31 may 2019

Cuando el bullying mata

Hace una semana la ciudad de Copiapó, Chile, se vio sacudida por la noticia del suicidio de José Matías De la Fuente Guevara, un adolescente trans que tomó la decisión de suicidarse abrumado por el bullying que sufría en el liceo Sagrado Corazón. Así lo confirman tres cartas y dos videos de despedida. Dejó una novia, dos hermanas y una madre que hoy pide justicia para su hijo. Esta es su historia.

Por Carolina Rojas

Su rostro mira hacia la cámara y afuera un cartel señala la Avenida Santa Fe de Buenos Aires. La chasquilla le cubre los ojos, pero se ve tranquilo disfrutando en un local de McDonald’s. Es un adolescente cualquiera. Con esa imagen se queda Marcela (38), la madre de José Matías De la Fuente Guevara. Fueron las vacaciones del verano pasado, una de las últimas fotos de esa familia que integraba junto a sus hermanas Agustina (9) y Dominga (7). El jueves 23 de mayo su hijo de 15 años se lanzó del piso once del edificio de la calle Atacama donde vivía. Para sus cercanos no aguantó más, en medio de una transición marcada por el bullying de sus compañeras e incluso profesionales del colegio Sagrado Corazón de Copiapó, así lo confirman las cartas que dejó. Hoy se acusa a una inspectora y a una profesora de no aceptar la identidad de género del adolescente.

-Ya sé quiénes son y lo que hicieron a mi hijo- dice Marcela la mañana del jueves. Está sentada en el living de su casa, una blusa negra y el rostro deslavado revelan los días de duelo. Desde la pieza se escapa el sonido de los dibujos animados que ven sus hijas. Guillermina, una gata con pelaje de manchas café y negro, pasa de un lado a otro jugueteando en medio de la entrevista.

En la entrada de la casa, en una mesa de arrimo, improvisaron un altar: hay un retrato de José Matías, otra foto donde sale besándose con Scarlette, su novia y una tercera fotografía muestra a la familia en Chañaral. Hay flores, un frasco pequeño con su perfume y dibujos que le dejaron sus hermanas.

Antes de la transición de José Matías existió Josefa, una niña que nació el 23 de septiembre del 2003 con cataratas, una afección donde el lente dentro del ojo, normalmente clara, se opacifica y ensombrece la visión. En ambos ojos es una causa principal de ceguera infantil, por eso la operaron a los dos meses y luego a los siete. Es decir, lo primero que “el Mati” vio en el mundo fue la oscuridad.

-Mamá, yo me siento diferente, más cómo hombre, quiero ir cambiando y hoy existen hasta tratamientos…-, fue la frase que inició su cambio, apenas terminó de balbucearla y Marcela le dijo que sí, que lo aceptaría como fuera, que lo intuía desde hace años.

En ese momento dejó de ser esa pequeña de lentes rosados y melena larga y colorina. Nació el  adolescente.

Durante el embarazo Marcela siempre pensó que tendría un niño, anécdota que después haría sonreír a Matías: ella le hablaba en el vientre y lo llamaba Pedro. Luego esa niña que nació nunca le habló de princesas, sino de piratas y tenía una marcada introversión, pero el cambio radical llegó hace un año. Primero fue un corte de pelo, después la ropa y ella lo fue ayudando en el proceso. Juntas compraban en la sección masculina de los malls. Sabían que sería difícil, pero lo iban a intentar.

***

El camino fue espinoso. El 2017 la familia decidió cambiarse de casa, se sentían incómodas en el condominio ubicado en el sector Parque del sol.

-Nos molestaban las miradas, el cuchicheo constante de los vecinos, una vez fueron acusar al Mati de que le había dicho a otra niñita que la había encontrado bonita y así, que era ‘una niña pervertida’. Un día nos mataron la gatita y en ese momento supe que era peligroso y que tenía que cuidar a mis hijos-, recuerda.

Entonces se cambiaron al edificio de la avenida Atacama que queda a la vuelta del colegio Sagrado Corazón, para que José Matías se fuera caminando. Marcela nunca supo que en ese lugar se burlaban tanto de él, aunque algunas situaciones la mantenían en alerta.

En séptimo básico la golpeó una niña y cambiaron a José Matías de curso del A al B, no a su agresora. Recuerda que a su hijo lo recibieron bien, se sintió aliviada, pensó que todo tomaría un rumbo distinto, pero la tranquilidad duró poco. En primero medio llegaron niñas nuevas, ahí se gatilló la crisis.

-Ese grupo, sumado a algunas alumnas antiguas, empieza todo, se lo comen sicológicamente, le decían ‘chancha’, ‘mátate’, ‘maricón’-, recuerda con la voz templada, tratando de contener la rabia.

José Matías en ese momento le comentó que se quería cambiar a la Escuela Técnico Profesional (ETP) de Copiapó, donde tenía más amigos. Marcela le prometió que lo harían a fin de año.

-Quizá debería haber hecho todo más rápido, haberla cambiado, yo confié en ese colegio que tiene como lema “Amor y reparación”, que no discriminó a esta madre soltera, pero mira lo que finalmente pasó-, se recrimina.

La directora del colegio Adriana Arratia fue a visitarla tras el suicidio de Matías, asistió al velorio, pero luego, enfrentada a las situaciones de bullyng que acusaban al colegio, la relación entre ambas se cortó. No volvió a saber de ella.

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En la historia de transición de José Matías existieron algunas anécdotas y momentos de felicidad. Una de las más importantes fue la celebración de sus quince años, fue vestido de traje negro, suspensores y humita burdeos, se paseó en limusina durante dos horas con sus mejores amigos. Luego los esperaba el festejo en el restaurante Sabor de familia. Se le vio sonreír toda la noche. Querido. Aceptado. Quizá por un momento se olvidó del acoso.

Uno de los pasos más importantes lo dio en enero de este año, cuando conoció a Scarlette, quien al poco tiempo se trasformó en su polola. Fue su confidente para todo lo que estaba sufriendo al interior del colegio. “Esta era tu foto favorita” le posteó como homenaje póstumo la adolescente en Facebook. En la imagen aparecen los dos tirados en el pasto. Soñaban con cumplir la mayoría de edad e irse a vivir al sur, lejos de todo lo que estaba pasando y escapar de los ojos inquisidores de esa ciudad. “Eres y serás el amor de mi vida”, le expresó de una de las cartas.

Otro sueño que tenía José Matías era estudiar Historia.

Marcela dice que no solo las palabras hieren, también la falta de aceptación. Ella es directora de un jardín infantil y tiene una consulta donde trata a niños con capacidades diferentes, por eso sabe cuánto daña el aislamiento constante. Ahora, mientras asimila el dolor de la pérdida, se ha dado cuenta de ciertos detalles, como una foto del curso donde aparecen todas las niñas con pañuelos rojos en la cabeza, pero su hijo se ve ofuscado y con el pelo en el rostro.

-Las adolescentes la sacaron de las actividades de libre elección (ALE) de baile, le dijeron que lo hacía mal y terminó en el taller de batería, una o dos niñas como mucho eran las que se juntaban con él-, comenta Marcela.
En el velorio algunos adolescentes se acercaron a hablar con ella, arrepentidos quizás por el silencio que guardaron durante tanto tiempo. Un amigo de su hijo le dio los nombres de quienes le hacían bullying, también supo del maltrato de una profesora y una inspectora que la acosaban con comentarios hirientes.

Lo pudo corroborar también en las tres cartas y dos videos que el adolescente dejó. Una de las misivas detalla parte de su dolor:

“Liceo de mierda, todo su entorno, las niñas y la gente en general ahí me colapsó. Yo soy solo un maricón culiao, como diría (nombre de la compañera)”.

-Dime ¿Cómo no hubo un profesor que se diera cuenta que en los recreos él estaba solo?-, se pregunta Marcela.

***

Ha pasado una semana del suicidio de José Matías, son las 12.30 de un día caluroso. Afuera del Liceo Sagrado Corazón algunas niñas pequeñas, vestidas de buzo azul, arrastran sus mochilas con ruedas. Un par de apoderadas conversan en la esquina de la calle Chañarcillo. Más hacia el centro está lleno de barberías colombianas, tiendas chinas y una shopería con un cartel que dice “Lolitas”. Marcela siempre temió el machismo arraigado de la ciudad, que a su hijo le pasara algo de noche, revela que nunca pensó que el peligro estaba tan cerca.

Media hora antes, en su departamento confesó que sacará a sus dos pequeñas de ahí. Una de ellas ya es víctima de bullying.

-Le dicen Domingo en vez de Dominga, una compañera la empuja, la muerde y yo no quiero que ellas pasen por lo mismo-, explica y su mirada queda suspendida en punto fijo de la pared.

El jueves 23 de mayo José Matías debía volver a las 18:30 de la tienda Novedades Sugoi, donde compraba peluches kawaii y fotos de la boy band surcoreana BTS. Se juntó un rato con Scarlette mientras Marcela había ido al pediatra con las niñas. Leyó algunos de sus mensajes y lo último que le contestó fue “Ya voy”.

Pasada las siete de la tarde llegó la noticia que ninguna madre espera recibir. La llamó una conserje: “¡Señora baje, pasó una tragedia con la niña!”.  Lloraba al otro lado del teléfono.

Marcela tuvo la certeza que José Matías se había suicidado. No pensó en un atropello, no pensó en un accidente. Supo exactamente lo que había pasado. Los silencios repentinos de su hijo ahora cobraban sentido.

Antes de concluir la entrevista, decide mostrar el “lugar secreto” de José Matías. Parte de una terraza convertida en especie de casa club del adolescente. En el vidrio del ventanal pegó fotos de BTS y una frase pintada con corrector reza “Friends don’t lie”. Hay cojines esparcidos en el piso, peluches, figuritas de la serie Stranger Things  y una guitarra que estaba aprendiendo a tocar. En una caja celeste de madera guardaba fotos de su novia, de sus hermanas, junto a otros recuerdos. Marcela observa de rodillas cada uno de esos tesoros.

-¿Cómo lo voy a juzgar por lo qué hizo? ¡Cómo! Les dije a mis hijas que el Mati había tomado un avión para ir a descansar, ahora lo llevo acá dentro, (se lleva las manos al pecho) espero que descanse de tanto sufrimiento. Salvo el bullying, lo demás siempre fue puro amor y felicidad-, dice y se queda en silencio. Guillermina, la gata, la mira de cerca.


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