3 may 2015

"BALTIMORE, PROBLEMA Y POSIBILIDAD"

Después de muchos meses de protestas y creciente indignación, parece que empieza a abrirse una posibilidad de justicia en los Estados Unidos frente a los abusos de la policía y sus intervenciones homicidas en relación con personas de la comunidad afro, que produce numerosas víctimas de manera cotidiana.

Por lo pronto, los seis policías involucrados en la muerte del joven Freddy Gray, de 25 años, ocurrida a consecuencia de los maltratos que recibió al ser intervenido el 12 de abril de 2015 en Baltimore, serán investigados y procesados penalmente. Freddy Gray fue tratado brutalmente a pesar de no haber actuado violentamente ni estar involucrado en ningún hecho criminal. Fue detenido simplemente porque a los agentes policiales les pareció “sospechoso” y su resistencia fue castigada aplicándole tal castigo físico que le quitó la vida. Inmediatamente Baltimore estalló con la protesta de los ciudadanos, que amenazaba con extenderse a muchas otras ciudades donde ocurren hechos similares.

Felizmente, en esta ocasión, por primera vez en mucho tiempo, la justicia da un paso positivo contra el abuso policial de sesgo racista. En los numerosos casos anteriores, la norma de las autoridades era exonerar de responsabilidad a los agentes policiales intervinientes en la muerte de algún ciudadano afroamericano durante una intervención policial. Estas exoneraciones de responsabilidad representan un respaldo cómplice de la autoridad civil a prácticas racistas que la policía de los Estados Unidos debe reconocer, erradicar y superar, si quiere ser la policía de un estado democrático. Al mismo tiempo son la causa de la renovada tensión que se vive en muchas ciudades por la discriminación de que es víctima la población afro.

La brecha a esta apertura de la justicia en Baltimore probablemente se produjo con el caso de Walter Scott, de 50 años, asesinado por un policía que le disparó a sangre fría ocho balazos el 8 de abril de 2015 en North Charleston, en el estado de Carolina del Sur. Scott no había cometido ningún delito y estaba desarmado; tampoco agredió física ni verbalmente al policía, ni lo intentó siquiera. Por alguna razón entró en pánico e intentó correr; entonces el policía lo abaleó sin dudar ni intentar recapturarlo. Las autoridades informaron públicamente que el policía se había visto obligado a abatir a Scott porque este le había agredido y le había arrebatado una de sus armas.

El caso dio un vuelco espectacular cuando, inmediatamente después, apareció un vídeo tomado por un testigo involuntario, una persona que pasaba por el lugar y que grabó todo con su celular. Era una prueba plena de la mentira y la alevosía del policía, así como del cinismo de las autoridades. En la secuencia, duele ver el intento penoso de huir de Scott, un hombre mayor, obeso, sin agilidad, probablemente enfermo, que apenas puede correr unos pasos para alejarse del policía, un hombre joven y atlético, que hubiera podido dominarlo con extrema facilidad, si hubiera querido.

Probado: fue un asesinato. Videíto manda. El policía fue destituido y ahora afronta proceso. ¿Pero si no hubiese aparecido el vídeo? ¿Si la persona que lo grabó no hubiese tenido el coraje y la humanidad de entregarlo a la familia de la víctima? Podemos estar seguros de que no hubiese pasado nada con el policía, tan seguros como él lo estaba del respaldo de sus autoridades, tan racistas como él.

Porque la impunidad de estas intervenciones homicidas de la policía, con abierto sesgo racista, ha sido y es la norma. Esto es lo que está en la base de las protestas, sin eco en la mayor parte de las autoridades, salvo las intervenciones del presidente Obama llamando a la justicia a cumplir su rol, sin ser oído, hasta los hechos de Baltimore.

Es necesario recordar el caso que puso en evidencia con fuerza renovada esta impunidad. Ocurrió el 9 de agosto de 2014 y la víctima fue Michael Brown, joven de 18 años, muerto a tiros por un policía en Ferguson, en el estado de Missouri. Durante una intervención policial, se produjo un altercado entre este joven y el policía Darren Wilson, entonces el adolescente huyó. El policía lo persiguió y disparó hasta 12 veces contra él, matándolo luego de acertarle con seis tiros, el último de los cuales produjo su muerte inmediata. El chico no portaba arma de ninguna clase. El caso produjo una protesta unánime en Ferguson y muchas otras ciudades. El presidente Obama exigió una profunda investigación. Sin embargo, el policía fue exonerado de toda responsabilidad.

Un caso aún más alevoso y que por sus circunstancias es tal vez el más chocante, fue el cometido por la policía en agravio del niño Tamir Rice, de 12 años. El pequeño Tamir se encontraba recreándose en un parque de Cleveland jugando con su pistola de juguete. Un vehículo policial se acercó entonces de manera sorpresiva y de él bajó un policía con el arma lista para disparar, procediendo como si estuviera ante un peligroso delincuente efectivamente armado. El niño quedó confundido. El policía de inmediato lo mató a tiros. Después se justificó diciendo que había confundido la pistola de juguete con un arma auténtica y que temió por su vida. El hecho ocurrió el 22 de noviembre de 2014. Los agentes que intervinieron quedaron exonerados de toda responsabilidad porque las autoridades acogieron sin reparos su versión.

Otros casos ocurridos en los últimos meses, después del de Michael Brown, son los casos de Vonderrit Myers Jr., joven de 18 años, muerto a tiros el 9 de octubre de 2014 en Saint Louis; el caso de Antonio Martin, de 18 años, abaleado el 24 de diciembre de 2014 en Ferguson; el caso de Norman Cooper, de 33 años, muerto a tiros el 19 de abril de 2015 en San Antonio, Texas, que es incluso posterior en unos días al caso de Baltimore. Todas las víctimas, personas de melanina oscura, sin armas, y fuera de las circunstancias de un delito.

Quiero terminar con un caso previo a los anteriores, no cometido por la policía, pero clara y directamente vinculado a este sesgo racista de la seguridad ciudadana en los Estados Unidos. Fue el de Trayvon Martin, joven negro de 17 años, asesinado el 26 de febrero de 2012, en Miami, por un ciudadano que actuaba como vigilante vecinal voluntario. Este ciudadano, llamado George Zimmermann, lo vio pasar por la zona que vigilaba y lo insultó, cuando Martin regresaba a su casa por el mismo camino, Zimmermann volvió a provocarlo, el muchacho quiso reaccionar y Zimmermann sencillamente lo mató. Un crimen de odio.

Zimmermann alegó que juzgó que Martin, por su apariencia, debía ser un criminal que rondaba; además, al intervenirlo, Martin lo habría atacado, por lo que disparó contra él, matándolo. Sin embargo, está probado que el chico estaba desarmado, que había salido para una compra y regresaba al hogar. El jurado exoneró de responsabilidad a Zimmermann, lo cual desencadenó una ola de indignación.

Zimmermann tiene ascendiente peruano por parte de su madre. Para mí, esto podría ser un indicio de su responsabilidad penal, pues el Perú (cuánto duele decir esto), al igual que los Estados Unidos, también es un país lastrado por antiguos, profundos y profundamente estúpidos prejuicios raciales. Esta envenenada atmósfera nuestra debe haber contribuido también en la educación que recibió y los prejuicios que internalizó. El racismo de la cultura materna y paterna, más el libre acceso a armas letales, y el poderoso sesgo racial de la política de seguridad ciudadana en los Estados Unidos, son las condiciones que le permitieron a Zimmermann matar impunemente.

Ojalá que a partir de Baltimore, esto pueda cambiar. Pero el camino será muy largo. La portada magistral de la última edición de la revista Time plantea la absoluta necesidad de que la sociedad y el estado norteamericanos enfrenten esta realidad a partir de un balance de lo que ha cambiado, y sobre todo de lo que no ha cambiado, en los últimos 50 años, con respecto al racismo en los Estados Unidos. Para eso se requiere coraje y lucidez. Ojalá no les falte.

Artículo de Ronald Gamarra publicado en Diario16 el domingo 03 de mayo de 2015.

Fuente Diario16: http://diario16.pe/noticia/59851-lea-baltimore-problema-posibilidad-ronald-gamarra

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