14 feb 2017

«Tiró por la escalera a mi hija porque el profesor la puso la primera de la fila»

ABC recoge el duro testimonio de una madre sevillana con una niña de siete años al borde del suicidio.

R. Maestre / Sevilla.
Este periódico ha tenido acceso al duro testimonio de una madre sevillana con una hija de siete años víctima de un acoso con intento de suicidio. Para preservar la intimidad de los menores se ha omitido cualquier dato que puedan identificarlos.

«Mi hija empezó en diciembre de 2015 con unas graves crisis de ansiedad. Acudimos al departamento de orientación del colegio que nos derivó a una psicóloga privada. Ella le diagnosticó depresión y ansiedad. La niña empezó a pedirme ayuda desesperada porque tenía impulsos suicidas y no sabía si iba a ser capaz de contenerlos, ya que cada vez eran más fuertes. Manifestaba que se sentía sola y que no podía soportar el sufrimiento de esta vida. Nosotros no entendíamos cómo una niña de siete años podía tener esos pensamientos ni qué le podía generar ese sufrimiento que la impulsaba a no poder seguir adelante con su vida.

Veíamos como en el colegio parecía bastante aislada, aunque estaba junto a las niñas del grupo nadie se dirigía a ella. Al principio del curso nos había hecho comentarios sobre una niña en concreto: que era muy manipuladora, que aislaba a niñas a su antojo, que pegaba y todo el mundo le tenía miedo... pero en ese momento no le dimos más importancia y cuando surgieron los síntomas no lo relacionamos porque ya no lo mencionaba.

La psicóloga nos indicó que pusiésemos al colegio al corriente de las circunstancias de mi hija para que tomasen medidas. Así lo hicimos y las únicas medidas del colegio fueron que la tutora comentase al resto de los niños que nuestra hija «se podía hacer cosas raras», aumentando su marginación y estigmatizándola ante el resto de profesores y personal del colegio.

No aumentaron la vigilancia ni le asignaron a nadie que la acompañara.
Un día llegó a abrir la ventana y subirse a una silla. Afortunadamente llegó una compañera. Cuando informamos a la tutora su respuesta fue que nuestra hija estaba sola porque ella quería. En febrero ya señaló a la niña mencionada anteriormente como culpable de su aislamiento. Nos dijo que ella no le permitía jugar con el grupo. Lo pusimos en conocimiento de la tutora. La medida tomada entonces fue que alguno de los profesores que vigilaba el patio cogió a nuestra hija físicamente y la juntó al grupo, con un resultado catastrófico ya que le asignaron un rol humillante en el juego. Lo comunicamos a la tutora, quien dio una charla a las niñas indicando que no se puede aislar a nadie. La charla no tuvo ningún efecto pero la tutora tampoco se molestó en comprobarlo y acabó el curso igual.

Pasamos todo el verano en Irlanda y a mediados de verano la niña se abrió del todo. Entre lágrimas de dolor nos fue relatando día a día anécdotas que nos pusieron los pelos de punta: le pegaba constantemente patadas en la fila, la obligaba a ir siempre la última y un día que un profesor la puso la primera la tiró por las escaleras, la perseguía cuando salía al baño para seguir insultándola y amenazándola, le quitaba la comida en el comedor y se la echaba a otras compañeras que le seguían el juego, y lo que es peor, empezó por no dejarla jugar con el resto y acabó consiguiendo que todas la rechazaran, que es la herida incurable que tiene nuestra hija».

Quehaceres más importantes
«Se negaba a volver a España y le prometimos que pondríamos todo en conocimiento del colegio, se activaría el protocolo de acoso escolar y tendrían que cambiar a la acosadora de grupo y trabajar con todas para que volvieran a aceptar a nuestra niña. Comuniqué por email la situación a la directora del colegio y al director del departamento de orientación a mediados de agosto. Me emplazaron a septiembre cuando volvieran al colegio. El 2 de septiembre nos convocaron a una reunión con tres miembros del colegio y sólo apareció uno, el jefe de orientación y desde este año jefe de estudios. La directora y el secretario técnico tenían otros quehaceres más importantes. Nos dijo que el tema estaba en manos de servicios jurídicos y el problema era de pruebas. Le instamos a que preguntaran a todas las niñas el primer día de curso.

Ante la gravedad de los hechos que relatamos y nuestra insistencia en abrir el expediente de acoso y en que cambiasen a la acosadora de grupo acudió la directora una hora después. Nos dijo que no tenía competencias para cambiar a nadie de grupo ni mucho menos para expulsarlo. Nos indicó que el día 7 la niña empezase el colegio tranquilamente y que no nos preocupásemos, que la situación no se iba a volver a repetir. Dejamos clara nuestra postura: exigíamos que se iniciase expediente de acoso, que se comunicase a la inspección y nuestra hija no iba a volver al colegio hasta que no se garantizase su seguridad, siendo el primer paso que no tuviera que compartir aula con la acosadora. Se fue acercando el día de inicio de las clases y ellos seguían sin hacer ningún movimiento».

La comunicación por e-mail no era válida
 «El día 6 de septiembre llamamos a la inspección. El inspector competente del colegio [omitimos su nombre], nos indicó que el Decreto que regula el protocolo contra el acoso escolar no es de aplicación a los colegios privados y él no tiene competencias en este asunto. Nos recomendó que presentásemos la solicitud de inicio de expediente por registro ya que la comunicación por email no era válida y así lo hicimos ese mismo día. Por ello, cuando oímos otros casos de acoso escolar en los que el colegio se excusa en que no había registrado nada al respecto nos indignamos. Ante un hecho así los primeros comunicados de los padres no son por registro, son verbales. El hecho de que no conste ningún registro no implica que el colegio no tuviera conocimiento anterior.

El inspector llamó a la directora del colegio, los instó a seguir el protocolo de la Junta por su propio bien y concertaron una primera reunión en la que el inspector les explicó los pasos a seguir. El día 7 comenzó el curso escolar y nuestra hija no pudo acudir. Ella estaba aterrorizada, no podía pasar ni por delante del colegio y fue un gran sufrimiento para ella ir todos los días a recoger a sus hermanos pero entendimos que tenía que hacerlo para ir acostumbrándose a su futura incorporación al colegio. Es muy responsable y también aumentó su sufrimiento no poder cumplir con su responsabilidad de ir a clase. Pero el pánico era mayor a cualquier otro sentimiento.

Nos reunimos con la dirección del colegio que nos propuso que fuera nuestra hija la que cambiara de grupo. Nos negamos por varios motivos: porque esa medida era una sanción y estaba prevista para el acosador, no para el acosado; porque la acosadora perseguía quitar a nuestra hija de en medio y con ello se reforzaba su comportamiento y porque nos constaba que en el otro grupo también había exclusiones y hubieran terminado de hundir a nuestra hija.

Cuando nos negamos e insistimos en iniciar el expediente de acoso pusieran todas las pegas posibles. Durante las siguientes dos semanas todos sus esfuerzos fueron centrados en que nuestra hija volviera a incorporarse al aula de la acosadora. La niña empezó a ir en algunos recreos al colegio. Inicialmente estuvo muy protegida pero al tercer día ya nadie la controlaba. No se esforzaron en volver a integrarla en el grupo y permitieron que siguiera sola. La madre de la acosadora negó todo y nos culpaba de señalar a su hija, con lo que los esfuerzos del colegio fueron dirigidos a convencer a las compañeras de que la niña había cambiado durante el verano, ahora era muy buena y no la debían dejar sola por lo que hubiera hecho anteriormente.

Algunas madres acudieron al jefe de estudios a dar su testimonio. El jefe de estudios les dijo que se mantuvieran al margen, que ese no era su asunto. El colegio no nos dio información oficial sobre el desarrollo del expediente, únicamente «filtraciones oficiosas» según las cuales ningún padre quería saber nada del asunto y ningún profesor había visto nada. Según ellos a las niñas no podían preguntarles porque eran menores de edad.

Posteriormente tuvimos conocimiento de que algunos profesores habían comunicado incidentes a la jefatura de estudios y ésta los había obviado. Tampoco tuvieron en consideración los cuatro informes de distintos psicólogos y psiquiatras en los que dejaban claro que nuestra hija no tenía síntomas ni signos psicóticos, que era coherente y profusa en sus explicaciones, que tenía buena tolerancia a la frustración y que sufría depresión y ansiedad por una situación vital traumática de acoso escolar.

Ni atendieron a las explicaciones detalladas de los episodios de acoso de nuestra hija ni a los testimonios de algunos profesores que apoyaban nuestra versión. Decidieron priorizar el informe de la tutora negando los hechos y tratando a nuestra hija de loca y las negaciones de una menor, como si tuviera el mismo peso hacer una narración detallada de los episodios de acoso que has sufrido que limitarse a decir «es mentira». Esto último es muy fácil, mantener durante tiempo las mismas versiones y ser capaz de responder siempre a todas las preguntas con coherencia y sin entrar en contradicciones no».

Careo con la tutora
«Solicitamos un careo con la tutora y dimos detalles de agresiones de la acosadora a otras personas y de quejas de otros padres por las exclusiones. Se defendió diciendo que eran cosas de niños, se levantó de su silla y se permitió dejarnos con la palabra en la boca porque nadie iba a cuestionar su profesionalidad. Ante todo lo anterior presentamos un nuevo escrito un mes después del primero, cuando ya habíamos decidido que nuestra hija no iba a volver a clase porque había vuelta a pensar en la ventana como única solución.
Pusimos de manifiesto todas las irregularidades del expediente y la incompetencia de la profesora que se permite juzgar que los comportamientos que habían llevado a nuestra hija al borde del suicidio eran «cosas de críos» y, no contenta con ella, la había difamada tildándola de loca para cubrir sus espaldas. Presentamos ese mismo informe al inspector quien nos dijo que no podía hacer nada, que sólo nos quedaba la vía penal, lo cual nos desaconsejaba por el sufrimiento que suponía para el menor, según su experiencia. También la fundación ANAR nos dijo que habíamos dado todos los pasos correctos, que el colegio estaba siendo claramente negligente y sólo nos quedaba la vía penal».


«Avisamos al colegio de nuestra intención de denunciar en la Guardia Civil y nos confesaron que sí veían el acoso escolar pero que nunca lo reconocerían oficialmente ni en consecuencia tomaría medidas al respecto. Acudimos a la Guardia Civil. Denunciamos a la menor y a la profesora. La Guardia Civil abrió diligencias y las pasó a Fiscalía de menores. Fiscalía de menores archivo automáticamente por inimputabilidad de la menor, al ser menor de 14 años. Obviaron la tramitación de la denuncia a la profesora. Se quitaron un expediente de encima sin mayor preocupación por la suerte del menos acosado. Comunican el traslado a las autoridades administrativas competentes para que actúen sin que casi tres meses después tengamos noticias de las mismas. La Guardia Civil nos indicó que debíamos reconducir la denuncia para que se siguiese el proceso contra la profesora. Hemos preferido trabajar en la querella para exigir responsabilidad penal por la cooperación en varios delitos –amenazas, delito contra la integridad moral, lesiones, acoso..- a varios miembros del colegio y a los padres de la menor.
Ya en noviembre entró en funcionamiento el teléfono contra el acoso puesto en marcha por el Gobierno. También acudimos a él. También sin ningún resultado por cuanto las competencias están transferidas a las comunidades autónomas y como en Andalucía el inspector no era competente se mantuvieron en la misma postura.

El resumen de mi experiencia: El colegio es juez y parte, siendo además la parte privilegiada porque es quien tiene en su poder aportar las pruebas, ya que los hechos ocurren en sus instalaciones y teniendo a los menores bajo su guarda. Pueden manipular y ocultar pruebas a su antojo, dirigir el expediente por donde les convenga en función de sus verdaderos intereses. Si el colegio es privado la inspección no tiene competencias. Si es público el inspector y la Consejería vuelven a ser parte ya que ante una posible responsabilidad civil será la administración quien responda

Si el acosador es menor de 14 años también se cierra la vía penal porque es inimputable. La Fiscalía debería automáticamente reconducir hacia los mayores de edad responsables de la guarda del menor por sus culpas in educando e in vigilando –profesores, directores y padres del acosador-, pero desgraciadamente hoy por hoy todavía no están concienciados para ello y parecen ajenos e insensibles a la desprotección en la que dejan a la víctima.
Lo anterior desde el punto de vista de las instituciones una vez ocurrido el acoso. Desde el punto de vista de la prevención y el deseable reintegro de la víctima en la sociedad queda otro mundo por hacer, desde educar a los profesionales de la enseñanza en la detección de los primeros síntomas, educar a los niños en el rechazo a los comportamientos abusivos, trabajar con víctima, agresor y el resto del grupo, tanto si es el que anteriormente rechazó y excluyó como si es uno nuevo, que debe ser consciente de que la víctima tienen sus habilidades sociales cercenadas, su autoestima por el suelo, y necesita de un apoyo extraordinario del resto de sus compañeros para poder superar las heridas y volver a ganar en autoestima y habilidades sociales».

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