24 mar 2019

Opinión: "Izquierda y chavismo" por Ronald Gamarra


El fracaso del régimen que fundó en Venezuela Hugo Chávez y hoy preside a duras penas Nicolás Maduro, no es una debacle que atañe únicamente a ese gobierno y mucho menos solamente al partido que manda en Caracas o al hombre que ocupa el palacio presidencial de Miraflores o al entorno que le rodea. Todos ellos tienen, por cierto, responsabilidades políticas y en muchos casos claras responsabilidades penales por las cuales deberían responder algún día en algún tribunal donde se ejerza verdadera justicia, cuando sean desalojados del poder.

La verdad es que el fracaso de la experiencia chavista incluye inevitablemente a gran parte de la izquierda latinoamericana que se identificó con ella, la elevó a la categoría de modelo continental y le reconoció un liderazgo al cual sometió acríticamente sus propias posiciones. Lo llamaron solemnemente “el socialismo del siglo XXI”. Proclamaron que esa experiencia era la demostración viva de la vigencia y la vitalidad de un socialismo que volvía audazmente por sus fueros, como si nada hubiese pasado, después de la caída del campo socialista y la desaparición de la Unión Soviética alrededor de 1990.

Durante más de una década, los años dorados de los altos precios del petróleo, esa izquierda no tuvo el menor obstáculo en proclamar orgullosamente a todos los vientos su admiración por Hugo Chávez y el régimen que había instaurado. Y el respaldo que le prestaba era total, incluyendo el respaldo a los exabruptos y excesos verbales, con frecuencia vulgares y hasta soeces, exabruptos demagógicos y bien calculados a los que era muy dado el caudillo venezolano, en lo cual lo imita Maduro (y es lo único en lo cual parece haberse acercado en algo a la talla de su predecesor).

Desde que el fracaso del régimen chavista se hizo patente, ya bajo Maduro, esa izquierda ha elegido seguir el silencio como “estrategia de comunicación”. Por cierto que es una callada muy elocuente para quien sepa leer silencios tácticos, calculados, muy convenientes para eludir las dificultades que entraña dar explicaciones cuando se ha metido la pata hasta la ingle. De vez en cuando, se oye a los representantes de esa izquierda alguna escueta expresión de rechazo “a la agresión imperialista”, a la cual implícitamente se acusa de ser la culpable de la miseria que vive Venezuela.

Se han negado sistemáticamente a calificar como se debe al régimen chavista que hoy encabeza Maduro, como un régimen que ha perdido toda legitimidad democrática, que se mantiene por la fuerza de la represión y que carece de plan para solucionar la crisis de Venezuela y evitar el desastre humanitario que ya está en curso desde hace un par de años, por lo menos, por la falta de medicinas y otros abastecimientos básicos. Sólo algunos de ellos, los más visibles, presionados por las preguntas de los periodistas, se han animado muy episódicamente a formularle alguna crítica o a reconocerle cierto autoritarismo.

La presencia masiva de venezolanos emigrados a nuestro país como resultado del desastre humanitario en su país, que ya suman más de medio millón solamente en nuestra capital, la Lima de todas las sangres, tampoco ha conmovido a los dirigentes políticos de esa izquierda local. Parece, pues, que la lealtad ideológica a un régimen desastroso pesa más que la solidaridad humana que debemos a nuestros semejantes. La presencia entre nosotros de esos venezolanos despojados de todo debería ser un revulsivo que ponga en cuestión ideas que se han defendido a ciegas, pero eso no ha sucedido.

Inclusive hemos visto manifestaciones de la más cruda xenofobia alentadas por conspicuos representantes de esa izquierda local, que se han ocupado de difundir leyendas para generar temor y odio en la clase trabajadora por la presencia de estos migrantes entre nosotros, no dudando en aliarse con políticos de la derecha prestos a echar mano de la cualquier demagogia barata para ganar alguna elección. El caso más escandaloso fue la alianza entre Vladimir Cerrón y el oportunista de rancia derecha Ricardo Belmont, que pretendieron capturar la alcaldía de Lima con un discurso de odio xenófobo.

Esa izquierda local chavista le debe una explicación al país. No es posible aceptar el silencio y pasar por agua tibia una ruina política como es la del chavismo, que está sucediendo ante nuestros ojos en tiempo real. ¿Qué hay de las políticas que promueve esta izquierda y de qué modo quedan afectadas por el colapso del proyecto del “socialismo del siglo XXI”? ¿Tienen previsto introducir cambios en sus propuestas y en qué sentido? ¿O simplemente su plan es sortear el temporal y seguir como siempre? En tal caso, ¿qué autoridad moral tienen para pretender gobernar el Perú y “refundar” el sistema político a su modo?

La pregunta es directa para Marco Arana, Vladimir Cerrón, Walter Aduviri, Gregorio Santos, entre muchos otros representantes de esa izquierda. También, lamentablemente, para Verónika Mendoza, que no ha sabido ser clara ni dejar asomo de duda en relación con el régimen de Maduro y últimamente está muy involucrada con la izquierda chavista local. El silencio no es aceptable cuando existe la obligación de explicarse, dice un principio del derecho. Y quién puede dudar que esa obligación política y moral existe plenamente en las actuales circunstancias.

Por mi parte, debo decir que nunca apoyé al chavismo. Ya desde mi juventud estoy curado contra toda incursión de los militares en política: el gobierno militar de 12 años y la complicidad corrupta de los generales con Fujimori me convencieron para siempre de eso. Por otra parte, siempre sentí como escandalosamente evidente la demagogia de Chávez y su voluntad de entornillarse en el poder, que lo primero que hizo fue modificar la Constitución para reelegirse. El repudio del chavismo al Sistema Interamericano de Derechos Humanos no hizo sino confirmar mi rechazo a los que me pareció siempre un vulgar populismo.


Lo que no esperé, lo confieso, es que ese régimen que navegaba en océanos de oro negro a más de 100 dólares el barril, que disponía de tanto petróleo como las satrapías árabes, terminaría conquistando la hazaña ominosa de llevar a la quiebra a un país que debería ser uno de los más ricos y prósperos del mundo. Cuánta irresponsabilidad. Cuánta incompetencia. Cuánta estupidez. Cuánta corrupción. Cuánto cinismo y cara dura, deben haber habido en todos estos años para que esos incalculables recursos se hayan ido por el caño sin dejarle nada al pueblo venezolano.

Artículo de opinión de Ronald Gamarra Herrera publicado en Hildebrandt en sus trece el dia viernes 22 de marzo de 2019.


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