventurado
país nuestro. No debemos permitirlo una vez más. Exigimos el respeto a sus
derechos. También un trato digno, humano y agradecido a las trabajadoras y
trabajadores de la limpieza pública como mínimo reconocimiento de lo que han
hecho por todos nosotros, incluido el amnésico alcalde Muñoz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario